Antes de las ocho
«Como hijo de cuellarana, nunca me he resistido a desentrañar la diferencia de una carrera de toros por las calles de una ciudad y encerrar toros»
La ciudad se va vaciando conforme el calendario camina hacia agosto y tomarse un café un rato antes de las ocho de la mañana en ... la Plaza Mayor adquiere la categoría de lo excelente. Por la temperatura, porque parece que es un escenario reservado a la exclusividad de una contemplación personal. Un deleite tan sencillo, incluso involuntario, que me libera de las contracturas emocionales del quehacer cotidiano. Un espacio de equilibrio y simetría, silente, quizá un inmenso claustro en el que se refleja el espíritu más templado de toda la urbe vallisoletana. Ni siquiera transitan por un lateral las furgonetas de reparto. Calma chicha en el limitado océano de adoquines que se ofrece como alfombra.
Regreso al interior del bar para contemplar a las ocho el encierro de Pamplona. Hoy se celebra el último, con los míticos y temidos toros de Miura, que pastan en Zahariche, una finca que es santuario y reserva natural de una de las líneas genéticas más antiguas y singulares de la cabaña bóvida de lidia.
Aunque, lo confieso, como hijo de cuellarana, nunca me he resistido a desentrañar la diferencia de una carrera de toros por las calles de una ciudad y encerrar toros. Aunque el lenguaje, la terminología (aquí también) colaboran con la confusión, cuando no con el engaño doloso, la propia normativa de festejos taurinos populares de Castilla y León llama encierros a las carreras o suelta de toros por las calles, y encierros mixtos a los que en realidad deberían ser denominados como encierros a secas.
Encerrar toros es conducirlos, bajo el amparo de las monturas y una buena parada de cabestros, desde el campo, desde la libertad, hasta un espacio urbano (o también campero, los corrales, en el caso de realizar la faena en una finca de reses de lidia), con la conclusión del trayecto en una plaza de toros, un ruedo en el que el rito se consuma.
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El crecimiento urbano, residencial e industrial, desordenado, los inconvenientes del traslado de las reses atravesando carreteras, y el factor económico, han acabado con la mayoría de los encierros (no hace falta llamarlos mixtos, salvo que se encerraran toros y vacas…) que tradicionalmente se celebraban en cientos de localidades de Castilla y León. Un síntoma más de la pérdida de la cultura taurina, que suprime los ritos singulares y de redención con la naturaleza, una celebración sublime, y los sustituye con sueltas de toros desde cajones, festejos que vulgarizan el trato con el toro, ajenos a su potencialidad y simbolismo.
Por eso, el toro en el campo, y su trayecto, único, hacia la plaza, son el mejor homenaje a las reses de lidia, y el más adecuado modo de sublimar las faenas camperas por quienes conocen y aman el trato con el animal más gallardo y majestuoso, el toro bravo.
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