Brumas y claros en el Canal de la Mancha
«Se perfila un escenario en el que sería deseable que la niebla no impidiera la aparición de claros, capaces de despejar las dudas y resolver los desencuentros»
Fernando Manero, geógrafo
Jueves, 27 de febrero 2020, 07:21
Conocida es la metáfora alusiva a la percepción que los británicos tienen de que el continente europeo queda aislado cuando la niebla se sobreimpone a ... las aguas, con frecuencia turbulentas, del Canal de la Mancha. Esa visión de territorio singular, repleto de referencias materiales y simbólicas individualizadoras, ha marcado la visión respecto al conjunto de Europa de un amplio sector de una sociedad que ha mantenido siempre una postura favorable a la salvaguarda de sus elementos de identificación, coexistentes con la firme defensa de sus posiciones en la economía global. Su integración en el proyecto comunitario europeo ha presentado matices y reservas que a menudo han puesto en entredicho la lealtad a los compromisos tan laboriosamente construidos en el entramado de los vínculos que estructuran una realidad supraestatal permanentemente condicionada por los desafíos a que obliga su creciente complejidad.
Efectuada la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, carece de sentido seguir insistiendo en las causas que la han provocado. Interesa centrar la reflexión en la trayectoria a seguir durante el periodo de negociación abierto tras la separación formal y plantear las implicaciones que un hecho tan decisivo pueda tener en la propia dinámica interna de la Unión. Es evidente que la evolución de un proceso negociador no admite anticipaciones cerradas, pues las posiciones pueden variar a medida que la importancia de los temas abordados obligue a introducir posiciones más flexibles, inducidas por la naturaleza de las relaciones que han de mantenerse entre el Reino Unido y los países con las que ha compartido experiencias, logros y decepciones durante casi medio siglo. Por esa razón, el observador se resiste a pensar que en el inicio de las conversaciones las directrices defendidas por ambas partes se muestren incompatibles, como han señalado algunos de los defensores más acérrimos del 'brexit', que en su momento no se recataron a la hora de inducir el respaldo mediante manipulaciones y falsedades, de inmediato reconocidas tras el ajustado resultado obtenido por la opción segregadora.
El observador prefiere, en cambio, hacer un seguimiento de las declaraciones efectuadas por representantes significativos de ambas opciones, concediéndolas la credibilidad que merecen por la responsabilidad que desempeñan en este juego en el que las líneas del debate aparecen claramente planteadas. Para entender el sentido de las discrepancias que acompañan en sus inicios esta salida, nada tan elocuente como partir de la contraposición entre las ideas esgrimidas por el premier británico en el primer discurso 'posbrexit' pronunciado el día 3 de febrero y las que simultáneamente en Bruselas el negociador Michel Barnier hizo públicas sobre el proyecto en el que la Comisión ha de basar la negociación con el gobierno británico. De partida la divergencia se mostraba evidente. Si para Johnson el mantenimiento de un acuerdo de librecambio entre ambas partes no debía suponer la aceptación de las normas europeas sobre la competencia, la protección social, las ayudas públicas, la política sanitaria y el medio ambiente, el representante de la Comisión insistía en rechazar la posibilidad de que la estrategia británica se decante por mecanismos de desregulación, que –«aplicados en nuestra misma puerta», en palabras de Angela Merkel– pudieran dar origen a ventajas competitivas desleales, susceptibles de amenazar y poner en riesgo los cimientos sobre los que sustenta la capacidad industrial y económica de los Veintisiete. De manera muy expresiva el propio Barnier resumió el objetivo que, ante todo, se persigue: «favorecer en la medida de lo posible la convergencia, mediante el control de la divergencia». En esta línea se mostró firme al señalar que en materia de transición ecológica debía haber una complementariedad plena por ambas partes y en la necesidad de que, en situaciones de conflicto jurídico, y cuando el Derecho comunitario se vea afectado, las diferencias habrán de resolverse en el marco del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Sobre estas bases se asienta, en principio, el proceso negociador a lo largo del año 2020, en el que también aflorarán temas sensibles como los relacionados con la seguridad, la movilidad de la población, el reconocimiento de las garantías profesionales y la pesca. Todo un cúmulo de cuestiones capitales hacen acto de presencia para abrir un panorama que no estará exento de tensiones y dificultades en pos de la armonización reglamentaria pretendida para que los intereses de la Unión, y de sus ciudadanos, no se vean lesionados. Se perfila, pues, un escenario en el que sería deseable que la niebla no impidiera la aparición de claros, capaces de despejar las dudas y resolver los desencuentros que inicialmente se plantean.
Las dudas surgen también cuando se reflexiona acerca de las repercusiones que el 'posbrexit' pueda tener en la evolución de los equilibrios internos en el Reino Unido y en la propia Unión Europea. Y es que si, en el primer caso, la fractura ocasionada en la sociedad pudiera manifestarse en las desafecciones surgidas entre los territorios que configuran el espacio británico, como bien lo releva la postura escocesa, es probable que asistamos al tiempo a una importante reordenación de las alianzas en el seno de la UE, tal y como se percibe en el debate abierto tras la posición declarada de Francia a favor del reforzamiento del tándem franco-alemán. De ser así, nos encontraremos ante un factor determinante de las relaciones estratégicas entre los Estados miembros, que van a poner a prueba la solidez de la construcción europea en la nueva etapa y que sin duda va a tener una incidencia evidente en la posición española y en el papel que ha de desempeñar nuestro país en la Unión Europea que se avecina.
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