«Hay veces en los que la convivencia y la paz son prioritarias y la justicia y la verdad, pues ya se verá»
Presenta en Valladolid su último ensayo, 'Qué hacer con un pasado sucio'
El historiador José Álvarez Junco (Viella, Lérida, 1942)lo ha calificado en su último ensayo como 'pasado sucio'. «Llamó así a esos sucesos (dictaduras, guerras civiles, genocidios) de los que una colectividad humana no se siente orgullosa. Al revés, trata de ocultarlos o, por lo menos, de disfrazarlos en el recuerdo». Lo difícil, claro, es encontrar una sociedad que no tenga que enfrentarse a un patrimonio así. «Son minoría. Tal vez Suiza, en los últimos siglos. Lo normal es que en las sociedades haya pasados conflictivos que, en algunos casos, pueden estar muy alejados». Una triste herencia que, en ocasiones, casi siempre, es difícil manejar. 'Qué hacer con un pasado sucio' (Galaxia Gutenberg) es el libro que Álvarez Junto presentó este miércoles en el Círculo de Recreo de Valladolid.
–¿Qué se hace ante un pasado sucio?
–Una posibilidad es negarlo. Decir: 'Eso no existe, es un cuento'. Cuando llegó Napoleón con sus tropas a España, la mayor parte de los intelectuales y de los altos cargos militares, políticos y eclesiásticos colaboraron con José I. Pero luego pasaron los años y entonces nadie había estado a su lado: 'No, no, todos estuvimos contra la invasión'. Eso es un disfraz. Algo parecido hacen los franceses en su colaboración con los alemanes en 1940. 'Ah, no, no, todos estábamos en la Resistencia'. La realidad se niega. Se inventa una historia edulcorada: 'No, no, aquí no hubo problema'.
–Opción dos.
–Cambiar el relato y presentarlo de una forma que sea más asumible, menos conflictivo para la propia memoria colectiva.
–¿Y la tercera alternativa?
–Es todo lo contrario. Hacer justicia y establecer la verdad con todo el rigor del mundo. Es lo más difícil y no es lo habitual. Eso dicen que hicieron los alemanes después de Hitler. Pues sí, los alemanes fueron derrotados, estuvieron ocupados, metieron a juicio en Nuremberg a unos cuantos jerifaltes del nazismo, pero otros muchos miles de colaboradores no sufrieron represalias.
–¿Es a lo que hay que aspirar?
–Sí. Pero no es verdad que si no se hace justicia y no se establece la verdad de lo ocurrido con todo el rigor del mundo sea imposible la convivencia. Pues no. Hay veces en los que la convivencia y la paz son prioritarias y la justicia y la verdad, pues ya se verá.
–¿En España...?
–Es un ejemplo de un sitio donde no se hizo justicia y no se establecieron con todo el rigor los hechos ocurridos, sino que se hizo un pacto. No un pacto de silencio exactamente (se habló mucho de ello), pero sí de no hacer depuración ni de exigir responsabilidades inmediatas, sino de primar la convivencia y la paz. Cuando murió Franco, lo más importante no era llevar ante la justicia a los policías, torturadores o a los militares que habían apoyado a Franco o a los jueces que habían dirigido los juicios contra los antifranquistas. No, lo más importante era establecer unas instituciones democráticas, una convivencia democrática y luego ya se vería. No salió tan mal.
–De ese 'ya se varía' ya ha pasado medio siglo.
–Si ahora empieza uno a desenterrar viejas cuestiones se dice que está en plan vengativo, abriendo heridas innecesarias. Cuando pasa mucho tiempo, pedir exigencia de justicia es muy difícil. Sobre todo porque aquellos sobre los que había que hacer justicia ya están muertos. Y las responsabilidades penales no son hereditarias.
–¿Cuál sería prioridad hoy?
–Desde una posición actual, lo primero que hay que hacer es saber y reconocer lo que ocurrió. No negarlo, ocultarlo, enterrarlo. Lo segundo, atender a las exigencias más razonables y humanas de los que están pidiendo memoria histórica. Por ejemplo, si hay cadáveres enterrados en cunetas (y hay muchos, por lo menos 20.000), pues desenterrarlos, identificarlos y devolvérselos a sus familiares. Eso parece de lo más sensato y asumible. ¿Qué se puede hacer que no ponga en peligro la convivencia, que no sea rehacer la historia?
–¿Qué?
–Saber lo que ocurrió, hacer justicia en los escasos casos en que todavía se puede hacer algo. Por ejemplo, si hay policías torturadores del franquismo que aún están vivos y tienen medallas que significan que su pensión es mayor que la de otros policías, pues hombre, quitársela. Eso parece sensatísimo y lógico.Pero hay muy pocos casos de eso.
–Para saber lo que ocurrió...
–Esta pregunta es muy difícil de contestar. ¿Qué vamos a hacer?¿Un texto único, obligatorio?¿Vamos a reunir una comisión de historiadores que decida que los muertos de la guerra civil y los ejecutados fueron por un lado 45.000 y por otro 65.000?Yo no soy partidario de textos únicos. la Historia es muy debatible, está continuamente rehaciéndose, no hay una verdad histórica indiscutible. Tiene que haber libertad de enseñanza, siempre que no haya negacionismo. Igual que en Alemania, si alguien niega el Holocausto se puede llevar una multa tremenda, algo así en España... El negacionismo no se puede aceptar. Pero dentro de una visión verídica de la Guerra Civil, hay que aceptar que haya diferentes interpretaciones y matices.Y por supuesto, hay que enseñarlo en un plan constructivo. A los futuros ciudadanos españoles, que están en periodo de formación, hay que enseñarles que estas cosas son gravísimas y tienen unas consecuencias terroríficas, con muestros muertos. Tienen que estar prevenidos para no volver a incurrir en los errores que nos llevaron a aquello.
–A veces da la sensación de que el pasado se ensucia aún más desde el presente, con noticias falsas, por ejemplo.
–Eso hay que combatirlo de una manera radical. No se puede consentir que alguien eche suciedad sobre los derrotados de la Guerra Civil ni que pida venganza desde el otro lado, tampoco. Se trata de explicar qué ocurrió y que eso es una tragedia que debe evitarse.