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Isabel Preysler.
Preysler y el nudo del pareo

Preysler y el nudo del pareo

Embarcada con Vargas Llosa en un periplo que los ha llevado de los fiordos a Bali, la reina de corazones reaparece en bañador tras diez años de posar vestida

ARANTZA FURUNDARENA / El Norte

Jueves, 18 de agosto 2016, 12:56

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Está demostrado que vivir con Isabel Preysler es fácil. Lo difícil es sobrevivirla. O al menos seguirle el ritmo. En ello está Vargas Llosa, ese hombre incapaz de pasar un día de su vida sin escribir durante cinco horas (ya es manía) y al que Preysler intenta reconducir con seductoras artes por la senda de 'il dolce far niente' embarcándolo en viajes interminables alrededor del mundo del lujo.

Pincha en hueso. Mientras ella reposa fuera en la hamaca, él repiquetea dentro en el portátil... Y cuando a ella le apetece relajarse (aún más) y beberse un Mai Tai (o dos, si son pequeños)... Entonces aparece él empuñando ese montón de folios impresos, con cara de ¡Eureka! y dispuesto a leerle en voz alta a su amada sus más recientes hallazgos literarios o una sesuda reflexión acerca del fujimorismo entendido como «una construcción artificialmente sostenida con una inyección frenética de demagogia, populismo, cuantiosos recursos...» Y, claro, así no hay quién desconecte.

¿Sobrevivirá el Nobel que dijo «Yo sin rutina no soy nadie» al doble estrés de seguir fiel a su agenda laboral y al mismo tiempo cumplir con el intenso programa de fiestas preysleriano? ¿Soportará Isabel tamaña sobredosis dialéctica durante el periodo más irracional del año? Un extenso reportaje gráfico publicado esta semana en ¡Hola! parece confirmar que sí. Que la pareja ha encontrado el justo equilibrio entre una cosa y la otra, ese 'ni pa ti ni pa mí' tan necesario en toda convivencia. Y eso que en algunas imágenes a ella se la ve deportiva y fresca como una lechuga y a él (unos pasos por detrás), 'agotaíto'...

No es para menos. Desde que empezó el verano llevan recorrido medio mundo: crucero por los fiordos escandinavos, viaje por las islas griegas, parada en Bali y prolongación del periplo por todo el Sudeste asiático. Vamos, que si hoy es martes esto es Kuala Lumpur. Tú haz todo eso a los 80 años y sin dejar de escribir cinco horas diarias... Y luego están las fotos. Tan idílicas y escogidas que hablan por sí solas. Huelen a exclusiva enmascarada. A lo que se denomina un 'falso robado'. Pura cultura del espectáculo, como hubiera denunciado el propio Vargas Llosa cuando era un escritor escrupuloso y alérgico a las revistas del corazón.

Pero la noticia en realidad no es que Preysler y Vargas veraneen en uno de los lugares más paradisiacos y remotos del planeta, disfrutando de espectaculares puestas de sol y mayordomo privado (el poderío se les supone). El bombazo es ver a la rutilante Isabel en traje de baño después de diez años posando como maja vestida. El titular de semejante 'scoop' periodístico podría ser: Sin novedad en el frente (ni tampoco en la retaguardia). Porque 'ten years after' a Preysler no se le ha descolgado ni un centímetro de su anatomía. Sigue a sus 65 años igual de estilizada que a los 30, con un tipazo refractario al michelín, la estría y la celulitis. ¿Cómo lo consigue? Se lo digo yo, que he sido testigo: pidiendo para comer «una manzanita y agua de Jamaica». No hay otra, queridas amigas. Dieta, buena genética, masajes diarios y mucho ejercicio.

Lo raro es que estando así de bien, se haya sentido obligada a marcharse a 14.000 kilómetros de distancia para ponerse el bañador. Tita Cervera, con tener mucho más que ocultar, según ha cruzado la frontera ya se ha plantado el biquini. Pero es que Preysler es una perfeccionista. Para protagonizar el posado playero de la década necesitaba el escenario perfecto (y que no la cazara algún paparachi ajeno a ¡Hola!). El resultado es un recital de estilo, con un pareo a juego de cada traje de baño (antes muerta que descoordinada). Ahora sabemos a qué dedica Isabel sus cinco horas diarias sin Mario: a atarse el nudo (recto, centrado, simétrico, impecable) del pareo.

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