De Prada Poole, de ningún sitio a ninguna parte
El arquitecto vallisoletano y Premio Nacional pensó su disciplina con criterios bioclimáticos, desarrolló la arquitectura neumática y las estructuras ligeras
Antonio Cobo
Domingo, 15 de agosto 2021, 08:28
El pasado miércoles falleció en Madrid el arquitecto y profesor José Miguel de Prada Poole (Valladolid 1938). En este momento, habiendo llegado el final de ... su vida, quizá sea más reconfortante –o incluso pertinente– recordar al maestro empezando por algunas notas sobre sus orígenes.
Vallisoletano de nacimiento, sus primeros años los vivió en el Pasaje Gutiérrez, edificio levantado por iniciativa de su propio abuelo en el año 1886. Prada describió la célebre galería comercial como un lugar disparatado: «un túnel luminoso que va de ningún sitio a ninguna parte que lleva a pensar en mundos abstractos, en los que el valor de las cosas no es el que tienen sino el que se les atribuye».
Las características de esta construcción singular, diseñada siguiendo los modelos de los pasajes parisinos de finales del siglo XIX y en la que se emplearon las tecnologías más avanzadas de la época, fueron sin duda una primera influencia en su manera de entender el espacio. El empleo de una estructura metálica y las tejas de vidrio dan lugar a un espacio cualificado por la luz, transparencia, temperatura y otras experiencias sensoriales que encontraremos en algunos de sus proyectos más conocidos.
Es el caso de las cúpulas y los túneles que formaban parte del 'Hielotrón', la gran estructura neumática para la pista de patinaje sobre hielo de Sevilla que le valió el Premio Nacional de Arquitectura del año 1976. Aquellos túneles, inicialmente ideados para proyectar sobre sus lonas imágenes en movimiento, debían configurar un recorrido de sensaciones (imágenes, sonidos y olores) que permitiera a los usuarios transitar un espacio virtual cuyo único propósito era la propia experiencia.
Además de la vivienda familiar, en el Pasaje Gutiérrez estaba la consulta y el laboratorio de su padre, médico de profesión e investigador vocacional. Prada recordaba con cierta aflicción que su interés por la ciencia y la tecnología, muy presentes en sus proyectos, lo había heredado de su progenitor, muerto cuando él todavía era un niño.
Puede que en el lejano recuerdo de su padre, trabajando en el laboratorio, y en la mágica experiencia de sus horas de juego en el túnel luminoso estén el germen del Prada más reconocido: el inventor y el arquitecto pionero en el diseño y construcción de estructuras ligeras.
Prada siempre entendió la profesión de arquitecto como una labor predictiva. Esta condición ha quedado demostrada en sus proyectos y escritos, siempre adelantados a su tiempo y hoy de rabiosa actualidad. El mejor ejemplo son sus investigaciones desarrolladas durante los seminarios celebrados en el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid, entre los años 1968 y 1973, junto a artistas e intelectuales como José Alexanco, Javier Seguí, Eusebio Sempere, Ignacio Gómez de Liaño o, su entonces esposa, Soledad Sevilla. En ellas exploró las posibilidades de la computación y las nuevas tecnologías de la información aplicadas en la arquitectura y la configuración de la ciudad, llegando a afirmar que los canales de comunicación llegarían a ser más importantes que las redes de transporte.
Estas y otras ideas revolucionarias quedaron plasmadas en otros proyectos como el 'Pabellón de Expoplástica' (1969), la 'Casa Jonás' (1971), la 'Instant City', de Ibiza (1971) o las 'Cúpulas de los Encuentros', de Pamplona (1972).
Un material llamado energía
Fue además uno de los primeros arquitectos en considerar la energía como un material más del proyecto, encontrando en la crisis del petróleo del año 1973 la oportunidad de repensar la arquitectura en términos bioclimáticos. De este modo se convirtió en uno de sus máximos exponentes, condición que quedó demostrada a través de numerosas publicaciones y proyectos como el del 'Palenque' para la Expo92. En este proyecto pudo aplicar los modelos de estructuras tensadas que había desarrollado durante su estancia como profesor invitado en el MIT de Boston, dando lugar a un edificio sin fachada o plaza cubierta donde, aprovechando las condiciones de contorno y solo con la ayuda de abundante vegetación y difusores de agua, logró diferenciales térmicos de hasta 14 °C durante los calurosos meses de verano de la Exposición Universal.
Siempre estuvo orgulloso de haber sobrevivido a la mayoría de sus edificios, diseñados para desaparecer. A pesar de ello deja tras de sí una importante herencia inmaterial, creativa e intelectual, que recientemente pudo ser revisada en la primera exposición monográfica de su obra que le dedicaron el CAAC de Sevilla y el MUSAC de León. En la ciudad de León también quedan algunas de sus primeras obras de juventud como son 'La Casa de los Picos' o 'La Casa Jardín', diseñadas con Andrés García Quijada y Alberto Muñiz a mediados de los años sesenta.
Dijo refiriéndose a su obra, «si tienes cabeza, mejor no dejar ni rastro». No pasará así con sus ideas, buen hacer y talante personal, que quedarán para siempre en el recuerdo de quienes tuvimos la suerte de conocerlo y trabajar con él, de sus alumnos de la Escuela de Arquitectura de Madrid y en las nuevas generaciones de arquitectos que de nuevo miran atentos a su legado.
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