A años luz
La Platería en llamas ·
Las parálisis en los proyectos más ambiciosos acabarán convirtiéndose en una dolorosa seña de identidadEl destino de Andrómeda pasa por entrar en contacto con el nuestro, aunque todo parece indicar que aún estamos a años luz de distancia hasta ... que llegue el momento en que eso ocurra. La afirmación podría venir de los expertos de la NASA, pero la traen del brazo los vecinos del barrio de la Pilarica, que mantienen y reciclan la entrañable figura del mirón de obras hasta actualizarla convenientemente como vigilante de promesas.
Allende las vías, en la zona noreste de la ciudad, se sufre el aislamiento desde que los trenes de alta velocidad nos pasaron por encima y las promesas del soterramiento acabaron por los suelos; ahí donde yace moribunda la vergüenza de tanto preboste envanecido que nos señaló durante décadas un horizonte que ni Kim Jong-Un hubiera pintado tan luminoso en sus mejores trampantojos. Por fortuna, nosotros podemos vigilar y denunciar, que no es poco, habida cuenta del mundo que nos está quedando. Así que el grito acaba en el cielo en cuanto las máquinas dejan de estropear la siesta en la calle Nochebuena.
Ya ocurrió a comienzos de este infausto año —cuando Óscar Puente recurrió al argumento rayano en el sainete de que faltaba hormigón— y ocurre ahora, cuando Javier Izquierdo se pierde en un laberinto técnico a vueltas con las hincas. Cada día está más cerca el desgraciado momento en que el mastín del jefe de obra se coma los planos del proyecto y un cargo intermedio —que esos retos dialécticos siempre caen en cascada— intente explicarlo durante una rueda de prensa. Sea como fuere, el necesario y perentorio túnel de Andrómeda recuerda a la galaxia que toda la humanidad ha visto venir noche tras noche desde el inicio de los tiempos y nunca llega.
Recomendarán con templanza y mesura desde el Ayuntamiento y desde el Gobierno —Adif calla— que debemos serenarnos, mantener intactas la paz y la confianza porque el compromiso político con la costura de la ciudad es firme y decidido. Pero habrán de entender que esta hermosa y amigable ciudad de Valladolid adolece de un resabio que a nadie deseo. A poco que haga uno memoria se le viene a la mente esa colección de sueños rotos que pudiera merecer estrofa en una canción de Sabina; una estrofa inacabada, claro, para continuar con el hechizo que nos persigue y que arrumba con la esperanza de todas nuestras generaciones desde que aquella Corte vino y se marchó como si viviéramos en una película de Berlanga.
Esperemos que no se nos malinterprete ni se nos simplifique. No desconfiamos porque el soterramiento y el plan Rogers elevaron nuestros sueños y envalentonaron nuestros endeudamientos hace una década. La desconfianza brotada de aquella decepción se suma, supone un renglón más que habrá de enfilarse junto a una Catedral inacabada, que a duras penas mantuvo esforzados ataques de construcción durante centurias hasta acabar exhausta a fin de culminar, al menos, una torre tras el hundimiento de la primera.
Y habrá de acompañar al inmenso esfuerzo que supuso la construcción de un Canal de Castilla que jamás logró su sueño ilustrado de comunicación con el Cantábrico y apenas cumplió su propósito unas décadas, condenado a la obsolescencia mercantil y al consuelo del deleite turístico al poco de sentir su utilidad. Cómo olvidar aquellas Vigías de Castilla, tres en el plano, junto al Pisuerga; picas arrogantes que habrían de simbolizar el progreso y el crecimiento de una Valladolid con ínfulas, y de la que sobrevive un edificio Duque de Lerma que antes fue tablón de anuncios; o aquel inabarcable Alcázar de Cristo Rey, cuya torre habría de superar todas las alturas. Cómo no mantenerse vigilante si estamos tan lejos de la confianza plena como Andrómeda del sol de mediodía.
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