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Cuando se produce un descenso son muchas las causas y muchos los causantes del fracaso. No hay un solo desencadenante y todos tienen su parte ... alícuota de responsabilidad. En un naufragio no hay nadie que se salve. Desde el capitán al último de los soldados rasos. Desde el presidente al directivo más testimonial, pasando por jugadores, técnicos, director deportivo, director general y todos aquellos que han tomado decisiones a lo largo de la temporada, sean irrelevantes o de calado, como ha sido el caso que nos ocupa. Y en este punto es donde me quiero detener, epicentro de todos los males que han perseguido al UEMC, prácticamente desde el salto inicial en este curso.
Podría remontarme al órdago lanzado contra Paco García para hacerle pagar su osadía de negociar su contrato con el club de fútbol a espaldas de la directiva. O poner el foco en la idoneidad de prescindir de Lolo Encinas sin atar antes un relevo a la altura de las circunstancias. O apuntar a la decisión, negligente a todas luces, de apostar por Iñaki Martín para terminar varando el barco y convertir su vestuario en el camarote de los hermanos Marx. O poner de relieve la pifia de Pepe Catalina al traer jugadores con defectos de fábrica o problemas de serie (llámese Egekeze o Nathan Hoover). Podríamos recapitular los mil y un episodios que por sí solos tendrían suficiente peso como para argumentar un descenso. Pero, sinceramente, creo que este batacazo tiene una carga de profundidad que va mucho más allá de dejar escapar partidos trascendentales ante Morón, Cantabria o Menorca.
El descenso no se consumó ayer.
La caída al precipicio se empezó a cocinar a fuego lento desde el mismo momento en el que ahí dentro se confundieron los papeles. Lo que en la cancha se llama reparto de roles.
En el momento en el que los que dicen no estar, se creen plenipotenciarios para mandar desde su atalaya sin sufrir el día a día. Aquellos que miran al tendido cuando se toma una mala decisión, aun formando parte de ella.
Basta citar un ejemplo para que el lector lo entienda. Dos días antes del descalabro de Oviedo que le costó el cargo a Iñaki Martín, tuvo lugar una reunión para renovar al técnico y reforzar, así, la confianza depositada en él. Una decisión, discutible en todo caso, que gana cotas de surrealismo por los nombres que la protagonizaron. Allí, en la cafetería de un polígono de la ciudad, se dieron cita Mike Hansen, Lorenzo Alonso, Saúl Hernández, Pablo Casero y el interfecto, Iñaki Martín. ¡No tomaron café ni el director general (Quique Peral) ni el director deportivo (Pepe Catalina)!
En fin, tan surrealista como que el propio Iñaki Martín ofreciera sus servicios como entrenador y director deportivo para ahorrar costes al club.
El desenlace lo conocemos todos. 48 horas después, el entrenador en vías de renovación fue destituido para su sorpresa y el timón pasó a manos del tercer capitán de la temporada. Una temporada para olvidar que exige una catarsis a conciencia. Para empezar, una reunión, da igual en el polígono que en las oficinas, entre los que mandan y los que dicen que no mandan, pero mandan más que los que mandan.
A la vista de estas líneas, juzguen ahora ustedes si es o no es justo el descenso.
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