Novelar con el aliento de Elon Musk en la nuca
González Tuero imaginó en 'Gijón 2085', 72º Premio Ateneo-Ciudad de Valladolid, un futuro que ya se está haciendo presente
Julio Verne, ingeniero de ficción, imaginó submarinos, cohetes tripulados y videollamadas mucho antes de que los ingenieros de la realidad pudieran materializarlos. Al futuro proyectado ... por Rubén González Tuero en 'Gijón 2085' se le echa la realidad encima. Elon Musk y compañía le pisan las talones y sus personajes se mueven en un mundo que está a la vuelta de una esquina más cercana que el año del título.
González Tuero (Gijón, 1962) no ha salido de sus coordenadas geográficas para situar la novela negra con la que ganó el 72º Premio Ateneo-Ciudad de Valladolid. Consumadas algunas de las amenazas del cambio climático –la población divide su historia antes y después de la gran inundación–, los gijonenses viven fiscalizados por cámaras y dispositivos de los que solo escapan los que viven en la Cima, desconectados de la red.
Gijón 2085

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Rubén González Tuero. Ganador del 72º Premio Ateneo-Ciudad de Valladolid. Menoscuarto. 375 páginas. 21,90 euros.
El citado cambio acabó con buena parte de los productos frescos, comen precocinados que se almacenan en dispensadores automáticos. La comida es un trámite o un lujo (con una docena de sardinas quiere agasajar un personaje a su amante). La Barrera limita el mar, allí se sitúan las turbinas mareomotrices que producen energía ilimitada. Allí aparece un cuerpo desnudo, el de un abogado de una de las familias adineradas de la ciudad. Marley Castaño, periodista freelance, informa del suceso, y el inspector Omán Casas dirige la investigación. El suceso les cambiará la vida. El escritor plantea dos líneas de acción paralelas.
Carlos Mirón es el finado, un treintañero con una vida lo suficientemente irregular como para que nadie denunciara la desaparición. Casi simultáneamente se produce el secuestro de otra joven de parecida cuna.
Tuero desarrolla su trama en una sociedad altamente tecnificada y, por tanto, muy controlada. La IA es una herramienta en el trabajo de los protagonistas que les ayuda en tiempo real con datos, conclusiones, legislación. No es un alarde de imaginación sino más bien un adelanto de lo que seremos/somos. La inteligencia artificial funciona a través de implantes cerebrales lo que permite al inspector Casas contrastar las respuestas en un interrogatorio con los datos de cámaras y registros en tiempo real. Poco parece escaparse a la densa retícula de información procesada.
Por su parte, Marley, también vive de la información que vende a distintos medios. Sus gafas graban y fotografían todo lo que ordenan los ojos. El 'informador registrado' frecuenta un bar en la Cima, el Lauper, cuya dueña, Iza, es su relación personal más estrecha. Son personajes desarraigados que se encuentran esporádicamente, concesión de los autores de novela negra que levantan la carcasa de sus duros protagonistas durante algún párrafo cercano a la intimidad.
Un informático misterioso, Misson, encastillado en un lujoso búnker, completa el triángulo de implicados circunstanciales en la trama criminal, de outsiders que poseen piezas fundamentales para resolver el puzzle.
El factor humano es lo poco impredecible en esa sociedad en la que no se permiten los motores de combustión, que ha legalizado la marihuana y multiplicado las drogas sintéticas, que puede regular sus placeres químicamente a través de 'senso' y cuya existencia pasa por terminales de reconocimiento facial. En medio de ese panorama a veces suenan ecos del mundo 'viejo' a través de The Clash, los Marsalis o Louise Armstrong. Yel novelista, antaño profesor, se permite un lamento sobre el «penoso sistema educativo vigente, que parecía diseñado a propósito para lograr que los alumnos culminaran la educación obligatoria con la cabeza felizmente vacía de conocimientos».
'Gijón 2085' augura cómo seremos y no es halagüeño. Si obviamos la sociedad distópica en la que transcurre, Tuero firma una novela negra en la que se suceden los arquetipos clásicos. Logra su esfuerzo por entretener, quizá la meta que se propuso quien enseñó literatura.
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