Los músicos cambian el plano
24 escenarios en Valladolid acogieron decenas de conciertos de pop, rock, folk, clásica, bluegrass o flamenco para celebrar el Día Europeo de la Música
Victoria M. Niño
Miércoles, 22 de junio 2016, 13:19
El primer día de verano desató los termómetros y acortó los pantalones de los rockeros. El Día Europeo de la Música llenó la ciudad de estímulos sonoros a los que se fueron acomodando los transeúntes con paso cansino y helado en mano. La ruta monumental de ayer no la marcaba el plano urbanístico de la ciudad, sino los músicos coloreando fachadas y calles con sus diferentes tesituras, armonías y ritmos.
Por un día en la campaña electoral, la música en directo se impuso a las sintonías grabadas. En el Atrio de Santiago un valiente cantante lírico, Javier Trovatore, inauguraba esa plaza a pleno sol. La zarzuela convirtió a la severa portada en escenario castizo y la voz de Trovatore, que participa en la fiesta musical por tercer año, refrescó a los curiosos que comenzaban a pararse.
Todo recto, en la Plaza Mayor, por la mañana había estado In Crescendo, la orquesta del colegio Allúe Morer. Arrimados a un soportal para aprovechar la sombra, exhibieron un repertorio que aglutina las voces del ciclo infantil con los instrumentistas de toda primaria. Cuatro colores marcan en el puente del contrabajo las notas. El método Payen, su director, fructifica tras cinco años de trabajo. Fueron generosos y cedieron parte de su tiempo y público a sus compañeros de la Boston Philarmonic Youth Orchestra que, con sus camisetas granates de la actual gira española, se intercalaron entre las de los chavales de In Crescendo (blancas y negras). Los bostonianos trabajan bajo la batuta del inglés Benjamin Zander. Los vallisoletanos, bajo el magisterio del francés Benjamin Payen. El nombre marcó a ambos maestros.
Dúo de chelos por libre
En la calle Constitución, ya en sombra a las 18:45 h., dos chelistas espontáneas, a pie de público. Las jóvenes transcribieron algunos hits radiofónicos para dos chelos, un guiño a sus compañeros de generación. Sonaba Coldplay en clave de fa y las adolescentes hacían una parada en sus compras de la primera tarde de libertad escolar.
En la plaza de Portugalete, el sol quemaba inclemente y retrasó a los aventureros que debían ocuparlo. Mejor hacía en la plaza del Rosarillo, donde entre sombrillas versionaban a Ketama los músicos de Jakaru. Cajón, guitarra flamenca y palmas, mucho ritmo contagioso y el público coreaba cómodamente desde la terraza.
Por la calle Angustias caminaba el melómano eterno, atento a sus cascos y dirigiendo una orquesta invisible. Hay quien hace música todo el año.
Con el sol algo más bajo, los valientes de Al Zagal dieron otro sentido al lateral de la escalinata de la catedral. Diego el Canalla, Al Zagal y Sofía metieron el ritmo al personal con su pop andalusí. La voz grave del cantante y el bastón con cabeza de cabra marcaron un ritmo tribal, al que fue fácil engancharse. Palabrería dejó paso a una «jotica de un señor con problemas de hígado, no muy creyente pero que cuando le diagnostican cirrosis corre a la ermita para buscar su salvación».
En Cánovas del Castillo un cantautor romántico cantaba sobre el desnudo interior en un momento en el que el público estaba más por el exterior. Imposible competir con la marcha de Al Zagal cuyo sonido acompañaba al viandante hasta Fuente Dorada, donde sonaba Octubre Polar. Sus héroes con alas tenían quien les corearan. Hay quien llega ya con cierto trecho de experiencia. Eso precisamente es lo que destacó la celebración de ayer, el buen nivel medio, cada cual en su estilo. Todos habían trabajado antes de subirse a las tablas.
Cerca de John Denver
Cola en las heladerías y regreso al Atrio de Santiago porque comenzaba otro cambio en esa plaza, que se convertía con The Bluegrass Factory en un saloon americano. Solo faltaban los vaqueros y las chicas con camisas de cuadros. Banyo, contrabajo y guitarra para cantar a John Denver y desear volver al lugar al que pertenecen (Take me home, country roads). Prometieron más marcha y auguraron que Algún día estaré en el buen camino. Cachis de cerveza calmaron la sed de los músicos. A esa hora más o menos comenzaban los chicos de la orquesta de Zander a tocar a los clásicos europeos en el Miguel Delibes. Único escenario a cubierto en la ciudad ayer. Que Valladolid no es Salzburgo, es obvio, pero ayer se le acercó por momentos.