Una guía de cine para regalar en Navidad y el poder devastador del incendio
'Entre los rotos', de Alaíde Ventura Medina, y el finalista del premio Herralde emplean la figura hipnótica y devastadora del fuego
FilmAffinity es una red social, fundada en Madrid en 2002 (está a punto de cumplir veinte añazos), que pone en contacto a espectadores y aficionados ... al cine a través de sus gustos personales. Los internautas votan. Las películas consiguen puntuaciones. Y la web traza conexiones. La plataforma salta ahora al papel en forma de libro editado por Nórdica: 19 capítulos, reseñas de 793 películas imprescindibles de todas las épocas. Un canon, pero a la vez«una panorámica razonablemente amplia de la historia del cine», desde 'Salida de los obreros de la fábrica Lumière' (1895 )hasta 'Parásitos' (2019).Ytodo, con los títulos 'esenciales' de diferentes corrientes y cinematografías:del el neorrealismo italiano al cine negro estadounidense, del 'free cinema' británico a la 'nouvelle vague' francesa. Una suerte de enciclopedia (hay índice de películas y directores)para consultar el cine en pequeñas píldoras.
'Entre los rotos', Alaíde Ventura Medina (Tránsito)
«Es importante tener un cómplice», son las primeras palabras de 'Entre los rotos'. Y a continuación, en apenas un párrafo, se condensa la esencia de este novelón: un suceso trágico, unas víctimas, el abandono, la traición, la soledad de quien no tiene nadie al lado para sobrellevar el horror. Para superar los peores momentos, nada mejor que tener un cómplice. Mejor aún si es alguien con el que te has criado. Pero si ese cómplice se marcha, desaparece, ya no está... ¿Cómo superar entonces tanto dolor? Alaíde Ventura Medina recurre a esa voz infantil que observa el mundo de los adultos, que apenas comprende a través de medias verdades, un contexto que a veces es ruido y a veces silencio, lleno de miedos y horrores intuidos que los mayores intentan ocultar (esa madre que quiere abandonar a su marido para vivir, pero que acaba regresando; la mujer que se cura las heridas cuando cree que sus hijos no miran). En una infancia llena de postales aparentemente felices (los columpios, la feria, la playa, la bici) la figura del padre cada vez se hace más amenazante. Esa tele rota (14), esa loción invasiva (68). Un «villano encantador» que lanza «risotadas de crueldad amable, complicidad traidora, amor violento» (78). un padre «de mirada seductora, como son todos los incendios» (89). Porque el fuego calienta, pero también quema. Este libro es un recuerdo de «aquellos años terribles que llamamos infancia» (208), destrozados por una violencia presente en su casa que afectó para siempre la relación de unos hermanos «rotos», que vivieron con dureza aquella fisura (206), como grieta y como huesos rotos, de la que habla esta novela.
'El baile y el incendio', Daniel Saldaña París (Anagrama)
«Solo la ternura puede acabar con los incendios» (176)
Natalia, Erre y Conejo son tres amigos que compartieron juventud (ese tiempo de bailes e incendios) y que ahora, pasados los años, sus vidas alejadas, comprueban que de aquellos años quedan las cenizas y el cansancio después de la danza. Cada uno de ellos es el narrador de las tres partes en las que se divide esta novela, finalista del Premio Herralde. Natalia es una coreógrafa que prepara un espectáculo en el que explora cómo existen una serie de impulsos, una suerte de trance, que puede derivar en arte o enfermedad mental (31). Una posesión extraña de la mente que es creatividad o trastorno. Explica cómo en la Baja Edad Media se dio un episodio de coreomanía, una epidemia de danza (56) en la que la gente comenzó a bailar sin freno y los tomaron por locos. Una histeria colectiva que se resolvió con exorcismos. El arte como vía de escape o salvación, como paliativo y vía terapéutica (37), como cauce para canalizar «ese ruido», «esa electricidad» interior está en esta primera parte. Erre es un hombre «con más deudas que ilusiones» (137), con un permanente dolor de cabeza y espalda, con su padre permanentemente en la memoria y la desazón por un pasado que se fue, que ardió por culpa de ese incendio implacable que es el tiempo. Y Conejo, el tercero de este triángulo de una pasión que se fue, intenta reconectar con Natalia y Erre para descubrir cómo cambian los amigos de juventud con los que durante tantos años bailamos (204) y que hoy ya no están. El baile puede acabar mal, pero siempre quedará aquel gozo de cuando bailábamos (235). Daniel Saldaña París ha escrito una novela sobre la voracidad del fuego (cuando es pasión, amor, amistad) y la desolación de las cenizas.
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