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Nadie podrá escudarse en discutibles decisiones arbitrales, mala suerte u otro posible argumento al uso. El Pucela ya está en Segunda División por méritos propios. ... Hay que reconocer que se lo ha trabajado a lo largo de toda la temporada, jornada tras jornada, sin cejar en el empeño, haciendo el ridículo en los campos visitados y también en Zorrilla, arrastrando por el barro un escudo que algunos jugadores no merecen y demostrando la impotencia de tres entrenadores, Pezzolano, Cocca y Rubio, que más vale que hubieran hecho mejores planteamientos.
Y por encima de todo ello, la ausencia clamorosa de una plantilla solvente y con garantías. Lo que hemos visto estos meses, salvo excepciones, es un remedo de lo que se suponen que son jugadores profesionales fracasando en casi todos los lugares que han visitado, incluyendo también Valladolid. Una insignificancia insoportable, el hazmerreír de la división de honor, eternos farolillos rojos de una categoría que no hemos respetado ni lamentablemente nos merecemos con estos mimbres
La afición amerita un monumento, más allá de las peticiones permanentes de perdón habituales. No es así como se honra una historia ni una camiseta, la blanquivioleta, que nunca ha vestido una temporada tan desastrosa en su larga existencia. Daba pena asomarse cada semana a la pantalla del televisor o acudir al José Zorrilla para terminar indefectiblemente enfadados, decepcionados y amargados. En esto ha consistido la aventura efímera de Primera con un equipo inane y una directiva innoble. Ni Ronaldo Nazario ni el ínclito Domingo Catoira han sido capaces de reaccionar con estrategia, fichajes o ideas para salvar al equipo de un abismo en el que se ha despeñado por derecho propio debido a su incapacidad y escasa calidad. Una pena, sin duda, porque ahora el purgatorio de Segunda puede ser largo y temible. La bajada al infierno es justa y nadie podrá decir que no la esperaba después de tantas semanas de proclamar clamorosamente la impotencia por los estadios de toda España.
Nos han metido goles hasta el hartazgo, no hemos tirado a puerta casi nunca y los escasísimos tantos que hemos marcado nos han sabido a gloria en espera de una continuidad que nunca se ha producido. Ha faltado coraje, profesionalidad, calidad, táctica, modos, solvencia, maneras, hechuras de equipo y, en su lugar, ha sobrado mediocridad, incapacidad, pobreza de juego, ausencia de planteamientos… en fin, todo lo que define a un equipo de fútbol con orgullo y hambre de ganar. Nosotros, ni una cosa ni la otra.
Lo mejor, ya digo, la afición. Apoyo constante y presencia inmarcesible, desafiando al clima, a la lluvia, al bochorno y a la tozuda realidad. Asumiendo una manera de perder constante, invariable e inadmisible; contemplando a un equipo que no ha merecido los colores, así de claro y así de real. Ahora no caben lamentos ni justificaciones imposibles, solo asumir la realidad y ponerle ganas para corregir el rumbo en un futuro que no puede pasar por una directiva cuyos miembros deberían de ser declarados personas non gratas en la ciudad. El daño ya es irreparable y a la vista está. Costará recuperarse y volver a armar algo parecido a lo que otros clubes tienen y nos resulta tan ajeno en estos momentos. Hemos sido malos, pésimos, y llegamos a esta situación por incompetencia. Aquí no valen paños calientes ni argumentos para salvar la cara por la sencilla razón de que no hay nada que salvar. Este club, esta camiseta y está afición se merecen otra cosa y no el esperpento cruel que, desgraciadamente, hemos sufrido semana tras semana.
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