Morante y Arsuaga
«Por Burgos se dejó ver Mañueco. Quizá para que Vox no gane terreno a los populares en esto de la tauromaquia, y les obligue a realizar la faena al hilo de las tablas, donde los toros se vuelven más imprevisibles»
Ya había avisado yo de mis intenciones. Que no eran otras que las de escribir sobre Morante de la Puebla, ese torero, singular, en el ... que algunos ven la mayor majestad que ha habitado los ruedos y otros un simple caprichoso con episodios transitorios de gracia sevillana. Su hondura en el manejo de las telas resulta indisociable con el tormentoso, oscuro y alucinado universo psicológico por el que transita su insospechada salud mental. El equilibrio de la razón produce artefactos industriales, nunca fogonazos que conmuevan el alma. Cada trastorno tiene su obra maestra. Aunque no siempre, claro.
Sus dos tardes en Las Ventas esta temporada, su mano a mano con el precoz Marco Pérez (algún día habrá que hablar de él, sin incurrir en la propaganda tan habitual) en La Glorieta salmantina, ofrecían motivos para pensar que su genialidad había suscrito un contrato indefinido. Pero no. Fijo discontinuo, tan de moda, tan cierto y tan engañoso a la vez. Zamora y Soria fueron dos estaciones en las que no paró su carruaje, resentido de la cogida en Móstoles, y llegó Burgos. Y, sí, los toros de Antonio Bañuelos no ofrecieron el juego esperado, pero Morante no estuvo por la labor. Tan sólo se interesó por que una máquina desgranara la arena del ruedo, que le parecía dura. Entre el tercer y el cuarto toro. Una tarde que no dejará rastro en la memoria de los aficionados. Para borrar, como el Psoe y el Gobierno de Navarra acaban de hacer con el trasto de Cerdán, ese lidiador de las miserias políticas y los pelotazos económicos.
Por Burgos se dejó ver Mañueco. También lo había hecho en Salamanca, su tierra. Quizá para que Vox no gane terreno a los populares en esto de la tauromaquia, y les obligue a realizar la faena al hilo de las tablas, donde los toros se vuelven más imprevisibles.
De lo vivido en las tierras de El Cid me quedo con una breve conversación con Arsuaga, el paleoantropólogo que ha unido su nombre, de modo indisociable, al de Atapuerca. Si de hablar se trata, me quedo con él antes que con Morante. Sin duda. Si de investigar la evolución humana, incluso si de analizar el presente social y político se trata, quien mejor que los que han investigado los resortes más básicos del ser humano en su evolución. Los instintos, por ejemplo. Ábalos, paradigma.
Sencillo, amable, Arsuaga no necesita impostar cultura y sabiduría. Con él, igual que hace algunas fechas en Las Ventas, estaba el consejero de Cultura, Gonzalo Santonja. A todos nos viene bien alguien que nos ayude a comprender nuestro pasado, a interpretar claves y a celebrar el ánimo de supervivencia. Como especie y como individuos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.