Aguafiestas
Crónica del manicomio ·
«Incluso cuando la bondad presenta sus mejores pruebas, probablemente alguien observe entre ellas un gesto inhumano que nos coja de sorpresa»La mejor prueba de la existencia de aguafiestas es la rotundidad con que algunos pensadores combaten el buenismo y las bellas ideas. Por ejemplo, la ... naturalidad con que Hannah Arendt sostiene, en un ensayo sobre la Revolución, que la fraternidad descansa en el fratricidio. O el desparpajo con que Denis de Rougemont, aludiendo al amor en Occidente, no tiene reparos en defender que el matrimonio nace del adulterio de forma directa. Añadamos, para mejorar el menú de desengaños, la opinión de que el origen de la humildad es la ambición, dando cuenta así de un hecho curioso, como que los humildes son gente apocada y ocultamente ambiciosa. Y si esta orgullosa humildad no basta para desencantarnos, podemos argüir sobre la hipocresía con que el cristianismo presume de liberarnos de la esclavitud, sin advertirnos que a cambio nos sujeta a la tierra con los grilletes de la fe y la convicción.
Total, que si te pones de pie por simple curiosidad, para mirar más de lejos, como dicen que hizo la especie humana para separarse del mono y dejar de quitarnos las pulgas unos a los otros, se ve que el suelo donde se apoyan y crecen los mejores sentimientos está alfombrado de cieno. Nada es como parece y, sobre todo, nada está suficientemente limpio como para evitar que la suciedad crezca entre los pies.
Pocas cosas nos animan a pensar de forma altruista o generosa. Siempre hay alguien detrás al que le estorban nuestras ilusiones. No hay nada bueno que no discurra amalgamado con su propia negación. Incluso cuando la bondad presenta sus mejores pruebas, probablemente alguien observe entre ellas un gesto inhumano que nos coja de sorpresa.
Los aguafiestas no son gente cariñosa. Se valen de su facilidad para invertir todas las cosas y cambiar sin permiso el sentido de nuestras creencias. Sin embargo, no es necesario andar por ahí desilusionando a los demás. Las ilusiones se caen solas. Y si no caen, no hay ningún derecho a adelantar los tiempos y anticipar las decepciones que vengan al caso. La ilusión de los Reyes Magos, por poner un ejemplo, está construida para enseñarnos el destino de los deseos, que no es otro que morir cuando les llega su hora. Y aquí, como en todo, es la ocasión la que manda. Nadie en su sano juicio y con un corazón generoso, adelanta a lo niños la verdad y los despierta de su sueño. Pues los sueños están para tenerlos.
Quizá sólo haya una excepción justificada: cuando la gente sueña despierta. Entonces si cabe rebajar las ilusiones, pero incluso en este caso hay que hacerlo con prudencia. Basta con advertir que este o aquel callejón no tienen salida, sin necesidad de menospreciar la ilusión que empuja al viajero. El camino lo puedes cambiar cuando quieras, pero la vida no te deja fácilmente elegir otros sueños.
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