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Desde la izquierda, Ramón García, Daniel Miguel, Óscar Puente, Lucía Quintana, Jorge Praga y Celso Almuiña, rodean a Juan Antonio Quintana.
Juan Antonio Quintana, o el actor medular que declama en su homenaje

Juan Antonio Quintana, o el actor medular que declama en su homenaje

El Ateneo y la Universidad de Valladolid reconocen la carrera del «hombre de teatro»

Victoria M. Niño

Miércoles, 1 de junio 2016, 17:47

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Parecía resignado a recibir loas y reconocimientos, pero en cuanto pudo Juan Antonio Quintana hizo suyo el escenario. El Ateneo y la Universidad de Valladolid organizaron el homenaje a este «hombre de teatro» mas no lograron someterlo al protocolo. Actor y director, Quintana, como todo aquel que frecuenta las tablas, solo calma su hambre con el aplauso del público. Así que dejó que se leyeran discursos y transcurrieran las palabras de un afectuoso discípulo, antes de entregarse a su oficio.

Daniel Miguel, rector de la UVA, fue el anfitrión en el Paraninfo. Junto a él, Celso Almuiña y Óscar Puente. El director del Ateneo enmarcó el homenaje dentro del reconocimiento « a los méritos de personas vanguardistas en nuestra cultura». Primero fue Antonio Pérez Solano, en 2015 a Félix Cuadrado Lomas, y este curso ha sido destacada la carrera de Quintana.

Almuiña recordó su primer contacto con él, cuando dirigía el Aula de Teatro de la UVA. En ese Aula le conoció también Óscar Puente, que ayer participaba en calidad de discípulo en el homenaje a su maestro. Puente recordó la suerte que le acompañó al entrar en febrero de 1990 en la troupe de Quintana, «porque entonces, como creo ocurre ahora, había pocos chicos. Al día siguiente ensayaba un papel». Durante cuatro años «aprendí la práctica y la teoría de cómo actuar, porque con JuanAntonio a actuar se aprendía actuando». Se incorporó a su compañía, Teatro Estable, hizo su último Romeo y Julieta, en el Calderón. «En el tercer año, participé en El avaro, el espectáculo de más éxito de Castilla y León, por el número de representaciones y por los teatros a los que llegamos. Seis noches en Almagro, dos teatros de Madrid el Maravillas y el Príncipe de Gran Vía, lo llevamos hasta París. Parece que Molière hubiera escrito el papel para un actor como él. Luego con Don Duardos también salimos, a Lisboa». Puente lamentó que después Madrid se llevara a este hombre, «algo que pasa mucho en nuestra tierra. Con él se fueron muchas oportunidades para actores locales». Puente clausuró su carrera dramática con un monólogo junto a la OSCyL. «Después me dediqué a la abogacía». En los juzgados pudo poner a prueba lo aprendido con Quintana: «Que no vale solo con el talento, sino que es imprescindible el trabajo. Su amor por el teatro, podía hacer teatro 24 horas al día, el éxito en la vida está en amar lo que uno hace. Y lo injusta que es la fama, tras tantos papeles importantes, la gente le reconocía en la calle por Ana y los siete. Luego también yo encontré algo que me hacía feliz, me llenaba y a lo que me podía dedicar 24 hora sin descanso», decía este alcalde vocacional.

Vis cómica, vis trágica

Jorge Praga fue la voz del también colaborador de El Norte Fernando Herrero. El crítico no pudo asistir por estar fuera de España. Herrero destacó su debut en El esclavo (1969) y su último papel, Esperando a Godot (2011). Desgranó su valentía para estrenar a desconocidos, su empeño en los clásicos y su afán con el teatro contemporáneo, así como su condición pionera en el teatro infantil. Otro amigo, Ramón García, glosó a Quintana como una suerte de rey Midas de su arte, porque «todo lo que toca lo convierte en teatro. Juan Antonio es un actor hasta los tuétanos, medular». Y lo sostuvo recordando el montaje de Sombras de sueño, de Unamuno, que en 1986 les llevó a Estados Unidos de gira. «Ser cómico es asignar a los demás sus papeles», sentenciaba García. Y en breve así lo haría el actor. Antes, el público se rindió a la emoción de su hija Lucía Quintana Maroto, quien, como los anteriores, colocó a su madre, Mery Maroto, como mano derecha de su padre. La pintora ha sido su escenógrafa y figurinista.

Lucía agradeció el haberse criado en una casa de artistas, entre disciplinas que debieran formar parte de la educación. «El teatro es mi forma de conocimiento. Con ellos he aprendido a crear un proyecto, a trabajar en equipo, a crear experiencias maravillosas para el público». La actriz dio las gracias a sus padres por permitirla existir como «Lucía en el país de la maravillas». Emocionó al público y quién sabe si también a su padre, pero el «actor hasta el tuétano» se sobrepuso y haciendo caso omiso de los anfitriones, que le pedían se sentara a recibir el presente conmemorativo, se aferró al atril, ordenó a García Domínguez su colaboración y comenzó su función. Eligió un pasaje del Quijote enamorado para mostrar su vis cómica y después, la trágica con el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Lorca. El actor sobrevoló el patio de butacas, con más políticos que colegas, y marchó de la Mancha a Manzanares, con visita final a Machado.

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