Inagotable idiosincrasia
ECOS DE JAZZ ·
Konitz, irreductible, desarrolló un vocabulario y un sonido absolutamente propios, cuyo primer gran hito se daría con las sesiones de 'Birth of the Cool' junto al noneto de Miles DavisSecciones
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Konitz, irreductible, desarrolló un vocabulario y un sonido absolutamente propios, cuyo primer gran hito se daría con las sesiones de 'Birth of the Cool' junto al noneto de Miles DavisEduardo Roldán
Sábado, 24 de mayo 2025, 08:33
Hace un lustro la covid se nos llevó a Lee Konitz, y se marchó como siempre vivió y tocó: sin estridencias, con la mayor delicadeza. ... Hasta el final de sus 92 años, desde que empezara a soplar el saxo profesionalmente con trece o catorce, Konitz se mantuvo constante en su enfoque, sin dejar por ello -todo lo contrario- que esta constancia lo limitara creativamente. Desde el principio fue un enfoque a la contra, o más bien al margen, de absoluta idiosincrasia.
En aquel tiempo –finales de los 40– la influencia de Charlie Parker era omnipresente en todos los altistas: no había quien no quisiera tocar como Parker, y sus formas, incluso sus manierismos, eran imitados hasta la saciedad. Konitz, irreductible, desarrolló sin embargo un vocabulario y un sonido absolutamente propios, cuyo primer gran hito se daría con las sesiones de 'Birth of the Cool' junto al noneto de Miles Davis. (A quien por cierto se le reprochó la presencia en el grupo del blanco Lee, como más tarde se le reprocharía la presencia de Bill Evans en el taburete del piano de su sexteto, a lo que Miles respondió: «Lee o Bill podrían ser verdes, que tocando como tocan los contrataría igual»).
En el momento de la grabación de 'Birth of the Cool', Konitz ya había conocido a quien sería su mentor y mayor influencia musical, el pianista Lennie Tristano. Bajo el padrinazgo de Tristano, el saxofonista exponenció todas esas cualidades que lo hacían único, entre las que sin duda el sonido es la que más destaca a una primera escucha. Sonido inimitable, límpido, sin apenas vibrato, que por momentos puede evocar al de un saxo soprano pero sin dejar de sonar a saxo alto, un sonido que, unido a la fluidez de las frases, puede hacer pensar que es natural en el instrumentista, pero sobre el que Konitz señaló que «hay que depurar –esto es, trabajarlo, hacerlo propio– el sonido del alto igual que se hace con el tenor» (el tenor fue su primer amor, debido a su admiración por Lester Young).
Además de por el sonido, Konitz se separa de la corriente/Parker en tratamiento del fraseo y de la armonía. El de Konitz es un fraseo sinuoso, a veces susurrado, de largos encadenamientos de notas y con unos acentos inesperados que, apoyados por una expansión/simplificación de la armonía, hacen que su discurso anticipe las formas que vendrían con el free jazz y que Ornette Coleman llevaría a su límite. Konitz, así, es a la vez un puente entre y una síntesis de los dos saxos altos más influyentes de la historia.
Pero acaso lo más admirable del de Chicago sea su inagotable capacidad improvisatoria. El flujo de ideas de Konitz parece no tener fin, en su música no deja de haber una sensación de descubrimiento permanente, que produce asombro y regocijo en el oyente, como probablemente en el intérprete también: «Me sigue maravillando la magia de la improvisación», dejó dicho. O sea, el improvisador como médium; el improvisador improvisa, pero también la improvisación se hace materia a través del improvisador. Ocurre algo similar con la escritura: el escritor escribe, pero también la escritura se escribe (quizá sobre todo la escritura se escriba). Este manantial creativo de Konitz puede apreciarse especialmente en el tratamiento que dio a los standars, esas piezas que de tan conocidas parecen a veces agotadas –verbigracia, 'All the Things You Are', favorita de Konitz–, y en las que sin embargo él no dejaba de encontrar nuevos recovecos, nuevas geometrías.
Si 'Birth of the Cool' dio a conocer a Konitz al gran público, el resto de su carrera no haría sino cimentar esa súbita fama y anclarlo en la leyenda. En 1949 debutaría como líder con 'Subconscious-Lee' (aunque algunos títulos aparecieron bajo el nombre de Tristano), y desde entonces tocó y grabó hasta dejar una discografía de –se dice pronto– más de 150 títulos, de las más variopintas formaciones (tríos, quintetos, orquestas, acompañado por cuartetos de cuerda…), y donde ocupa un lugar muy especial el formato de dúo, que Konitz privilegió hasta sus últimos días, compartiendo escenario frecuentemente con músicos mucho más jóvenes (Stefano Bollani, Grace Kelly, Dan Tepfer), en la creencia -cabe suponer- de que lo mantenían joven a él. Para el no iniciado, acaso el mejor punto de partida de tan vasta obra sean, además de los discos con el grupo de Tristano (con Warne Marsh al tenor), los que dejó junto a Brad Mehldau y Charlie Haden, 'Alone Together' (1996) y 'Another Shade of Blue' (1997). En cualquier caso, empiece por donde empiece, el aficionado se embarcará en una aventura marginal y genial, capaz de regalar momentos de un deleite extremo.
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