Solo el valiente
Punto de encuentro ·
Una obra argentina y otra de Azerbaiyán ligadas por la audacia de su dramaturgia¿Quién encontrará el camino del éxito en el cine? El éxito artístico, que para el comercial ya existen máquinas engendradoras de los señuelos que ... venden en taquilla. Como decía aquel viejo título del western, «solo el valiente». El valiente que apuesta fuerte, el que enarbola el riesgo como divisa. Dos estrenos de Punto de Encuentro traen ese correlato de valentía en los labios, exigible además en el arranque de las carreras de sus directores, cuando la ilusión arroya la prudencia y el cálculo.
'Fin de siglo' es el primer largometraje del argentino Lucio Castro. Rodado en Barcelona en diez días, y con unos medios de producción que los créditos, y no el resultado fílmico, delatan como modestos, cuenta la historia de una pareja que se reencuentra tras una relación fugaz de veinte años atrás. Esa podría ser la matriz narrativa de la obra. Pero la riqueza de los personajes pronto arrolla y desborda el cauce, difuminando los límites y dejando entrar las dudas y las ensoñaciones. La obra va tomando en su desarrollo esquemático el aspecto de una película hojaldre, formada por varias capas superpuestas, aparentemente separadas y con sabor y textura propia. Aquí la crema, luego el hojaldre, encima el azúcar glas, así hasta montar la hora y media de pastel. Sucede que cuando se come, cuando entra por los ojos la película, las capas se confunden, los sabores se combinan, las texturas se invaden. El pastel redondea su gracia en la mezcla.
En 'Fin de siglo' cada actor es cuerpo de personajes, en plural, aunque no desconectados entre sí. La imaginación, las fricciones, el tiempo, multiplican las identidades, abren posibilidades paralelas como los jardines que se bifurcan del cuento de Jorge Luis Borges. Y para ello es imprescindible contar con dos actores en estado de gracia absoluta, Juan Barberini y Ramón Pujol. No sé si Lucio Castro tuvo en la cabeza aquella antigua rareza de Álvaro del Amo, 'Dos', también construida sobre la identidad múltiple. En cualquier caso, la idea de obra abierta la recogemos en sus propias palabras: «Quiero que la película sea libre para existir en la mente de cada espectador de la forma en que se quiera vivir».
La otra rareza viene desde Azerbaiyán, aunque su director, Elmar Imanov, se formó en Alemania. 'Final de temporada' se podría resumir también en un molde clásico: pareja en crisis tras muchos años de matrimonio que explora la renovación de la convivencia con la ayuda de su hijo. Sin embargo el drama se cierra sobre sí mismo colocando al espectador en una situación incómoda. Los diálogos se paralizan, los silencios se van imponiendo desde la desconfianza de la relación y el desconcierto de los protagonistas.
El contrato comunicativo se rompe desde dentro y hacia fuera de la pantalla, y el espectador es empujado a no saber. No saber qué pasa por la cabeza de los personajes, no saber por qué hacen lo que hacen, no saber por qué callan, por qué se miran. Cuál es la historia verdadera. De la desaparición de la mujer durante unas horas se ofrecen dos explicaciones distintas, ambas aventureras, ambas disparatadas. La cámara se acerca a los protagonistas en primeros planos que solo encuentran perplejidad y silencio, y que se pueden prolongar varios minutos, como el que cierra la película con extrema audacia. Es difícil encontrar cómplices de la arriesgada dramaturgia de Elmar Imanov. Tal vez las pausas de Antonioni, tal vez los circunloquios de Hong Sang-soo. Y la valentía.
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