El Hay Festival rinde homenaje al encuentro entre San Juan y Santa Teresa
Carlos Aganzo, Clara Janés, Antonio Colinas, José María Muñoz Quirós y Luis Alberto de Cuenca y brindan un paseo espiritual por la huerta del convento segoviano donde perviven las huellas de los dos místicos
el norte
Sábado, 26 de septiembre 2015, 13:57
El Hay Festival rindió homenaje poético al histórico encuentro entre San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila de la mano de cinco referentes de la poesía de hoy. Clara Janés, Antonio Colinas, José María Muñoz Quirós, Luis Alberto de Cuenca y Carlos Aganzo, el director de El Norte, brindaron un paseo espiritual por la huerta del convento de los Padres Carmelitas Descalzos, el entorno que pudo inspirar la trilogía lírica del místico abulense, quien a su vez lo compartiría con la andariega. Un acto coorganizado por la Junta de Castilla y León y el convento de los Padres Carmelitas.
El prior de la casa, Salvador Ros, condujo un año más el acto y ofreció las inestimables pinceladas históricas que ayudaron al centenar largo de asistentes a sumergirse en un mágico recorrido durante el que se evocaron textos de los místicos contestados después por creaciones propias de los cinco poetas, todos ellos miembros de la academia de juglares de San Juan de la Cruz de Fontiveros (Ávila). Cuatro veteranos en esta cita y una incorporación, la de Luis Alberto de Cuenca, «verdaderamente feliz» por sumarse a «estos monstruos de la poesía española».
Entre el público hubo jóvenes y mayores, algunos ayudados por muletas para poder completar el recorrido. No hubo más porque la contemplación del paraje no lo permite, después de que se agotaran todas las entradas para una cita que con esta cumplía ya cinco ediciones, y esta vez en el marco del quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa.
A este mágico lugar arribaba San Juan de la Cruz por primera vez en la primavera de 1574, acompañando a la andariega abulense para dar refugio a las carmelitas de Pastrana; y allí fundaría después el convento. Catorce años después de su primera visita, en 1588, San Juan de la Cruz regresó al convento segoviano con su trilogía lírica ya escrita: Noche oscura, Cántico espiritual y Llama de amor viva.
Y ahora, 426 años después, sus versos fueron recitados en los espacios que pudieron inspirarle: los del primer poema, en la cueva de Santo Domingo; los del segundo, donde él oraba, un espacio abierto en el que se levantaría tiempo después una ermita para preservar el lugar. Aunque la parada en el tercer paraje, donde enseñaba y en la que se erigió otra ermita, en lo más alto de la huerta, no se dedicó en esta ocasión a evocar la 'Llama de amor viva', sino el encuentro de los místicos, precisamente como tributo al V Centenario.
Juan de la Cruz pasó allí los tres últimos años de su vida y muy cerca descansan hoy sus restos. Su obra ya estaba cerrada para entonces, su poesía y su prosa, pero como señaló el padre Ros, no estaba culminada porque fue aquí donde la transmitió. Esta vez no quiso dar más detalles el prior de la casa en el inicio del recorrido para que cada cual lo fuera descubriendo personalmente, para «oírlo y apropiarlo», según declaraciones recogidas por Ical.
Carlos Aganzo describió el paseo antes de iniciarlo como «una ascensión desde las cavernas del sentido hasta la llama de San Juan». El director de El Norte hizo alusióin a la academia de San Juan de la Cruz, a la que pertenecen los cinco poetas invitados: «Los cinco somos poetas de la academia de San Juan de la Cruz, de Fontiveros, la academia de juglares de Fontiveros, que es una academia de rango nacional, quizá la única de rango nacional».
Versos propios
Declamó los primeros versos Clara Janés (Barcelona, 1952), tras escuchar los de la 'Noche oscura' de Juan de la Cruz: «Quiero arrastrar el claro de luna sobre las aguas de la noche, ser en ellas remo de plata y surcarlas, y confundirme luego con la estrella que despierta el dormido camino de la luz», recitó, entre otros.
A continuación, Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946): «Con los años el cuerpo pesa más pero a la vez no deja de ascender () Somos tan solo el resto de una música que suena y se desprende de allá arriba, de entre las cuerdas rotas de la lira de Orfeo, de ese campo remoto sembrado con los ojos de los que ya se fueron y que nos miran, y que nos llaman () La noche, una tumba de infinito que un día se abrirá».
«Dime Juan de la Cruz, si en esa noche encendiste callado mi silencio, si en esa encrucijada de las sombras estabas tú. Descúbreme si el día, al comenzar, advierte lo perdido en las desnudas formas de lo oscuro», prosiguió José María Muñoz Quirós (Ávila, 1957). «Juan de la Cruz, dime si en esa noche vuelve oscura la luz entre las formas que se deshacen tímidas y oscuras como el vuelo de un águila perdida en los umbrales de la madrugada».
Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) ofreció sus versos a San Juan de la Cruz desde recuerdos de la noche madrileña de agosto. «Por las calles desiertas con ganas de morirte, pensando que la vida era un cuento de Kafka o de Edgar Allan Poe. Y entonces, sin que supieras cómo, más allá de las tiendas cerradas y los bares, veías un espectro de luz que se acercaba, y una vez junto a ti te decía: muchacho, soy tu ángel de la guarda, Dios dice que te diga que te envidia, tú solo y en Madrid, y en agosto, sin novia y sin amigos, con calor y sin cartas, ¿no deberías dar gracias al rey de reyes por tanta dicha junta?».
«Una vez más el centro de la noche», continuó Carlos Aganzo (Madrid, 1963). «Aleteos sin ruido de los ángeles que no encuentran el rumbo, perdidos en el límite del frío () Cómo suena la música sobre las caracolas negras del silencio () Pero incluso la noche más hermosa, la más larga y profunda, la que más embelesa en el gozo secreto de lo oscuro, tiene también final».
Pero el recorrido siguió hacia la segunda parada, en el lugar donde San Juan de la Cruz tenía sus momentos de contemplación. No en vano, en la huerta pasó en vida más tiempo que en la casa, sacando piedra, haciendo los menesteres de cantero y albañil; y en ratos libres, como recuerda Salvador Ros, la reflexión con la que empezó a fraguar el Cántico espiritual mientras observaba el paisaje.
Y la tercera y última parada, la de la evocación del Juan de la Cruz maestro, con protagonismo compartido con Santa Teresa de Jesús. En el espacio que hoy ocupa la ermita más alta de la huerta, donde los poetas recitaron al pie del árbol que plantara el Amado, y que un año más disfrutó de la compañía de un público amante de la poesía que no ha dejado de crecer en cada edición.