Antonio Gamoneda: «Creo que a la poesía le conviene cierta soledad»
El premio Cervantes 2006 abre su casa en el Día Mundial de la Poesía a Luis Artigue, poeta en busca de la madurez, y a Silvia Abad, de 19 años, para hablar de poesía... y de todo lo demás
LUIS V. HUERGA / LEONOTICIAS
Sábado, 21 de marzo 2015, 11:01
Este sábado se celebra el Día Mundial de la Poesía, aunque el poeta y escritor ganador del Premio Cervantes en el año 2006, Antonio Gamoneda, tuerza el gesto cuando escucha esa denominación. «Ese día lo inventó Franco y sus amigos. La poesía no se vende en El Corte Inglés», protesta. Pero con motivo de esa conmemoración, que no gusta demasiado a los propios poetas, el salón de la casa de Gamoneda en León sirvió, hace unos días, de escenario para, por qué no, hablar de poesía.
Gamoneda cumplirá en mayo 84 años. Todos los sábados participa en una tertulia, en la que se habla de letras, con otro escritor, que está en los cuarenta, Luis Artigue. Él fue el otro tertuliano, que es como se le llama a las personas que se sientan en torno a una mesa para hablar, da igual de lo que sea. Faltaba, quizá, un tercer elemento en discordia. Con la ayuda de otro poeta de aquellos que acuden el ágora para tal efecto, Juan García Campal, llegó al punto de encuentro el día de la tertulia Silvia Abad Montoliú, una estudiante universitaria de 19 años, que expresó sentirse «abrumada» por verse sentada al lado de Gamoneda, y en la propia casa de todo un premio Cervantes.
Fue ella, sin embargo, quien dio la pista de qué es en lo que anda ahora enfrascado Antonio Gamoneda. Silvia Abad no tiene obra publicada. Es, por tanto, inédita. Fue entonces cuando el consagrado poeta, preocupado por los pantalones rotos por las rodillas de la joven, se mostró nostálgico e indicó que, quizá, le gustaría volver a ser inédito. «Yo pienso que a la poesía le conviene cierta soledad, una soledad que no excluye la compañía, la solidaridad respecto del entramado grupal de escritores y de literatura. Siendo así, yo estoy tratando seriamente de recuperar mi soledad".
«Uno a veces necesita el olvido»
Antonio Gamoneda dice que ahora anda intentando poner letra a la obra pictórica de un artista japonés, a quien quiere reseñar. Habla con cierto pesimismo de los «150 folios por revisar» de la segunda parte de sus memorias y, cuando se le pide que recite algo a sus invitados, los que le abordaron para hacer una entrevista en su casa, escoge los versos que escribió a su amigo, ya fallecido, Juan Gelman. De la pared del salón de su casa penden dos cuadros de Barjola, no muy grandes y, no se sabe muy bien porqué, la escalera de madera que da acceso a la segunda planta anuncia que, en aquel piso, hay libros, muchos libros, aunque desde abajo no se vean.
A Gamoneda le gustaría, con esa soledad que propone, alcanzar ahora «una circunstancia existencial un tanto análoga a la que proporciona la condición de ser inédito. «Es como si uno, hasta cierto punto, a veces necesitase del olvido. Sería el olvido el que recolocaría en la condición de inédito. Condición que, para que se entere Silvia, es positiva, muy buena para lo que yo entiendo por generador, no ya sólo sincera, sino vital». Porque Silvia es una de esas muchas jóvenes, también chicos, que tratan de mantener con vida la poesía, un género, aunque ellos, los poetas, dicen que no es un género, que se resiste a desaparecer. «De los jóvenes que quieren escribir poesía, muchos van a fracasar. También son necesarios para que la poesía tenga, históricamente, un valor de futuro», sostuvo Gamoneda.
Su primer libro, las primeras letras, su padre
El veterano escritor habló de lo que significa para él la poesía. Recordó cuando, con cinco años, después de que falleciera su padre y se trasladara de Oviedo a León con su madre para curar el asma, la guerra hizo cerrar las escuelas. Él, con cinco años, encontró en casa un libro, el único que había: Otra más alta vida que había escrito, precisamente, su padre. «Por esa necesidad, casi dramática, de chiquillo que quiere aprender a leer, pero que no hay escuela, se produjo algo que, si yo creyese en los milagros, creería que fue uno. El chiquillo, de una manera tan elemental, descubrió simultáneamente los libros de la escritura y un lenguaje que no era el convencional y el coloquial de todos los días», recordó.
Esa fue la forma en la que Antonio Gamoneda quedó ligado para siempre a la poesía, hasta el punto de llegar a ser uno de los nombres más destacados de la literatura latinoamericana del siglo XX. Quizá sea el referente, ese espejo en el que se miran y, seguramente no se reconocen, quienes vienen detrás. Luis Artigue, por ejemplo, aseguró que «cada uno llega a la poesía de una forma muy determinada y personal. Unos llegan a un tipo de poesía, otros a otra» y, en ese sentido, «es importante los poetas que has conocido». Entre ellos, por supuesto, Gamoneda.
Súbita descarga de de emociones alusivas
Él reconoció que «la música de la poesía» siempre le ha «llegado» y comparte con Ortega y Gasset aquello de que la poesía es «una súbita descarga de emociones alusivas». Pero para este escritor leonés, nacido en Villalobar, existe una cuestión que califica de «muy importante». «Hay que unir la poesía con el concepto de verdad. La poesía no es literatura, no es ficción. Ahora mismo desde el mundo de la política y del derecho bombardean con que todo es relativo y argumentable y no existe la verdad. Pues leemos poesía y escribimos poesía y existe para hacernos entender que existe la verdad», reflexionó.
Artigue no cree en internet como una forma de popularizar la poesía porque, puede, popularizar no sea lo mejor que le pueda pasar a la poesía. No las desdeña, reconoció, pero «el lenguaje poético es precisamente el momento en el que sabes que las palabras pesan, miden y huelen y eso queda diluido en las redes sociales. Creo que siempre va a existir la poesía y el libro en papel, que permite el sosiego y detenimiento que las redes sociales no dan».
Todo es subjetivo
A todo ello atiende, como maravillada por lo que está sucediendo en la casa de Antonio Gamoneda, la joven Silvia Abad Montoliú. «Creo que no eliges. Te das cuenta, poco a poco, de que esto es lo tuyo, que quieres hacerlo y lo haces», reconoció la joven estudiante, sin obra publicada, pero con maneras que apuntan. Eso sí, recordó aquella vez que, según dijo, con unos doce años, escribió su primer poema. No pareció que aquel recuerdo fuera agradable para ella, quizá por una autocrítica exagerada. «Sólo recuerdo dos palabras, balcón y amarillo», protestó entre bufidos.
Casanova, Panero (sin precisar quién de los tres o cuatro, tal vez porque no hace falta), los poetas malditos o los de la generación beat de aquel Estados Unidos de los años 50 son algunos de sus referentes. «A medida que vas leyendo y descubriendo otras formas de arte y de poesía vas adaptándolos a tu propia poesía», explicó la joven, que cree que la gente joven, la de su edad, «tiende a hacer poesía sencilla, pero con más sentido biográfico que observador» aunque reconoció, como Artigue y Gamoneda, que el hecho de que «un poema sea bueno o malo es subjetivo».
Y allí se quedaron los tres, charlando en el salón de Gamoneda, recitando poemas.