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Veinticinco días han pasado desde que el polideportivo Pisuerga se fundiera a negro con el descenso de categoría, y la sensación de luto aún sigue ... impregnada en cada una de sus paredes. De hecho, todavía hay quien no ha dejado de frotarse los ojos desde que Menorca, con un plantel poco más que aseado, dejara sobre el parqué un puñado de lecciones.
Veinticinco días después, de puertas hacia dentro no se ha pasado página. La conmoción que ha dejado aquella última derrota es tal, que el inmovilismo se ha apoderado de un club incapaz de reaccionar cuando se tuerce el guion. Sucedió con la salida de Paco García, también en las horas que siguieron a la marcha de Lolo Encinas, podríamos sumar el episodio de la subvención perdida desde la Diputación (Alimentos de Valladolid), y desde luego su falta de cintura llegó a ser sonrojante a la hora de gestionar el demencial paso de Iñaki Martín en su segunda etapa en el banquillo. Se podría concluir que el club se bloquea cuando vienen mal dadas, y no estaríamos equivocados.
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Y en este punto, solo hay que rascar un poco para dar con el origen del problema y deducir que la fórmula de éxito que tantas alegrías reportó ha acabado sufriendo el desgaste propio del tiempo, contaminada en buena medida por el exceso de celo de determinados socios. Los famosos 16 socios, que serán quince el próximo 30 de junio –luego redundaremos en este punto–.
Antes quería poner el foco en la organización interna y en la interpretación que se ha hecho a la hora de tomar decisiones. Una estructura que ha terminado por engullir ese proyecto que prometía pasos cortos pero firmes, y que ahora deberá volver a gatear si quiere recuperar su estatus.
Pendiente como llegó a estar solo de apuntalar el tejado, ese proyecto necesita revisar de nuevo la solidez de sus cimientos para no caer en los mismos errores. Y reformular la hoja de ruta exige dotar de músculo a la propia estructura interna para que el club no se resquebraje ante el primer contratiempo.
La aparente normalidad con la que se gestionaba internamente el club hasta hace bien poco, se ha ido torciendo en el último año por las continuas interferencias que, además de distorsionar la realidad, contribuyeron a crear confusión de puertas hacia dentro. Primero fueron pequeños episodios, y la suma de todos ellos acabó por tejer una gran tela de araña que ha ido atrapando todo cuanto se le aproximaba, incluido el día a día del primer equipo.
En cualquier organización que se precie, contar con un presidente oficial –elegido en asamblea con todas las consecuencias– y otro oficioso que ejerce en la sombra, tiene mal encaje. Tampoco lo tiene pagar a un director general cuando hay otro, en la misma sombra, que se asoma de cuando en cuando para mantener reuniones esporádicas, y sin previo aviso, con las administraciones. Ya no digamos si el director general oficioso se erige en director deportivo para ofrecer renovaciones a jugadores aun con el descenso todavía caliente en la mochila...
Este, a grandes rasgos, es el escenario con el que ha acabado la temporada el Real Valladolid Baloncesto, y la carta de presentación con la que se va a recibir en unos días al CBCiudad de Valladolid.
En pleno proceso electoral, y a unos días de elegir al nuevo grupo de trabajo que debe reconducir la situación, nos encontramos con dos presidentes (Lorenzo Alonso y Mike Hansen, no necesariamente en ese orden), dos directores generales (Quique Peral y Saúl Hernández) y un director deportivo en la rampa de salida (Pepe Catalina) que debía consensuar los movimientos de mercado con sus dos presidentes, oficial y oficioso.
Lo dicho. Esa dualidad e interferencias con las que han debido convivir unos y malvivir otros, ha arrojado episodios tan kafkianos como el vivido dieciocho días antes de concluir la liga. Una reunión clandestina en un polígono para ofrecerle dos años más de contrato a Iñaki Martín. 48 horas antes de perder por 36 puntos en Oviedo... ¡y 72 horas antes de cesarle de sus funciones!
Pero aquello ya es pasado y toca pasar página, aprender de los errores cometidos y confiar en la junta directiva, incluida el presidente, que tomará las riendas a finales de esta misma semana. Y confiar con mayúsculas implica hasta las últimas consecuencias, no solo cuando sonríen los resultados. Un proyecto no es propio cuando se acierta y ajeno cuando vienen mal dadas. Lo es en las buenas y, sobre todo, en las malas.
No deja de ser paradójico que, teniendo dos presidentes durante la temporada, ahora que se necesita uno no haya nadie dispuesto a dar el paso y asumir el mando en primera persona. En este punto cabe recordar que, por estatutos, el presidente debe ser uno de los dieciséis socios –quince el próximo 30 de junio– que conforman la asamblea (Mike Hansen, Juanjo Fernández 'Feñe', Saúl Hernández, Alex Pellitero, Jesús Esteban, Pablo Casero, Santiago Rodríguez, Ángel Peña, Pedro Mateu, Carlos Ramos, Enrique Vázquez, Juan Carlos Muñoz, Óscar Mendiluce por parte de Carramimbre, los hermanos Pereda por Clínica Sur, y Lorenzo Alonso por Ibecon). No hace falta recordar donde quedará el voto del decimosexto socio, el Real Valladolid CF.
Uno de esos quince debería ser el próximo presidente, pero de momento no han fructificado ni los contactos ni las conversaciones mantenidas en los últimos días, por lo que todo apunta a que será Lorenzo Alonso el que repita legislatura. Él como nadie sabe cómo respira la bicefalia del club y el exceso de celo que desprende. Por lo tanto, de él depende que, antes incluso de dar el primer paso, se definan y circunscriban al milímetro los roles que cada uno va a asumir en la nueva etapa.
Le va en ello el prestigio, y también la cartera por la inversión realizada en su momento. Uno se atrevería a aseverar que, por encima incluso de la deuda –la plantilla no ha cobrado aún la nómina de abril y los nueve primeros días de mayo, pago previsto que se realice este martes–, para que la fórmula vuelva a ser de éxito es más importante que haya un solo presidente y un solo director general.
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