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Autorretrato de Sofonisba Anguissola pintado en 1610, con 75 años. EL NORTE
La retratista del hombre más poderoso del mundo

La retratista del hombre más poderoso del mundo

La italiana Sofonisba Anguissola fue la pintora de Corte de Felipe II durante 12 años, y artista admirada por Rubens, Van Dyck y hasta Velázquez

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Sábado, 2 de marzo 2019, 09:42

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Hace 460 años, en 1559, llegaba a España la italiana Sofonisba Anguissola para convertirse en la pintora de Corte de Felipe II, el monarca más poderoso del mundo. Durante 12 años ocupó tan preeminente posición y sin sufrir ningún desdoro, ni persecución, ni maledicencia por ello. Sofonisba es citada por el historiador Giorgio Vasari, y admirada e imitada por otros pintores de su época, entre ellos Rubens y Van Dyck, y hay motivos razonables para pensar que Velázquez estudió concienzudamente su obra.

Había nacido en Cremona en el seno de una familia noble, y su padre la concedió, como al resto de sus hijas, una muy exquisita formación humanística y artística. Pero enseguida se esforzó especialmente en apoyar a Sofonisba, al darse cuenta de su muy especial talento. Alumna de Miguel Ángel, cuyos ejercicios y dibujos copió, nada en su vida o en su formación la colocó en una posición especialmente relegada o marginal. Los sabotajes a su figura, o a su obra, no se produjeron en vida, sino mucho después, más de un siglo después de muerta, pero esa es otra historia que trataremos más adelante. En su tiempo, su talento fue públicamente reconocido, y ocupó una más que preeminente posición social. De hecho, cuando se marchó de España en 1571 no lo hizo a causa de ningún conflicto, sino para casarse con Francisco de Moncada, que era el virrey de Sicilia de Felipe II. El propio monarca la concedió una generosa dote de boda en señal del aprecio que la dispensaba. Cuando Moncada fue asesinado por los piratas en un asalto, Sofonisba ejerció las funciones de virrey de forma transitoria, hasta que se nombró un sustituto.

Es más, tras enviudar, volvió a casarse de nuevo con un hombre mucho más joven que ella. Y no nos consta que ninguno de sus maridos intentara encerrarla en casa, o limitar su autonomía creativa. Al contrario, la admiraban igualmente. El epitafio que su último esposo Orazio Lomellino colocó en su tumba no deja lugar a dudas: «A Sofonisba, mi mujer… quien es recordada entre las mujeres ilustres del mundo, destacando en retratar las imágenes del hombre (…) Lomellino apenado por la pérdida de su gran amor, en 1632, dedicó este pequeño tributo a tan gran mujer».

La historia de Sofonisba Anguissola es una enmienda a la totalidad al discurso victimista que asegura que las mujeres que en el pasado intentaron desarrollar actividades ajenas al trabajo doméstico tuvieron que superar una carrera de obstáculos específicos para su sexo. La profesora Isabel del Río, licenciada en Geografía e Historia por la Universidad de Valladolid, y profesora ahora en Madrid, publicó hace unos años, en la editorial leonesa Akron, su ensayo 'Las chicas del óleo' en el que rechazaba este tipo de discursos victimistas.

En esa misma obra se cita también el caso de la pintora flamenca Catarina Van Hemessen, contemporánea de Sofonisba, que ya había estado en Madrid, antes que ella, bajo el mecenazgo de María de Hungría, hermana del emperador Carlos V. Isabel del Río cita en su obra a una treintena larga de pintoras relevantes de los siglos XVI y XVIII, entre las que destacan, además de la citada Sofonisba, Artemisa Gentileschi, Clara Peeters, Judith Leyster, Elisabetta Sirani, Marietta Robusti 'La Tintoretta', Lavinia Fontana, Elisabeth Vigée-Lebrun o Anna Therbush, entre otras. Muchas de ellas lograron éxito social y artístico y reconocimiento público.

«El de Sofonisba no es un caso aislado», asegura Isabel del Río. «La verdad es que las mujeres de los siglos XVI y XVII habían logrado mucha más libertad de la que nos imaginamos. Y algunos historiadores destacan que incluso antes jugaron un papel decisivo, por ejemplo, en la construcción de las catedrales, en las que posiblemente un tercio de los operarios eran féminas». Del Río desmiente el mito que afirma que la Revolución Francesa y la Ilustración supusieron un avance para su sexo y recuerda la cita de Olympe de Gouges, la mujer que escribió la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, y que fue ejecutada por los revolucionarios: «La Revolución sólo nos hizo iguales para la guillotina». Del Río recuerda en su libro que fue el ilustrado Diderot, pero no el renacentista Giorgio Vasari, quien escribió en referencia a la célebre artista Anna Dorothea Therbush: «No le falta talento para crear sensación en este país, sino la juventud, la belleza, la humildad, la coquetería; la mujer debe extasiarse ante los méritos de nuestros artistas, tomar lecciones de ellos, tener un buen pecho y nalgas y concederse a sus maestros».

El retrato de Felipe II

La vida de Sofonisba no estuvo marcada, en ningún caso, por los prejuicios que manifiesta Diderot. Muy al contrario. A los 22 años marchó a Roma para estudiar con Miguel Ángel, y a los 23 pintó 'El juego de ajedrez' un óleo de una temática original para su tiempo. A los 26 años ya era una artista reconocida y se trasladó a Milán para pintar un retrato del poderoso Duque de Alba, quien quedó tan satisfecho de su trabajo que la recomendó a Felipe II. Un año después llegaba a Madrid como pintora de la Corte, 64 años antes de que Diego de Velázquez ocupara el mismo puesto. La obra más destacada de su estancia en Madrid es el retrato de Felipe II, que forma pareja con el retrato de Ana de Austria. Pero, además, Anguissola es autora de un retrato de Isabel de Valois realizado para el Papa Pío IV. Tuvo una larga vida –murió a los 93 años– y al final de sus días, en la ciudad de Palermo, recibía la visita de pintores de todo el mundo interesados por su prodigiosa técnica, su experiencia y su maestría.

Y, sin embargo, Sofonisba Anguissola es, todavía hoy, un nombre desconocido en España y que no se estudia en los libros de texto, aunque cada vez más publicaciones reivindican sus méritos. No sólo eso, sino que, durante 170 años, las obras que pintó para la Corte de Felipe II fueron erróneamente atribuidas a Sánchez Coello y su escuela. Hubo que esperar al 1996, cuando el director de restauración del Museo del Prado, Matías Díaz Padrón, al limpiar los cuadros de Felipe II y Ana de Austria se encontró, oculta bajo una mancha de pintura, la firma de su verdadera autora. ¿Qué había ocurrido? ¿Fue un ataque intencionado, fruto de la misoginia, o una 'corrección' unilateral de alguien en quien se unían la ignorancia y los prejuicios, y que no creía posible que la firma reflejara la autoría real? No conviene olvidar que en esas fechas aún no existía el Museo del Prado y la datación histórica y documental del patrimonio artístico dejaba mucho que desear.

Isabel del Río explica que el agravio quizás pudo tener su origen en la confusión provocada por el incendio de 1734 del Alcázar de Madrid, en el que hasta Las Hilanderas de Velázquez sufrieron desperfectos. «Muchos de los antiguos cuadros que habían decorado la residencia real se apilaron y guardaron mientras las obras del actual Palacio de Oriente finalizaban». A ello hay que añadir el cambio dinástico: los Borbones venían con gustos distintos a los Austrias, de modo que muchas de aquellas pinturas permanecerían embaladas hasta la apertura del Museo del Prado en 1819, que las rescataría del olvido. «Para entonces alguien había echado óleo encima de las firmas de Sofonisba y fueron catalogados como pertenecientes a la Escuela de Alonso Sánchez Coello», explica Isabel del Río. «Indudablemente fue algo intencionado, porque el ocultamiento de la firma no sólo le ha ocurrido a esta pintora. El problema es que a causa de esta mala identificación hay mucha confusión sobre la autoría de algunos de sus cuadros. Es posible que 'La dama de armiño', atribuido a El Greco, pudiera ser suyo. Hay historiadoras que lo defienden».

En lo que hay bastante consenso es en aceptar que se trataba de una pintora muy notable, que renovó el género del retrato real, a partir del modelo de Tiziano, que ella estudió, pero que modificó mediante la eliminando la apertura del fondo del cuadro (donde solía haber una ventana) y convirtiéndolo en un espacio denso, elegante y significativo. «Es casi seguro que Velázquez apreció este hallazgo y lo incorporó a su pintura», explica Del Río. Pero también Pantoja de la Cruz y Rubens tomaron sus cuadros como modelo. Y a ninguno de ellos se le cayeron los pinceles por estar copiando, o aprendiendo, de las pinturas de una mujer.

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