
Sí a la vida
'Harold y Maude', de Hal Ashby, es un canto a la vitalidad de una anciana que se empeña en sacar de su apatía a un joven logrando una envidiable amistad y una película de culto
Eduardo Roldán
Sábado, 12 de abril 2025, 08:35
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Eduardo Roldán
Sábado, 12 de abril 2025, 08:35
'Harold y Maude' comienza como una película de terror o de suspense: la cámara sigue a unos pies que se desplazan sigilosos por unas ... escaleras. Finalmente vemos a quién pertenecen: a un joven que enciende unas velas. Acto seguido, la cámara vuelve a desplazarse a los pies y estos suben a una silla; esta cae de golpe, los pies y las piernas permanecen estirados: el joven se ha ahorcado. En efecto, el suspense parece asentarse: ¿por qué lo ha hecho? Pero de pronto entra una mujer en la estancia, e, indiferente, no presta atención al cuerpo colgante. Esto desde luego extraña. Resulta que el suicidio era, con todo su realismo, fingido, y que la mujer, la madre del joven, está más que acostumbrada a estos arranques de su hijo. Lo que viene a continuación no es suspense ni drama, sino una de las películas más románticas jamás filmadas, y una de las más inclasificables.
Harold (Bud Cort), el joven –cuya edad no se explicita, pero se da a entender que ronda los veinte– está fascinado con la muerte y el suicidio; ha ejecutado, le dice al psiquiatra al que le manda su madre (más por hastío que por otra cosa), unos quince, y donde más a gusto se siente es «en funerales y entierros». En uno de ellos conoce a una viejecita chispeante, Maude (Ruth Gordon), y pronto los dos congenian. (Esta afición de ambos de visitar entierros recuerda a la de los protagonistas de 'El club de la lucha' por visitar reuniones de alcohólicos anónimos). Maude tiene 79 años; cumplirá los ochenta en una semana, y es todo lo contrario al desencantado Harold: vitalista hasta la inconsciencia, se salta las normas y tabúes sociales con jovialidad infantil, aunque sabe muy que lo hace. En los funerales se presenta con un paraguas amarillo, en contraste con todos los negros que llevan los asistentes, porque el negro es aburrido (el color amarillo representa en la película la vitalidad de Maude: su flor preferida es el girasol, en el vagón-vivienda en el que vive es el tono predominante); se dedica a montarse en el coche que tenga más mano, sea de quien sea, y conduce sin respetar semáforos o normas de tráfico; cuando un policía los sigue acota: «A la policía le gusta tanto jugar…».
El padre de Harold está ausente, murió hace años, y los 'suicidios' de Harold, orquestaciones cada vez más teatrales, son un intento infructuoso por sacar a su madre de su vida de cócteles y cenas de sociedad (es una familia muy acaudalada). Cuando esta le concierta una serie de citas para casarlo, elegidas a través de un ordenador, citas a cuyas preguntas para ver cómo es el candidato ella misma contesta, Harold las recibe con la puesta en escena de otro suicidio. No está en absoluto interesado: está fascinado con Maude, que le saca de su zona de confort, le regala perlas de sabiduría zen como quien pide una barra de pan, le descubre la magia de las cosas cotidianas y, sobre todo, le hace reír (o sonreír). En cierto momento Maude le dice que «apunte más allá de la moralidad», y así, por su afirmación de la vida frente a la muerte, por ese estar más allá del bien y del mal, de lo que las otras personas puedan pensar, cabe calificar 'Harold y Maude' de película nietzscheana. O, como dijo el guionista Colin Higgins, «todos somos Harold y todos queremos ser Maude». Todos estamos encasillados, castrados, y querríamos ser almas libres.
Este vitalismo y jovialidad se ven maravillosamente realzados y completados por la banda sonora que firma Cat Stevens (cabe sospechar que Wes Anderson ha visto más de una vez 'Harold y Maude'), una serie de canciones de melodías y estribillos infecciosos, que a veces cantan los propios protagonistas. Por otro lado, una película con una pareja tan de entrada incompatible se caería si no contase con dos intérpretes cuya química puede masticarse; una vez vista, es inconcebible imaginarse a otros en tales roles, y acaso sea este el mayor elogio que pueda recibir un actor. Se trata pues de un sí rotundo a la vida que queda subrayado con el conmovedor final, tan necesario como sorprendente. Si hay una película de la que se pueda predicar que es de culto, con todo lo que ellos tiene de marginalidad, originalidad y aprecio moderadamente creciente con el paso del tiempo, esa es 'Harold y Maude'.
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