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Viernes, 21 de junio 2019, 20:46
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La fórmula del TAC, consistente en programar numerosos espectáculos diversos en otros tantos enclaves públicos de la ciudad, a horas similares y tratando de concitar paladares (o tímpanos) de todos los gustos, puede resultar fructífera solo en parte y solo bajo ciertas circunstancias. Sin un mal tiempo (el clima fue delicioso) ni una sola propuesta hecha, por parte de los artistas, desde la desgana (lo voluntarioso era evidente), cabe achacar a otros motivos el hecho de que la Fiesta de la Música, sobre el papel una idea excelente y una oportunidad áurea de visibilizar a talentos locales de todos los géneros melódicos, arrancara ayer con cierta sensación desafinada dada la escasa afluencia de público (salvo en contados casos, todo hay que señalarlo) o los cambios de programa que no permitían seguir, con total confianza, el grupo escogido a la hora seleccionada.
Pese a todo, cabe señalar el esfuerzo denodado de distintos artistas que, aun con público más que generoso, se enfrentaban a problemas de toda índole. La dupla siempre efectiva de Andrea Garcy y Natalia Fustes competía con sus temas cantautorales con un enorme altavoz makinero en La Española, que hacía rivalizar a las dos melodías desde la calle Cascajares o desde Cardenal Cos. Con todo, la oferta de este dúo emerge como la apuesta más habitual y visibilizada de la música local en Valladolid, que viene a refrendar el éxito que desde aquí tienen nombres como el burgalés Daniel Guantes o el madrileño Pedro Pastor, además de otras propuestas presentes en el Día de la Música como Clara Prados, José Alonso, Peio Lekumberri o Aníbal, habitual en las bocacalles de Santiago y que ayer se prodigó en Fuente Dorada y en la Plaza de la Universidad.
Naturalmente, la ciudad pudo acoger en sus espacios otros géneros musicales de muy distinta laya. Las baladas con cuerda (de especial belleza instrumental, a base de guitarra y violín) del conjunto femenino Peperoni, las melodías bahianas de La Torzida, las versiones de Blue Dreams o el punk de Fracción DDP fueron otros de los envites musicales que emanaron de los espacios públicos de la ciudad. El rap, fiel a su propio espíritu marginal, se desarrolló fundamentalmente en la Glorieta del Descubrimiento, como la doble convocatoria en torno a los nuevos talentos o una sesión de micro abierto.
En numerosos corrillos se escuchaba a la gente lamentarse de que muchos de estos artistas no recibieran mayor remuneración que la visibilidad del mismo día. Otros fueron los sorprendidos por los cambios de horario avisados en ninguna parte, desde la inesperada aparición de Atlantic City y su (muy agradable) rock acústico en la Plaza del Salvador hasta el retraso de más de dos horas del 'house' de Curro Puertas en la terraza del gastrobar Rivera.
Con todo, también hubo notas, más que muy positivas, sobresalientes. Por un lado, el derroche sublime de energía y percusión a cargo de Batuccaddos, que contagiaron fuerza y entusiasmo desde Portugalete con un sentido del ritmo y la armonía que arrojaba pura matemática musical. Por otro, la solvente química y puesta en escena de las jazzísticas De Perdidos al Trío, que con su doblete en Martí y Monsó por la mañana y en la Antigua por la tarde, volvieron a demostrar por qué son probablemente el grupo vallisoletano con la trayectoria más pujante del momento.
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