Efecto Montoro
Y en esto, llegó Montoro. Para recordar, por si fuera necesario, que en todos los sitios cuecen habas. Para evitar sesgos partidistas y sus flirteos ... con la (presunta) corrupción. Personalmente entiendo que algunos aspectos ideológicos poseen en sí mismos –bien por su evidente decalaje temporal, bien por su insufrible tufo populista– elementos propios de una perspectiva nutrida de indignos artificios y finalidades. Como aquellas que presumen de tratar a todos por igual a condición de evitar que ninguno de los individuos prospere lo suficiente, intelectual y económicamente, como para poner en tela de juicio los mecanismos del poder, al que se accede de modo democrático del mismo modo que se sustenta en traicionar los más básicos principios de un estado de Derecho.
Para quienes gustan de mirar por un solo ojo, y siempre en la misma dirección, el asunto Montoro permitirá centrar mejor el análisis de la gestión de lo público, y evitar maniqueas valoraciones de pureza en la vertiente más cercana, siempre al sol que más caliente. Con el evidente y a veces inevitable incendio indisociable de las altas temperaturas que exigen los procesos de incandescentes creaciones normativas y de contrataciones con la administración.
En todo caso, la salud democrática de la sociedad impone, se mire por donde se mire, evitar la equiparación en la crítica y la exigencia hacia quienes ostentan, en tiempo presente, el poder, respecto de los asuntos que emergen en diferido, a toro pasado. La aplicación de la norma penal habrá de realizarse con la misma intensidad, independencia y objetividad por los Tribunales de Justicia, en todo caso, faltaría más; pero el efecto ante la ciudadanía no puede ser equivalente. De este modo se evita que, gobierne quien gobierne, se produzca una perpetuación en los cargos de quienes tienen vigentes responsabilidades, aforamientos y retribuciones.
Conviene, también, distinguir la corrupción convencional de la institucional. Más dañina para la sociedad la segunda, si bien no es extraño que ambas se muestren unidas, cual siamesas de inicua naturaleza. Billetes y poder se alojan en la misma suite cerebral.
El dinero de las mordidas escuece más al ciudadano que las trampas y forzamientos en el funcionamiento de las instituciones básicas del Estado. Tiene su lógica y su ticket mental, además de ofrecer una mayor sencillez en su comprensión. Pero no cabe duda que el pumpidismo Constitucional sale más caro, mucho más, que la corrupción de los ERE que ha borrado tan sumisamente.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión