El ambiente político
«Desde que se instaló la nueva política y se fragmentó y pluralizó el mapa electoral, los vecinos ya no conviven; simplemente compiten a muerte»
Me creerán si les digo que no sabía muy bien ni como titular este artículo, obviamente referido a los acontecimientos que agitaron la política española ... estos días, ni como ordenar las reflexiones sobre todo lo sucedido. Es una de estas situaciones en que uno tiene la sensación de que, antes de que se seque la tinta de lo escrito, puede haberse desactualizado el análisis. Y así es: de momento sabemos lo que pasó; o, más bien, sabemos lo que sabemos, porque seguramente hay muchas claves aún pendientes de conocerse; pero faltan de saberse los efectos finales de lo que pasó, que es lo más importante. Nada menos que el resultado de algunas de las mociones y, sobre todo, el de unas elecciones, absolutamente peculiares por el significado que han adquirido, con las que nadie contaba a estas alturas. En Madrid, precisamente, rompeolas de todos los oleajes imaginables. Así que me acomodo en la provisionalidad del pensamiento, y ya habrá tiempo de tomar posición sin el riesgo de lo efímero.
La primera reflexión debería ir dirigida a detectar los orígenes, causas, o explicaciones, de lo sucedido. Porque todo puede parecer una especie de ventolera que entró en la península por el Mar Menor de la costa murciana, ascendió hacia el centro, convirtiéndose en tornado cuando llegó a Madrid, y lo hizo con tal fuerza que la onda expansiva terminó alcanzando a Castilla y León. Obviamente, no es así; los orígenes son bastante más remotos, más profundos y más complejos. Hay quien piensa que están en Cataluña, en las elecciones que se celebraron allí hace poco más de un mes, y en las turbulencias derivadas del resultado, especialmente en el caso de Ciudadanos para lo que ahora interesa. Quizá eso pueda explicar una parte de lo inmediato; pero hay mucho más, que se remonta a otros procesos electorales de los últimos tiempos, sean las elecciones generales repetidas, las autonómicas y municipales en medio, y, creo que de manera muy especial a las que se celebraron después en Galicia, en el País Vasco y finalmente en Cataluña. Hubo un tiempo en que este tipo de elecciones se veían más aisladamente, con interés, pero sin tantos efectos colaterales. Cada elección se convierte ahora en una especie de envite casi definitivo, una antesala del juicio final, y no es casual que sea así. Que Podemos perdiera toda su representación en Galicia, que a Ciudadanos le pasara casi lo mismo en Cataluña, que Vox haya emergido aquí y allá con pujanza, tiene mucho que ver con los movimientos que se han producido.
Lo que ocurre es que desde que se instaló entre nosotros la llamada nueva política y se fragmentó y pluralizó el mapa electoral, por causas muy diversas y algunas justificadas, los espacios se han achicado y los vecinos ya no conviven; simplemente compiten a muerte, tensionan, polarizan y practican estrategias de frente y trinchera, porque no encontraron otra manera de afirmarse. Y cuando se intuye cercano el ostracismo y se comprueba que la potencia representativa languidece, la angustia impulsa reacciones extravagantes. Así se explica buena parte de lo que pasa: que se vaya y se venga, que se cambien las alianzas, que se presenten mociones de censura contra gobiernos en los que se participa, que se aproveche la desorientación y la debilidad ajena, que se aliente la deslealtad y la indisciplina, y tantas otras cosas. Y si los movimientos impulsivos han afectado más especialmente a los nuevos, en fase de asentamiento y con subidas y bajadas vertiginosas, los clásicos, léase el PSOE y el PP, no han permanecido al margen, sea porque no han podido, sea porque no han querido, congratulándose a menudo cada uno de que el otro tuviera un competidor, o más de uno, disputando su espacio y mermando sus opciones; y tampoco han sabido tejer algo de complicidad en lo fundamental, ni siquiera para disminuir la dependencia de terceros que se han beneficiado de la animadversión, sustentando proyectos incompatibles.
Por supuesto que esta descripción del ambiente necesitaría mil matices, pero, para empezar, el esperpento murciano sólo encuentra cierta lógica en ese contexto, una vez conocido todo su desarrollo, desde el principio hasta el final; al menos, visto desde fuera, porque reconozco que me faltan datos para saber quién es quién, y porqué cada quién hace lo que hace en ese episodio lleno de entresijos nada edificantes.
Tampoco tengo claro que la réplica madrileña al órdago de Murcia sea proporcionada. Y, a mi entender, no tanto por lo que tenga de reacción irresponsable una convocatoria electoral en tiempo de pandemia; ya hubo elecciones en Cataluña en idéntica situación, y se defendió la fecha frente al intento de aplazamiento, si bien allí tocaba hacerlas por obvios motivos, que no concurrían en Madrid. Creo que es más preocupante la imagen global que proyecta, junto con todo lo demás que ocurrió, en un momento todavía crítico, o muy crítico, con retos sanitarios y económicos, a los que no les viene nada bien ni el incremento de la tensión, ni el efecto añadido de provisionalidad inestable, cuando tan conveniente es la certidumbre y la previsibilidad, por no hablar de la distención y el consenso, que ya sé que a estas alturas suenan a música celestial.
En medio de todo eso, y por lo que tiene de pintoresco, dará mucho que hablar el salto de la Vicepresidencia del Gobierno a la candidatura autonómica del líder de Podemos, presentado como gesto heroico para combatir al enemigo, cuando es probable que tenga más que ver con el listón del cinco por ciento, también angustioso, pero bastante menos sublime. Y aun así está por ver el efecto final: polarizará la campaña, y seguramente la votación, fraccionará más los espacios políticos contiguos, restará visibilidad a opciones más intermedias y moderadas, y hasta es posible que produzca ese curioso efecto político que consiste en activar el voto útil en favor del adversario de referencia, en tanta o mayor medida que el propio. Todo se verá, pero no es descartable que el impacto de esa apuesta de doble efecto, hacia el PSOE y Más Madrid, de un lado, y hacia el PP y Vox, de otro, sea motivo de lamento el 5 de mayo.
Y, por fin, lo más cercano, la moción de censura en Castilla y León. Cabe admitir que existían motivos bastante evidentes, más que en otros sitios: el propio resultado electoral, la imagen de 'coalición forzada' con que se configuró la Junta, los susurros de inestabilidad en la alianza, los episodios oscuros, algunas graves decisiones en la gestión de la pandemia, y, por qué no decirlo, hasta el trasiego político de Ciudadanos; todo eso la hacía más previsible, sea cual sea el resultado final. El problema, creo yo, está en que, tras haber sido demasiado anunciada, se haya terminado por presentar como un eslabón más de la reacción a otros episodios, o como parte de una estrategia externa, lo que seguramente le quita algo de la motivación propia que podía tener, disminuyendo en la mezcla su eficacia política autónoma.
Pero, habiendo tanto pendiente a día de hoy, le seguiremos dando vueltas. ¡Qué remedio!
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