Editorial: Puigdemont vuelve a Waterloo
El expresidente de Cataluña regresa a Bélgica tras acabar con el ala más pragmática del PDeCAT y en busca del hiperliderazgo
el norte
Valladolid
Jueves, 26 de julio 2018, 08:35
El expresidente Puigdemont anunció ayer en Berlín que vuelve a Waterloo, a la mansión alquilada en Bruselas, sin una euroorden que le incomode, pero imposibilitado de retornar a España si no quiere ingresar de forma inmediata en prisión. Pese a ello, ha desdeñado el plazo de prescripción de los delitos de que se le acusa, que es de veinte años, con el peregrino argumento de que podría pisar Cataluña en cualquier momento si quisiese, en alusión a Cataluña-Norte (las cinco comarcas del departamento francés de los Pirineos Orientales cedido en el siglo XVII a Francia en virtud del Tratado de los Pirineos).
El irredentismo es chusco a veces. Regresa Puigdemont a Bélgica con ánimo aparentemente dialogante y apreciando el 'cambio de estilo' que se habría producido con la alternancia en el Gobierno español. Sin embargo, sus últimas intervenciones están lejos de la moderación que aparenta: la asamblea nacional del PDeCAT del último fin de semana supuso la defenestración del ala más pragmática, que representaba Marta Pascal. Y el lanzamiento de la Crida Nacional Republicana, una organización transversal que pretende situar bajo su hiperliderazgo al conjunto de partidos y organizaciones sociales independentistas, constituye una regresión democrática evidente.
Ha desdeñado el plazo de prescripción de los delitos de que se le acusa, de veinte años, con el peregrino argumento de que podría pisar Cataluña en cualquier momento si quisiese
Un retroceso que además representa una inamistosa opa política contra Esquerra Republicana de Catalunya, que no se presta a estas maniobras intimidatorias de democracia orgánica. Por añadidura, Puigdemont se ha empeñado en reintroducir en el PDeCAT el unilateralismo, que hubo de ser eliminado en su día para que sus estatutos fueran homologados por Interior, lo que indica que no ha renunciado al 'procés', ni a intentar un nuevo golpe de mano como el del 7 de septiembre, cuando el soberanismo rompió amarras con la democracia parlamentaria con la Ley de Desconexión, preámbulo del 1-O. El Gobierno central tiene otro talante y está abierta la vía del diálogo y el reencuentro, pero la vigencia de la Constitución y los límites del Estado de Derecho no han cambiado.
La torpeza de Macron
La crisis de autoridad política y confianza social que el episodio Benalla le ha supuesto al presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, podría haber sido suficiente para crear un muy grave conflicto y, desde luego, para acabar de un plumazo con su legítima reputación de hombre ilustrado. Benalla era jefe de Seguridad del presidente pero, en lo que parece un ridículo exceso de celo, se convirtió en policía antidisturbios y salió a la calle a golpear a sindicalistas el pasado primero de mayo.
Un rápido relevo del interesado lo habría resuelto todo pero, por razones que todavía intrigan, el hábil jefe del Estado tardó mucho en asumir el impacto social del episodio y sirvió en bandeja a la oposición un motivo de reprobación. Macron, muy tarde, ha optado por asumir toda la responsabilidad y parece confiar en su reconocida habilidad dialéctica y su sentido de lo que conviene hacer en términos de lidiar con un reproche social como el que le hacen los franceses.
El asunto aún tendrá ecos parlamentarios, sociales y políticos y tal vez promueva alguna dimisión más que las ya presentadas. Pero el mal ya está hecho y es tal vez el revés más fuerte que sufre el presidente, un hombre que había hecho el prodigio de llegar a la jefatura del Estado tras intuir lo que la sociedad aguardaba en días de penoso descrédito de los partidos.