Antropofagia mental
Crónica del manicomio ·
«En el fondo, matamos para ver quién tiene más fuerza y quién es capaz de matar más y mejor»Una de las ocupaciones principales del mundo animal, quizá la más importante en su sociedad, es comerse los unos a los otros. Cuando se visita ... el Serengueti o el cráter de Ngorongoro, el primer escenario al que te invitan es a contemplar el espectáculo de la naturaleza silvestre y, el segundo, ir a ver como se persiguen y devoran las bestias. Si no todas, sí al menos las que concurren a esa batalla desigual que se libra entre las que montan sobre pezuñas, que engordan sin molestar, y las que lucen garras, que aprovechan la gula de las demás.
No es de extrañar, por lo tanto, que al vertebrado humano se le califique inicialmente como una especie recolectora-cazadora, porque sembraba y depredaba. Y más adelante, una vez que la colectividad entró en escena, se le reconoció como una variedad recolectora-ganadera, porque segaba y pastoreaba. Es decir, porque había aprendido a neutralizar, demorar y administrar la caza.
Desde este punto de vista, los debates actuales en torno a las virtudes o vicios del cazador deportivo, se ciñen en realidad a respetar las costumbres ancestrales de matar o a preferir las formas contemporáneas. Esto es, si es preferible matar animales libres, bajo la mirada crítica de los animalistas, o es mejor promover una matanza industrial, cuyos resultados se exponen en la carnicería del barrio. Escabechina que, por otra parte, no parece preocupar mucho a los críticos de la violencia contra el mundo animal.
Sin embargo, el problema del homo sapiens es que mata a otras especies por necesidad, pero por simple placer a sus congéneres. Y como entre nosotros no somos de especies distintas, se acaba justificando la muerte por diferencias menores: de raza, religión, sexo e ideología. Pero se mata. No se para de matar. Incluso se han llegado a programar matanzas en frío, mediante procedimientos técnicos bien planificados. Durante el Holocausto se mató a millones de judíos en fábricas de muertos, en mataderos humanos. Había una raza que molestaba. Era culta, civilizada y ahorradora, pero había matado a Dios y no tenía patria.
En el fondo, matamos para ver quién tiene más fuerza y quién es capaz de matar más y mejor. Pero cuando el baño de sangre ya nos repugna, aún queda otra forma incruenta de matar: la antropofagia mental. Una modalidad no exenta de crueldad que consiste en subordinar al otro, en crear dependencias, en generar esclavos emocionales que no sepan guiarse en la vida sin lograr nuestra aquiescencia.
Mediante estos procedimientos devoramos psíquicamente al prójimo e infantilizamos a la gente. Gobernar las conciencias ajenas es uno de los crímenes que el puritanismo es capaz de consumar sin mancharse las manos. Le basta con prohibir, reprimir e intentar normalizar a quien se defina como extraño, independiente e inusual. Es decir, al que identificamos como loco. El loco es la víctima propiciatoria de la antropofagia mental.
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