Mañueco 'shogun'
«El poder del comandante en jefe se mide por el modo en que los enemigos renuncian incluso a plantar batalla»
Que había un emperador, sí, pero ojito con el shogun con mando en plaza. Que un shogun hecho a las bambalinas y los tejemanejes y ... con un poco de tino para ajustar los tiempos es más peligroso que un homeópata al frente de una facultad de Medicina. El emperador Pablo Casado y su acólito Teodoro García Egea quisieron derribar al shogun Mañueco y a otros cuantos como él, y en el lance salieron decapitados de un golpe de katana. Luego llegó un viceshogun con ganas de incordiar y con demasiados jugueteos con el rival, Francisco Igea, y el shogun lo ejecutó con un tuit y un Bocyl en vísperas de Navidad.
Pero el poder del shogun se mide por el modo en que los enemigos renuncian incluso a plantar batalla. Ellos solos se colocan ante el comandante en jefe y, sin que acabe de quedar clara la afrenta, sacan el 'tanto', una daga monísima y afiladísima, y se abren el vientre, zasca, de izquierda a derecha y de arriba a abajo. Como Juan García-Gallardo. Y de paso, junto a él, se arrodillan los demás consejeros, aunque sea de mala gana, para que los 'suicide' el propio shogun si acaso les tiembla la mano. Bueno, todos no. Siempre hay alguno más escéptico con la tradición suicida que se confiesa leal y fiel al shogun y a la nómina y elige seguir vivo.
A Luis Tudanca los que le han puesto de rodillas ante el shogun son otros, los socialistas de Ferraz. Vestido de blanco, con su puñalito pero sin ganas de matarse. «Que no, que no, que yo sigo y peleo con el shogun», grita. No sabe que tras el autor del 'hara kiri' siempre se colocaba el 'kaishaku', un tipo cuya misión era cortarle la cabeza al suicida en cuanto se clavara el cuchillo. Para que no sufriera, dice la historia. O para asegurarse de que cae muerto. A mayor gloria del shogun Mañueco, en este caso.
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