Viñetas dignas de reconocimiento literario
Los cómics y las novelas gráficas van ocupando cada vez mayor espacio en premios de renombre editorial
En la última edición del prestigioso Premio Booker, uno de los galardones literarios más reputados de Reino Unido y de las novelas escritas en ... lengua inglesa (en su historia han figurado los nombres de, entre otros, V. S. Naipaul, Salman Rushdie, Iris Murdoch, Penelope Fitzgerald, William Golding, Kingsley Amis, J. M. Coetzee, Kazuo Ishiguro, John Banville, Ian McEwan o Julian Barnes), la obra ganadora fue 'Milkman' de Anna Burns. Pero más que por la novela que finalmente se alzara con el premio ganador, la edición de 2018 del Booker resultó representativa por contar entre sus finalistas, por vez primera en toda su historia, con 'Sabrina', de Nick Drnaso. Una novela gráfica.
Drnaso aborda en 'Sabrina' la historia de una desaparición, la personaje titular, y su impacto en su entorno familiar. Pero el misterio, que se resuelve con relativa rapidez (Sabrina ha muerto secuestrada a manos de un psicópata) no es el motor de la novela, sino el vacío emocional que deja en estas personas y su proceso largo de recuperación, marcado por un aparataje mediático tan voraz como sensacionalista y un público ferozmente incapaz de la más mínima empatía, que abraza alegremente teorías de la conspiración cuestionando, cuando no directamente negando, que suceso tan atroz realmente tuviera lugar. El inteligente empleo del color, del dibujo y, por encima de todo, de un sentido del ritmo narrativo que transmite desasosiego en sus cambios de 'encuadre' y en sus viñetas desiguales hacen dialogar el fondo de la historia con la forma de la novela, lo cual lo termina de validar, a ojos de un jurado tan prestigioso como el del Booker, como un producto literario de indiscutible calidad.
De un tiempo a esta parte sigue sorprendiendo que cómics y novelas gráficas sigan colando sus viñetas y bocadillos en las listas de nominados, cuando no de ganadores, de diferentes premios literarios de indiscutible prestigio. Sin embargo, sus diferentes éxitos han contribuido a diluir una frontera autoimpuesta en la edición de literatura escrita tradicional frente a estas nuevas formas narrativas, que han ayudado a configurar, por un lado, una suerte de canon literario propio, y por otro, a que diferentes instituciones y buena parte de personalidades de la mal llamada alta cultura acepten, sin ambages, que ambas formas son susceptibles de convivir e incluso de considerarse en la misma medida.
El ejemplo más manejado por el público global es la pequeña obra maestra 'Maus: Relato de un superviviente', de Art Spiegelman. Concebida como la historia de sus padres en la Alemania del III Reich, el autor emplea un hábil juego metafórico en el que los seres antropomórficos siguen la cadena alimenticia de manera análoga al de las razas y nacionalidades del conflicto: los gatos nazis, los ratones judíos, los cerdos polacos… Con esta novela gráfica, el autor ganó el notable premio Pulitzer, además del premio literario de Ficción de Los Ángeles Times, dos hitos que a comienzo de la década de los 90 marcaron el comienzo de la irrupción de esta clase de obras en lugares que, aparentemente, les estaban implícitamente vedados.
El regusto social y de denuncia es casi una garantía de premio. Joe Sacco, un historietista que ha vertebrado toda su vida en torno a esta clase de obras, así lo puede atestiguar, gracias a premios como el que le valiera, en 1996, 'Palestina', ganadora del American Book Award en una obra sobre el conflicto palestino-israelí sobre el que el mismo autor regresaría años después en la también reputada 'Notas al pie de Gaza'. Sacco también ha creado, a lo largo de su carrera, trabajos en líneas similares en torno a la guerra de Bosnia, como 'Gorazde: zona protegida', 'El final de la guerra' o 'El mediador', estas dos últimas recientemente reeditadas bajo el título 'Historias de Bosnia'.
Otro de los muchos ejemplos de corte político pasan por 'March', el final de una trilogía firmada por Andrew Aydn y dibujada por Nate Powell en la que John Lewis, congresista involucrado en el Movimiento por los Derechos Civiles y director de la manifestación del 'Domingo Sangriento', recapitula su vida a base de viñetas en tres gruesos volúmenes. La conclusión de este tríptico ganó en 2016 el primer premio que otorga la National Book Foundation de los Estados Unidos.
Héroes y fantasía
Cierto regusto del cómic norteamericano de superhéroes también ha conquistado galardones de indiscutible importancia en el panorama literario nacional. Uno de ellos, justa guinda del pastel canónico de la viñeta, es precisamente el monumental 'Watchmen', de Alan Moore y Dave Gibbons, un artificio de simetría en su estructura y un compendio de reflexiones filosóficas, políticas y recursivas en torno a la cultura de los superhéroes y las ucronías que le hizo merecedor de premios como el Hugo o formar parte de las 100 mejores novelas según la revista Time.
En 'Watchmen', la muerte de un superhéroe al servicio de una división paramilitar del gobierno, El Comediante, desencadena una serie de sucesos entre sus antiguos compañeros (desde el ultraderechista Rorschach al superhombre Doctor Manhattan) que se sitúan en una Nueva York paralela a la del mundo real, donde Estados Unidos vence en la Guerra de Vietnam y en la que numerosos acontecimientos históricos concluyen de modo diferente dado el impacto que hubieran tenido, de haber sido reales, los superhéroes en el verdadero siglo XX. Con una posterior adaptación cinematográfica muy discutida, una inminente serie de televisión en marcha y una serie de números muy posteriores que vienen a contextualizar en el mejor de los casos, y a exprimir el filón en el peor, 'Watchmen' se ha alzado por méritos propios con el título de enclave cultural de referencia en la historia reciente: un producto literario tan influyente que, para bien o para mal, merece la pena conocer.
El sello DC, hogar de héroes como Batman, Superman, Wonder Woman o Aquaman, entre otros, también acogió entre finales de los 80 y mediados de los 90 una saga seriada del personaje Sandman, la personificación del mismo Sueño, cuyas aventuras entre el terror gótico y la aventura mitológica (a cargo de un nombre habitual dentro del género, Neil Gaiman) le supuso también ser uno de los personajes de referencia en el canon del arte gráfico. Su mastodóntico proyecto, que abarca más de ocho años y 75 números en total, le valió el premio World Fantasy Award.
Experimentación al poder
Las obras experimentales en el séptimo arte también se han sabido hacer su particular hueco en los grandes premios literarios. Una de las más aplaudidas es 'Jimmy Corrigan: el chico más listo del mundo', considerada frecuentemente como «el 'Ulises' de los cómics» y que se sirve de narraciones multitonales y multilineales, en la línea preciosista marca de la casa de Chris Ware (autor de la también formidable 'Building Stories', una suerte de perequiana '13 Rue del Percebe'). Con esta su ópera prima, Ware se alzó con el American Book Award y con el premio al mejor primer libro que otorga The Guardian, un galardón del Reino Unido cuya consideración parece querer rivalizar con la del mismo Booker.
Recientemente, la novela gráfica 'El arte de Charlie Chan Hock Chye' ha conquistado al jurado del Premio de Literatura de Singapur. Esta obra, escrita en 2016 por Sonny Liew vertebra una suerte de (falsa) biografía del prestigioso autor de cómic Charlie Chan Hock Chye, un personaje ficticio que trata de experimentar con todo tipo de estilos e historietas en torno a su faceta de dibujante de cómics de superhéroes y monstruos (la cual sigue la misma novela gráfica en un ardid multirregistro de Liew con envidiable fidelidad). El artificio viene justificado, además, por una sólida disculpa argumental: la obra refleja a modo metafórico el sometimiento que sufre Singapur a lo largo de su historia política, con respecto esencialmente a las grandes macropotencias japonesas y europeas.
Un Nobel por un peluche
Finalmente puede parecer una 'boutade' el hecho de que, igual que se organizan firmas, campañas mediáticas o estrategias organizadas a base de peticiones de todo tipo de absurdas querencias, se solicite nada más y nada menos que un Nobel a un historietista. Mucho humor corría en torno a esas líneas cuando se solicitaba el prestigioso galardón de literatura a un músico y un cantautor como Bob Dylan, que el autor de 'Absolutely Sweet Marie' y 'The Times They Are A-Changing' recogería en 2017.
Una entelequia tan absurda como cualquier otra es, sin embargo, plausible de tornarse en bien palpable realidad si se escucha al clamor que reclama en numerosos lugares de Internet un Nobel para uno de los dibujantes norteamericanos más queridos (y, a la vez, menos mediáticos) de los últimos tiempos. Nadie de la factoría DC ni de Marvel, ni el Schulz de 'Peanuts' o el Jim Davies de 'Garfield'. Su nombre es Bill Watterson, y su magnum opus; 'Calvin y Hobbes'.
Las aparentemente inocentes aventuras de un niño (Calvin) y un tigre de peluche (Hobbes) con el que solo él puede hablar (el resto de su entorno, desde su amiga Susie Jenkins a sus padres pasando por su canguro o su maestra, lo ven como un juguete más) esconden mucho más que un canto a la inocencia infantil (y a su subsecuente pérdida) o al anárquico hedonismo que caracteriza el vicio televisivo y las idiosincrasias de un niño de seis años dependiente absoluto de la cultura audiovisual, el consumismo desenfrenado y que, pese a todo, tiene una imaginación tan salvaje que le impide encajar en este mundo.
Diálogos inesperados sobre el tiempo, la mortalidad, el sistema capitalista o los medios de comunicación se combinaban con las andanzas en la casa árbol del jardín, los proyectos de clase o las excusas para no bañarse de un joven que reflejó, como pocos, las inquietudes de toda una generación, que hoy encuentran 'alta literatura' con ojos adultos en aquello que leían de niños, y han llevado hasta el Boston Globe su reivindicación de otorgar a su reclusivo autor el premio literario más prestigioso que se pueda imaginar. Buena suerte, querido Mr. Watterson.
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