Boris Rozas, el riesgo controlado de la obra diez
El autor vallisoletano firma su décimo libro de poesía con ‘Las mujeres que paseaban perros imaginarios’
samuel regueira
Valladolid
Sábado, 3 de febrero 2018, 13:08
Con las mieles del éxito aún frescas en la comisura de los labios por haberse alzado el pasado mes de mayo con el primer premio del IV Certamen Umbral de la Poesía, organizado por la Asociación Cultural Habla, Boris Rozas presentó en la Casa Zorrilla su obra diez, ‘Las mujeres que paseaban perros imaginarios’. Es el poemario su ‘obra diez’ no por resultar más o menos redondo (los críticos y entendidos lo dirán), sino por ser el décimo poemario que el autor publica, hasta la fecha; una obra en la que se puede advertir un giro moderado, un cambio de rumbo mínimo, una perceptible pero minúscula apuesta por el «riesgo controlado», en declaraciones del autor en la presentación, donde también participó la editora Puri Sánchez y el autor del prólogo David Acebes Sampedro.
Sin embargo, esta colección de treinta y cinco poemas, «muy cercanos a la prosa poética», no tienen, a juicio del autor, nada novedoso: «Muchos amigos han terminado fuera de España por motivos laborales, y ahora parece que hasta la despoblación es un tema de moda, así que a ellos he querido dedicar este libro». El poemario vertebra una historia en la que la protagonista, trasunto de una conocida del bonaerense Rozas, se encuentra a sí misma a raíz de una forzosa partida a Australia, las antípodas de nuestro país: «El libro habla de cómo la protagonista afronta su nuevo entorno, los sitios en los que vive, el parque donde lleva a cabo sus ejercicios diarios, la cafetería en la que desayuna»…
Con esta poesía cercana, pues, a la prosa poética, el autor traza una evolución vital en esta nueva atmósfera extraña -y, a priori, hasta hostil-, que asemeja a «los fotogramas de una película rodada en tiempo real», un espíritu cinéfilo también presente en sus guiños a clásicos del cine contemporáneo, como ‘Los puentes de Madison’ o ‘El turista accidental’. El asumir una voz femenina que se enfrenta a un idioma distinto, a unos códigos de vestimenta diferentes o a un modo de relacionarse con otras personas totalmente extraño es lo que le ha valido, en palabras del prologuista, ensayista y poeta visual Acebes Sampedro, el calificativo de «poema radical»; algo con lo que Rozas no termina de estar de acuerdo al ciento por ciento: «Yo creo que todo se encuentra muy controlado; he viajado mucho tanto física y mentalmente con mis libros, y si bien el hecho de extender el género y poner tus poemas en boca femenina es un recurso más de novelista que de poeta, tampoco ha sido un ejercicio especialmente arduo».
Dedica este trabajo a «muchos amigos que han terminado fuera de España por motivos laborales»
‘Las mujeres que paseaban perros imaginarios’ se encuentra dividido en tres partes bien diferenciadas. La primera de ellas, que abre el libro, recibe el nombre de ‘Treinta minutos’, («el tiempo que ella dedica a hacer ‘fitness’»), y recoge su llegada a este terreno desconocido y hasta cierto punto agobiante. El apartado central, ‘El común silencio de las hojas’, alberga en su interior el misterio del críptico título de todo el libro, resuelto en uno de los poemas centrales; y abarca la aceptación de la protagonista hacia ese nuevo país, mientras empieza a albergar bagaje, a administrar sus tiempos y a conocer a la gente necesaria para subsistir como animal social. Finalmente, el libro se cierra con ‘Going Home’ (traducido como ‘Yendo a casa’), donde emerge el saldo positivo que la heroína hace de su estancia allí, las razones por las que fue, lo que allí encontró y lo feliz que regresa al hogar.
Escrito a lo largo de tres meses, este será uno de los tres libros de Rozas que verán la luz este año, que pese a ese coqueteo al borde de su propia senda («el cual puede que repita», asegura el autor) se encuentra lejos del giro que supuso ‘Ragtime’, su quinto trabajo; aquel que le hizo superar su previa etapa de exprimir todos los recursos a su alcance, «llegando en ocasiones al exceso», y comenzar a simplificar el mensaje lírico que se esconde tras cada verso.