Trump en su vanagloria
En un mundo real, la guerra inacabada entre Ucrania y Rusia debería haber sido la máxima prioridad en la cumbre de La Haya
Con tanta parafernalia y boato, el resultado de la Cumbre de la Alianza Atlántica celebrada el pasado 25 de junio no fue glorioso. Los líderes ... europeos tuvieron que ceder a las exigencias mercantiles del presidente estadounidense Donald Trump para alimentar su caja insaciable del dinero destinado a la guerra, satisfacer al dragón del negocio bélico y aceptar una declaración muy discreta sobre Rusia y su guerra contra Ucrania. La guinda de ese pastel diplomático aprovechó el compromiso histórico de los países europeos para dar una lección en la Cumbre de la OTAN celebrada en La Haya: Trump amenazó a los 'aliados parásitos' y anunció con su voz trepidante y tronitosa su política para obtener un generoso paquete de miles de millones de dólares en compras de armas destinados a su balanza comercial. Nada fue casual ni baladí de lo allí acordado, aunque sí bendecido por Trump como una «cumbre fantástica» y una «victoria monumental» para Estados Unidos de América y su presidente baladrón.
La Cumbre de La Haya ha marcado la reforma de una nueva era en la OTAN a la medida de Trump: el regreso a las raíces de la Alianza con un sistema de defensa colectivo para disuadir a Rusia, la elevación de los niveles de gasto armamentístico tan elevados como en los tiempos de la Guerra Fría y el propósito de alimentar la economía de la industria bélica, primordial negocio del que es magistrado Donald Trump. En resumen, su ambición es obligar a Europa a aumentar su cupo armamentista. Es difícil complacer a un presidente estadounidense que no oculta su desprecio por sus aliados europeos ni su odio hacia la Unión Europea.
Donald Trump evita sin embargo su gran preocupación: la amenaza de Rusia. Hace un año, en el comunicado de la Cumbre de la OTAN en Washington describió él a Vladimir Putin como «la amenaza más significativa» en Europa; un año más tarde, este vocabulario ya no cuadra a la Casa Blanca. Trump exige a sus aliados europeos aplicar el nuevo compromiso de aumentar el gasto de defensa al 5% de su respectivo Producto Interior Bruto. Su nuevo talismán financiero es una proeza aparente que surge de los vodeviles de sus negocios. Pero, además de ser el resultado de un artificio económico, esa cifra adquiere una dimensión punitiva y hasta ritual, mientras que el aumento de los presupuestos de defensa en Europa deben solo responder a una necesidad real: la de un mundo donde la seguridad de Europa se ve seriamente amenazada.
La ruleta rusa diseñada por el presidente estadounidense impone este cálculo a sus socios europeos, según la revista francesa Le Grand Continent de geopolítica y asuntos financieros, para gastar en defensa el 5% del PIB correspondiente a 510.000 millones de euros al año: España tendría que destinar 65.300 millones de euros e Italia 82.900 millones; esa cifra de Francia ascendería a 92.700 millones y el esfuerzo adicional de Alemania sumaría 136.100 millones de euros. Donald Trump no apreció la excepción española anunciada en la cumbre de La Haya y reaccionó atemorizando con el arma de sus aranceles: «Cuando negociemos acuerdos comerciales con España, les haremos pagar el doble, porque son el único país de la OTAN que se niega a colaborar. Y España no podrá responder en solitario».
Con su petulancia de perseguidor de herejes, Donald Trump se erige cual estrella universal, salvador de libertades y líder del panorama mundial político y mediático, aunque sus victorias son muy precarias, a veces también estridentes y frágiles obtenidas a golpe de amenazas. Según él, los asuntos de la OTAN ya no dependen ni de guerras ni armas, sino de dinero, de mucho dinero. En un mundo real, la guerra inacabada entre Ucrania y Rusia debería haber sido la máxima prioridad en la cumbre de La Haya, pero en un mundo dominado y ordenado por el mercader altanero Donald Trump es comprensible que los altos mandos de los países aliados tuvieron que soportar las amenazas y bufonadas del presidente norteamericano, esperando quizás otras circunstancias que las de una celebración amañada por las dudosas recientes victorias en Irán del jefe de guerra llegado al continente europeo desde el otro lado del océano. Surgida del deseo estadounidense de proteger a Europa del comunismo, la Alianza Atlántica experimentó profundos cambios tras la caída del Muro de Berlín, expandiéndose y asumiendo nuevas misiones, sin demostrar nunca plenamente su eficacia. Pero eso ya es historia.
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