Botín
Algo que decir ·
«¿A quién le extraña que ante la posibilidad de cobrar una miseria y tener que pagar por ella algunos herederos renuncien a todo y juren que ni siquiera conocían al finado?»
Cada día estoy más convencido de que si calculásemos los impuestos que pagamos descolgaríamos el trabuco del abuelo. La administración central, la autonómica y ... la municipal son expertas en aplicar a casi todas nuestras actividades tributos, cargas, arbitrios, cánones, tasas y aranceles que rara vez analizamos con calma porque es imposible luchar contra los elementos. Existe un gravamen para cada cosa, desde la gasolina o la luz hasta el pan, un cortaúñas o las pipas de calabaza, y muchos de ellos (como el IVA, por ejemplo) se repiten de mano en mano, como la falsa moneda.
Uno de los más odiosos es el llamado Impuesto de Sucesiones, que se aplica a los descendientes del finado cuando van a hacerse cargo de la herencia. Si su padre de usted (es un poner) deja diez mil euros, antes de diñarla habrá pagado por ellos un pastón a lo largo de toda su vida, por lo que se supone que deberían estar libres de impuestos. Pues no, desocupado lector: tendrá que pasar, al menos, por tres cajas: la de Hacienda, que le meterá un clavo; la del banco, que se quedará algo entre las uñas; y la de la Notaría. Por cosas así ¿a quién le extraña que ante la posibilidad de cobrar una miseria y tener que pagar por ella algunos herederos renuncien a todo y juren que ni siquiera conocían al finado?
Este reportaje asegura que han bajado esas renuncias, por lo que llego a una de estas conclusiones: que ha mejorado el botín a recibir, o que nos va la marcha...
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