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Pabro y Dante, Los picoletos, junto a una de las piezas de la exposición. R. JIMÉNEZ

El Niño de Elche comulga en los altares urbanos de Los picoletos

El Museo Patio Herreriano acoge una propuesta artística que, desde las periferias, reflexiona sobre el trabajo precario y los rituales cotidianos

Víctor Vela

Valladolid

Jueves, 10 de marzo 2022, 18:57

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Hay una vieja lonja en Buenos Aires que fue fábrica de zapatos y perteneció a Pedro, el abuelo paterno de Fabro Tranchida, integrante –junto a Dante Litvak– del dúo creativo Los Picoletos. «Está en un barrio periférico, muy tanguero, arrabalero, el de Liniers, que conecta muy bien con el espíritu quinqui, punk y queer» de 'Nudillos rotos', el proyecto que hasta el 8 de mayo puede verse en el Museo Patio Herreriano y que cuenta con la colaboración de El Niño de Elche.

Allí, a aquella fábrica argentina, invitaron al artista alicantino para participar en una performance grabada en vídeo y que se proyecta, a miles de kilómetros, con un océano de por medio, en la sala 0 del museo vallisoletano. El Niño de Elche ocupa un espacio central en la fábrica y genera música –el flamenco como reivindicación de lo extraño– con varios de los objetos ya inservibles de la fábrica. A su alrededor, un circuito performático –montado con los restos de la vieja maquinaria que había por la lonja– alude a un sistema de trabajo absurdo e invisibilizado. «Es una parodia del empleo precarizado y también de la situación que viven muchos artistas», explican Los picoletos, que presentaron el proyecto, enmarcado en la programación del ciclo Meetyou.

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Imagen. R. Jiménez

Junto a esta videoinstalación en la que El Niño de Elche es protagonista con su música, la propuesta creativa se completa con varias instalaciones que coquetean con el «ambiente fabril», los vertederos de suburbio, el descampado de extrarradio... y los altares urbanos. «Todas las instalaciones tienen uno o varios ceniceros», cuentan Dante y Fabro. «Esto es algo que viene de los altares populares que hay en muchas ciudades de Sudamérica. Son espacios de devoción popular donde la gente deja sus cigarrillos como ritual». Pero también latas de cerveza, exvotos de cera, viejas fotografías. Todos esos elementos se agrupan en instalaciones donde hay antiguos retratos familiares, restos de chatarra, frigoríficos destripados. «La nevera es un elemento que utilizamos mucho. Lo vinculamos con un búnker, una incubadora, una caja primitiva de luz...», explican los artistas de una propuesta que anima «más allá de lo raro de la superficie», a reflexionar en torno a un «subtexto» vinculado con esos rituales urbanos y un trabajo desarmado, descontextualizado, en la vieja lonja de zapatos del abuelo Pedro.

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