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La realidad de lo cotidiano propugna, sin descanso, la necesidad de un cambio en las reglas del juego. Incluso la innovación, por actualización, de las ... instituciones. Todo ha cambiado demasiado como para seguir anclados en normas, legales y sociales, nacidas en épocas lejanas, cuando el valor de las cosas era otro. Aplicado ahora el índice de la deflación ética, los precios resultan desajustados. Los mecanismos demuestran su crónica debilidad en el ámbito de la política, y los contrapesos frente al abuso evidencian, sin pudor, la manipulación de la báscula. Precisamente el ámbito de la cultura que más ofrece, como exigencia legitimadora, su anacronismo, la tauromaquia, es experta en modificar el peso de cada ejemplar en la tablilla que se muestra al público. Que exhibe algo más o algo menos de lo que dijo la aguja de la romana para ajustarse a las exigencias legales y para dejar contentos a quienes saben leer unos simples números, pero se muestran incapaces de calcular volúmenes y kilos a simple vista.
Cambios, desde luego, que han de ir más allá de las ideologizadas metonimias de los preámbulos y exposiciones de motivos de las leyes, ahora convertidas en tostones programáticos sectarios. Con la indisimulada condición de ser suprimidas en cuanto el poder cambie de siglas, de color o de esteticién. Normas que nacen para que florezcan afectos insospechados, para sofocar motines periféricos y victimizados.
Hay que agradecer a Sánchez dos cosas. Solo dos, pero valiosas. El mejor y más fiable estudio, con fuego real, sobre las verdaderas motivaciones, patologías y fragilidades de la sociedad española, uno. Y, otro, la mejor tesis (ésta sin plagios) sobre cómo interpretar, forzar y usar abusivamente normas e instituciones. La técnica legislativa del gobierno es mediocre, pero la manipulación de la vigente roza la excelencia. Siempre, eso sí, con colaboradores necesarios: personas dispuestas a decir y hacer lo que se les mande con tal de superar profundos y laberínticos complejos de inferioridad. Patología compatible y compartida por, entre otros, los nacionalistas.
Así, ofrecido –a un precio muy alto, todo hay que decirlo– un diagnóstico no necesitado de una segunda opinión, una sociedad moderna debería iniciar un proceso de regeneración. Tomando nota de lo que sucede. De lo que está sucediendo. Y empezar a pensar que el concepto de lo democrático no debe debilitar el imperio de leyes justas y sólidas. Que no impongan a los presidentes del Gobierno la viudez ni el ser hijos únicos. Pero que doten de nuevos y más eficaces instrumentos de control (y de paso de eficacia, y eficiencia) la gestión de lo público.
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