El ejemplo de Redford
«Ahora que ya no está Redford, nos parece que la epidemia de la intolerancia no es solo el fruto de una enfermedad crónica de los Estados Unidos, sino también, mal que nos pese, de todo el mundo occidental»
Ahora que no está Robert Redford, el mundo parece aún más desabrido. Pocos como él encarnaban el significado de la palabra 'independiente', proyectada de una ... manera muy especial desde ese festival de cine de Sundance que hacía honor a su apodo: The Sundance Kid, la leyenda del hombre eternamente libre y aventurero. Ese icono de independencia absoluta, sin necesidad de romper con el sistema, que a su lado representaron y representan otros grandes de Hollywood, desde Humphrey Bogart hasta Sean Penn, pasando por Marlon Brando, Jane Fonda o Warren Beatty. El ejemplo de que se puede pertenecer al 'establishment' para, desde el propio poder establecido, tratar de suavizarlo, de corregirlo, de humanizarlo. En su caso para orientarlo hacia una mayor igualdad y, sobre todo, hacia a una mejor relación del ser humano con la naturaleza y el medio ambiente. El compromiso del arte no solo con el arte, sino también con la sociedad que lo sustenta.
El ejemplo de Redford y todo lo que su figura representa sobre ese otro rostro de los Estados Unidos, que en determinadas ocasiones de su historia ha sido casi tan reconocible como el de la incuria o la intolerancia, contrasta hoy quizás más que nunca con la descarnada actitud de su presidente, Donald Trump, dispuesto estos días a dar un nuevo impulso a la censura y la persecución de la libertad de prensa tras el asesinato de Charlie Kirk. La tristeza de comprobar las enormes dificultades de los medios de comunicación americanos para preservar su independencia, cada vez más lejos de aquella legendaria aureola de gran periodismo que asombró al mundo con casos como el Watergate, el de los papeles del Pentágono o el de los abusos de la iglesia católica. Cualquier parecido del Washington Post propiedad de Jeff Bezos con el periódico de Katharine Graham, Ben Bradlee o el más cercano Martin Baron es hoy pura coincidencia.
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Ahora que ya no está Redford, nos parece que la epidemia de la intolerancia no es solo el fruto de una enfermedad crónica de los Estados Unidos, sino también, mal que nos pese, de todo el mundo occidental. Incluido en primer término el más oriental de todos los países occidentales, ese Israel de Netanyahu que alcanza en estos meses extremos de crueldad difíciles de asimilar por seres humanos que todavía pretenden ser reconocidos como tales. Una ferocidad, por cierto, que 'la otra parte' no ha dejado un solo minuto de alimentar, en su sentido más amplio. Empezando por la Rusia de Putin, con la connivencia de sus aliados chinos, y terminando por la sevicia de los fundamentalismos islámicos o las últimas vueltas de tuerca contra los derechos humanos de la dictadura venezolana de Nicolás Maduro.
«Es un honor poner el arte por encima de la política» dejó dicho Robert Redford antes de marcharse. Y lo cierto es que desde que el chico de Sundance no está, ni el cine ni el arte ni la cultura parecen encontrar un camino adecuado para influir en el poder, y menos para humanizarlo o transformarlo. El frentismo y la polarización (también en nuestro país y de qué manera) nos han cogido por medio, y cada día resulta más difícil sobrevivir sin apuntarse a un bando o al otro, poniendo en grave riesgo nuestra verdadera independencia. Y sin embargo, frente a la inclemencia de la política, en todas las geografías y en todas las posiciones, la respuesta crítica de la cultura parece más necesaria y urgente que nunca, so pena que terminemos generando entre todos monstruos tan abominables como los que nos llevaron a la primera y la segunda guerra mundial. Que vamos por ese camino, si antes no nos cargamos el planeta por otros medios menos pomposos, histriónicos y sobreactuados, pero igualmente efectivos. Redford, ¡lo que te vamos a echar de menos!
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