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Sábado, 18 de enero 2025, 12:05
Antes fueron James P. Johnson y 'Fats' Waller, pero ni Johnson ni Waller dieron el paso que estableció al piano como instrumento solista de jazz de pleno derecho. Ese paso lo dio Earl Hines. Con Johnson el piano stride alcanzó sus mayores cotas expresivas, como ... con Waller el piano de vodevil, y aunque en ambos el germen está ahí, no llegaría a florecer hasta la irrupción del pianista de Pensilvania. Las destrezas técnicas de Johnson y Waller (la independencia de manos, el uso de la izquierda marcando los tiempos del bajo, el desarrollo melódico en el registro más agudo del instrumento, el acompañamiento por acordes) no alumbraron sin embargo a solistas en el sentido jazzístico del término, ese sentido que le daría para siempre Louis Armstrong.
Lo que hizo Earl Hines, ni más ni menos, fue adaptar –y expandir– las innovaciones en la trompeta de Armstrong al piano. (De manera similar, Bud Powell adaptaría y expandiría las innovaciones del jazz moderno introducidas por Charlie Parker y Dizzy Gillespie). El piano no era ya solo un acompañante al que costaba discernir entre los acordes de guitarras, trombones y clarinetes, sino un instrumento con discurso personal, idiosincrásico, cuya versatilidad armónica pronto lo convertiría en el eje de los conjuntos de jazz, especialmente en los de pequeño formato.
Los obstáculos no fueron menores. Para empezar, la técnica de las grabaciones de la época no permitía escuchar al piano en igualdad de condiciones que a sus congéneres. Es por ello que Hines, hijo de cornetista y que había aprendido este instrumento a la vez que el de las ochenta y ocho teclas, tuvo que desarrollar –la escasez a veces aguza el ingenio– un estilo inédito, muy percusivo, que en algunos momentos podría parecer belicoso, combativo casi, calificado de 'trumpet-style', que apoyado por un innato, a veces oblicuo, imprevisiblemente sincopado sentido del ritmo, lo haría destacar de entre el resto de las voces. Pero este toque percusivo no le restaría un ápice de dinamismo ni de fluidez a las frases que Hines improvisaba, que ya no se limitaban a variaciones juguetonas, a la manera de Waller, sobre un motivo dado, sino que eran auténticos discursos de una lógica aplastante.
La mano izquierda, por su parte, no abandonó por completo los rasgos del stride –Hines podía marcar la línea de bajo con ella–, pero sí diluyó su presencia sonora y la hizo protagonista de unos avances armónicos de suma audacia (gracias a la longitud de sus dedos, podía tocar en décimas, por ejemplo, con una facilidad pasmosa). Ejemplos de estos rasgos pueden escucharse en 'A Monday Date', 'Fireworks' o 'Caution Blues'.
Aparte de sus dotes como solista, Hines desarrolló de manera paralela una notable carrera como compositor y sobre todo como director de big band durante dos décadas (1928-1948). Las primeras encarnaciones de la orquesta contribuyeron como muy pocas a la era dorada del swing, desde su atalaya del Grand Terrace de Chicago hasta el resto del país, vía emisiones radiofónicas. Sin embargo, Hines no se estancó en los principios estéticos canónicos del swing, y fue incorporando a su banda a algunos de los jóvenes talentos más revolucionarios de la época, desde los mencionados Parker y Gillespie hasta la divina Sarah Vaughan. (Tristemente, de estas formaciones no quedan registros sonoros, debido a la huelga discográfica, por motivo de la guerra, de los años 1942-1944).
Una vez cerrado –los apuros económicos eran cada vez mayores– el periplo como director de orquesta, Hines volvió a reunirse con Armstrong en la celebérrima formación de los All Stars del trompetista de Nueva Orleans por un periodo de tres años. A partir de aquí, cayó en un casi olvido del que resurgiría a mediados de los sesenta, gracias a una serie de contratos que lo embarcarían en múltiples giras alrededor del mundo, y en las que dejó constancia de una personalidad única, que solo los más grandes artistas poseen. Así continuaría hasta el año de su muerte (1983), tocando y tocando, y ya con la reputación, tanto entre los colegas músicos como entre la crítica y el público, de ser una de las figuras capitales del jazz y el renovador del lenguaje del piano, con una influencia que cabe rastrear en Art Tatum, Teddy Wilson o Nat 'King' Cole, y que llega hasta hoy.
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