Para ganar a Vox ya no basta la supuesta superioridad moral
«Había otra alternativa de gobernabilidad, capaz también de evitar la repetición electoral. Pasaba por la abstención del PSOE, con la correspondiente negociación de los mínimos imprescindibles, incluidos los presupuestos. Pero nunca se planteó»
Creo que, a estas alturas, y consumado ya el acuerdo del PP con Vox para formar un gobierno regional de coalición, se puede afirmar que, ... superada la incertidumbre de aquellos primeros días tras las elecciones del 13 de febrero, era claro y patente que tal acontecimiento se iba a producir. Todos los indicios fueron apuntando en esa dirección y cuando, a punto de constituirse las nuevas Cortes de Castilla y León, el anuncio se hizo oficial, tanto para la elección de la mesa del Parlamento, como para gobernar la Junta con un acuerdo de legislatura, que incluía 32 objetivos programáticos, el margen de sorpresa era ya perfectamente inexistente.
Obviamente, las reacciones han sido para todos los gustos, como es normal en cualquier episodio político, o de otro tipo, que, de antemano, tiene partidarios y detractores. Así que ha habido satisfacción y decepción, alarma y comprensión, frustración y contento, preocupación y alborozo; no sé bien en qué proporción cada cosa, porque eso no es fácil de medir. También indiferencia, bastante indiferencia, como si para muchos el citado acuerdo estuviera ya tan descontado, o fuera visto con tal grado de inevitable fatalidad, a la vista del resultado electoral, que no mereciera la pena darle más vueltas al asunto, ni lamentarlo, ni todo lo contrario, porque la expectación inicial se había ido diluyendo y hasta, en muchas opiniones, lo que se valoraba como verdaderamente principal era que la hipótesis de una repetición electoral en un par de meses quedara descartada. Más o menos, así han sido las cosas. Y eso explicaría que la prevención y la reacción al pacto se haya dejado sentir más fuera de la región, e incluso fuera de España, que aquí dentro. Pero también es claro que ahora, por motivos bien evidente de significación política del paso dado, aquí y fuera, procede abrir el turno del debate a posteriori, que no siempre es el más interesante, pero puede ser el más riguroso porque se basa en hechos ya constatados.
A ello vamos, tratando de seleccionar los aspectos principales del análisis, pues ocurre que un acontecimiento como éste, que lleva dentro tanta capacidad para convertirse en asunto recurrente de los discursos políticos, está llamado a proporcionar muchas ocasiones para volver a considerarlo a medida que su propia evolución lo requiera y se vayan percibiendo sus efectos reales en el futuro próximo. No se olvide que el horizonte electoral, municipal y nacional, de 2023, estará cada vez más cerca y habrá muchas cuentas echadas sobre lo que este acuerdo puede suponer, sumando o restando. Ya hay quien piensa que esto de aquí no es más que un ensayo general, y con fuego real, para lo que vendrá, teniendo en cuenta que las posibilidades de que el centro derecha acceda a gobiernos municipales, y eventualmente al gobierno nacional, si es que se dan, es bastante probable que dependan de esa suma. Y creo también, por eso mismo, que, salvo imprevistos de elevado tamaño, como sería una constatación sistemática de que el acuerdo resta, el pacto durará, al menos hasta esos eventos electorales, por mucho que algunos pronósticos le auguren corta duración en tanto pueda suponer un lastre para las expectativas de cualquiera de los firmantes, especialmente del PP.
Dicho esto, hay un dato objetivo que no habrá pasado desapercibido: la cantidad de escaños que alcanza la suma del PP y Vox en esta ocasión, 44 en concreto, es, con mucha aproximación, la misma que alcanzaba el PP en sus mejores años de mayoría absoluta, esto es, cuando todo el voto desde el centro hasta los confines de la derecha estaba agrupado en el PP. Y así es; con mínimos trasvases de variada procedencia, se puede decir que la inmensa mayoría del voto de Vox fue voto del PP, y ya hay quien ha visto en ello una explicación razonable para el acuerdo, pues lo que habría ocurrido es que el voto de los representantes elegidos de ambos partidos ha vuelto a reunir lo que transitoriamente había separado el voto de los ciudadanos. El razonamiento no es tan simple, sin duda, pero el dato objetivo está ahí, provocando una curiosa reflexión retrospectiva. Había entonces analistas y politólogos que lamentaban que el PP ocupara tanto espacio, lo que se debía a que tenía dentro la extrema derecha, a diferencia de lo que pasaba en otros países del entorno, con la consiguiente ventaja electoral que eso suponía; a alguno de ellos he oído ahora lamentar también que constituyan opciones electoralmente diferenciadas, quizá porque así hayan podido captar más voto, a fin de agruparlo luego en un acuerdo de coalición para gobernar juntos.
Junto a ese dato objetivo, y admitida la preocupación, que comparto, que puedan suscitar los planteamientos y las actitudes predominantes en la extrema derecha, sumados a un nivel notable de intolerancia un tanto virulenta, también hay que admitir que no es discutible la legitimidad de su representación institucional. Están ahí, y tienen lo que tienen, por el voto de un número apreciable de los ciudadanos, no por un designio maligno de origen ignoto. Luego estarán los apoyos mediáticos, económicos, o de otro tipo, como también ocurre en otros casos. Hay quien considera, con ese argumento, que no es malo que estén en un gobierno, que es preferible eso a que campen a sus anchas en el extrarradio, porque así tendrán que gestionar, explicar y asumir responsabilidades. Otros creen que lo único razonable es el cordón sanitario, esto es, el acuerdo de los demás frente a la extrema derecha. No tengo yo muy claro que esta estrategia excluyente, que regala al excluido el argumento de la víctima justamente cuando está en alza, sea lo más aconsejable, y hasta creo que pudiera tener el efecto contrario. Me parece más interesante preferir que excluir, o sea, propiciar una alternativa, cuando la hay, antes que optar por la colusión, que es lo que supone el pacto entre varios en perjuicio de un tercero.
Así que la pregunta final es precisamente esa, si había otra alternativa de gobernabilidad, capaz también de evitar la repetición electoral. Y haberla, la había, y bien interesante en mi opinión. Pasaba por la abstención del PSOE, con la correspondiente negociación de los mínimos imprescindibles, incluidos los presupuestos. Pero nunca se planteó como una opción factible; ni el PP la pidió formalmente, ni el PSOE la ofreció formalmente, ni como objetivo deseable, ni siquiera como punto de partida de una negociación de resultado incierto. De manera que ni cordón sanitario, ni alternativa. Si ahora se trata de ganar adeptos a la causa de lo preferible, de manera que la extrema derecha no lo sea para tanta gente en el futuro, toca bregar, esto es, contraponer, razonar, explicar y convencer de que esa no es la mejor opción, de que hay otra con mejores principios y mejores efectos. Eso es la política, en definitiva; ganar el discurso. Quizá antes fue otra cosa; pero me temo que hoy ya no basta con invocar una supuesta superioridad moral concedida de antemano.
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