Castellano deconstruye un retablo en el Museo Patio Herreriano

Hace tiempo que conoció el Retablo de Berruguete para San Benito del Museo de Escultura y le fascinó que se viera la parte trasera, la que no se hizo para exhibirse. Aquel recuerdo sumado a la muestra temporal 'Almacén' de ese mismo museo pesan en la gestación de 'Las calles y los cuerpos'. Sustantivos comunes que aplicados a un retablo marcan la cuadrícula que necesita el escultor para distribuir las imágenes religiosas según la historia que cuentan. En este caso, Jacobo Castellano desacraliza la propuesta y se asoma a la talla religiosa desde la historia y la fiesta, desde un acto social importante en su juventud, incluso para los no creyentes. «Era una reunión diaria, una excusa para la comunicación y el encuentro».

La Capilla de los Fuensaldaña es el espacio para su «retablo deconstruido», estructuras, lienzos, armazones en los que se ven «las costuras», que logra con grapas, «quería subrayar la idea de herida». El ático de su retablo desmontado es la silueta de una Virgen de otro retablo del Museo flamenco del XIV.

Castellano se siente hermano de los artesanos que preparaban el trabajo a Berruguete. «Para mí son escultores igualmente», y se detiene en las tarea minuciosas que conforman «la 'cara b' del retablo y del arte. Como en aquellos vinilos en cuya 'cara a' iba el tema más comercial, el del lanzamiento, y la 'b' contenía temas que se hacían casi para los que podían apreciar la técnica, normalmente para otros músicos».

Castellano se siente artesano que trabaja con la madera por su poca exigencia material y física. «Con dos gatos y una sierra puedes construir un volumen. Eso es más difícil con el hierro, no tengo maquinaria». Comienza con un boceto que no suele llegar a termino, «no soy proyectista, en el camino surgen mil ideas y soluciones que no estaban al inicio».

La Sala 9 acoge una «representación de un paso bajo palio», esa que vio tantas veces porque «si vives en el Realejo de Granada estás obligado a ser del Cristo de los faroles». Ydesde pequeño se fijó en el capataz que dirige el paso, en el cohetero que lleva los fuegos de celebración, en la mujer doliente/virgen que sufre con la escena, en el encargado de encender y apagar los candiles, en el penitente de geométrica factura y en devoto derrotado por el alcohol.

Todos ellos habitan esa sala, hechos de madera, con algunos detalles en tela, cuerdas, alambres. «Cualquier excusa es buena para cortar unas maderitas», sostiene Jacobo Castellano.