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Desde la izquierda, Fernando Aramburu, Juan Manuel Ruiz Casado y Luisgé Martín.

Chirbes, el realista sin retórica y ajeno al poder

El albacea del narrador anunció la publicación de sus memorias en el homenaje de la Feria

Victoria M. Niño

Jueves, 16 de junio 2016, 21:36

Chirbes volvió a la Feria de Valladolid dos ediciones después de protagonizarla. 2014 fue su año. En la orilla cosechó todos los honores. Pero el Rafael hombre murió el año pasado y la Feria organizó un homenaje en su honor. En la mente de todos estaba el literato, mientras los protagonistas del acto iluminaban aspectos de la persona. Fernando Aramburu, Luisgé Martín y Juan Manuel Ruiz, moderados por Carlos Aganzo, director de El Norte de Castilla, dibujaron a un hombre que «amaba tanto la cultura como sospechaba de ella», «un inspector de sí mismo y su literatura» y alguien «a quien daban ganas de abrazar». Antes de comenzar a hablar le invocaron con un simbólico brindis.

Chirbes fue periodista antes que escritor. Fue en la redacción de la revista que dirigía, Sobremesa, donde conoció a Juan Manuel Ruiz Casado, a quien nombró albacea en su testamento. En sus hombros recae la responsabilidad de crear la fundación que llevará el nombre del escritor y velará por su obra. Entre los primeros deberes, publicar las memorias que ha dejado escritas. «En esa revista contribuyó a crear otro estilo en la prosa gastronómica. Su perspectiva del vino, de una receta o de un menú tenía que ver con la sociedad, con el país en el que se desarrollan», decía Juan Manuel.

Suspicaz consigo mismo

Fernando Aramburu, que vive en Hannover desde 1985, conoció a Chirbes allí, en una presentación. «Fue en 2008. Chirbes era muy leído y conocido en Alemania desde mediados de los noventa. Hay que aclarar que allí se paga por entrar a las presentaciones de libros, según el autor, y que si no te das prisa, no hay sitio. La sala estaba llena. Luego hablé con él. Era un hombre de humilde atuendo, la antítesis del divo. Aborrecía al escritor figura, a la literatura como espectáculo. Tenía algo de inspector de sí mismo, que se vigilaba para no caer en frivolidades».

Luisgé Martín invocó su desigual relación con Chirbes desde 1990, cuando publicó su primer artículo en la citada revista. «Era una persona honesta que te daban ganas de abrazarlo. Siempre me atrajo su mirada suspicaz sobre sí mismo. Y en cuanto a su novela póstuma, París-Austerlitz, destacar un aspecto suyo que me interesa especialmente, la intimidad, su visión atormentada, desoladora de las relaciones con sus vecinos, de la sexualidad, de las piezas del rompecabezas».

Juan Manuel borró la idea de pudor y subrayó la de su pesimismo sobre «sus fuerzas creadoras. Cuando acabó En la orilla la única manera que encontró de continuar era retomar aquella otra novela que en principio se llamaba Billete de vuelta. No es tanto miedo a la intimidad como a que los sentimientos pesaran demasiado en la novela. Consideraba que el sentimiento en sí mismo, si no estaba encardinado en la historia, lo más probable es que enviara la novela al garete. En cambio, si era capaz de imbricar el sentimiento en algo amplio, la novela podía ser grande, como las de Balzac». El estilo era otra de las obsesiones del escritor. Aramburu debatió con Chirbes sobre su idea de «novela de tema, no de lenguaje. Él quería dar testimonio de su tiempo como sus admirados Pérez Galdós y Max Aub, pero huía de la retórica y del relieve del estilo. Yo le decía que si algo distinguía a unos de otros era precisamente el estilo».

Juan Manuel Ruiz Casado aclaró que «en realidad lo que no quería era engancharse a un estilo. Era un iconoclasta que construía un altar distinto para cada novela y a la siguiente, escribía a partir de cenizas. Quería mantener esa tensión».

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