Torre Pacheco y otros racismos de guante blanco
Carta del director ·
«Lo que ocurre allí no se produce en un contexto ni parecido al de nuestro entorno más próximo, por lo que todo juicio tajante que se formule debería filtrarse antes por la cautela y el sentido de la medida»Torre Pacheco es un municipio mediano de Murcia. Está situado en Campo de Cartagena, al sur de la capital. Tiene unos 40.000 habitantes. También ... tiene varias pandillas de cafres radicales de extrema derecha que han encendido una preocupante mecha de violencia racista. Y tiene cinco campos de golf.
Según el Instituto Nacional de Estadística, con datos de 2022, una cuarta parte de esos aproximadamente 40.000 habitantes son extranjeros y, de ellos, algo más de la mitad son de origen marroquí: 6.500. Para hacernos a la idea, Torre Pacheco es como si juntáramos Arroyo de la Encomienda y Laguna de Duero. O como si sumáramos Laguna de Duero y Medina del Campo. De esas tres localidades, la que acoge a un mayor número de extranjeros es Medina, aunque no llega al 7%: son unos 1.400 y solo un tercio de ellos son marroquíes.
Medina del Campo debería tener más de 4.200 extranjeros, dos mil de ellos de procedencia marroquí, para equipararse demográficamente con el pueblo murciano. Más datos. En Torre Pacheco hay el doble de extranjeros de aquel país que los que viven en toda la provincia de Ávila o en toda la de Burgos o en toda la de León. La mejor referencia para hacerse una idea de la concentración de población extranjera magrebí que registra Torre Pacheco es señalar que en toda Castilla y León hay empadronados unos 25.000 ciudadanos de Marruecos. Cuatro veces más, pero eso sí, en un territorio 500 veces mayor. Ampliando la perspectiva, y para situarnos en el mismo plano de realidad aunque a otra escala, en Valladolid capital deberían residir unos 75.000 extranjeros. Más de 35.000 de ellos tendrían que ser marroquíes, no 3.000, como sucede hoy. Y deberíamos tener 35 campos de golf.
Estas comparaciones no tienen otro objeto que orillar las generalidades y los prejuicios. El hablar por hablar. Sirven para entender que lo que ocurre allí no se produce en un contexto ni parecido al de nuestro entorno más próximo, por lo que todo juicio tajante que se formule, me da igual en qué sentido, debería filtrarse antes por la cautela y el sentido de la medida. La vida siempre es infinitamente más compleja de lo que nos muestran las declaraciones partidistas, las tertulias, las pancartas o las redes sociales.
Dicho lo cual, hay que condenar y aborrecer cualquier acción de violencia racista, despreciable desde todos los ángulos que usemos para abordarla, sean humanos, sociales o intelectuales. Más aún si se trata de una violencia organizada por parte de grupos de ideología fascista con modelos que encuentran su inspiración en las cacerías con rehala. Y también hay que criticar con dureza cualquier mensaje que derrame gasolina en estas situaciones. De ahí que todos los portavoces de Vox que se desahogan con simplismos y barbaridades, como José Ángel Antelo o Rocío de Meer, lo que consiguen es activar no solo actitudes xenófobas, sino de odio. Exactamente, de odio. No son mensajes en los que el protagonismo se lo lleven palabras como acogida, gestión, orden, control, sino 'deportación', 'ilegales' o 'remigración'. Abascal debe entender que una cosa es un programa político mega derechista, merced al cual en Torre Pacheco sacó un 26% de los votos en las últimas generales (3.800 sufragios) como segunda fuerza, más que el PSOE, y otra muy distinta cómo se defiende, quién lo hace y con qué argumentos. O contra quién se plantea, particularmente cuando, no se entiende por qué, los medios de comunicación o periodistas que nos limitamos a transmitir lo que pasa estamos en la diana. Estos planteamientos de Vox son, sin lugar a dudas, rechazables por completo. Y racistas. Por supuesto.
Pero ni de lejos el problema (de España, de la inmigración...) es solo Vox ni sus líderes, más o menos marrulleros, más o menos exaltados o racistas. Nuestro debate político está sumergido desde hace años en un profundo pozo de cinismo. Y en ese pozo se cuecen todo tipo de racismos de guante blanco. Es el «racismo de interior», como acuñaba el martes en su viñeta Muskupapi. Ningún partido político escapa a este impulso psicópata. Igual que he hecho otras veces, recurro a quien lo expresa con agudeza y sin equívocos. Impecable: «Hay otros xenófobos españoles (a su pesar) además de los que organizan partidas antimusulmanas. Son los que, poseídos de un sentimiento de superioridad étnica o cultural, desprecian al resto del país y subvierten a su antojo las instituciones democráticas. Los que presumen de una genética distinta, los que en nombre de una nación falsa mataban a la gente por la espalda o los que han intentado dejar en Cataluña a la mitad de sus conciudadanos sin patria. Y a esos no sólo no los lleva el Gobierno ante el juez sino que los indulta de sus condenas, les concede franquicias fiscales y prebendas carcelarias y les borra los delitos para poder tratarlos como socios de confianza». Lo decía Ignacio Camacho el miércoles en ABC.
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