El escaño 82: El fuego fue el amo
«Si los incendios son cada vez más explosivos, habrá que repensar el operativo de extinción»
El fatalismo no es solución cuando tienes delante una estampa de 30.800 hectáreas de tizne y ceniza. Si da igual tener más o menos ... medios disponibles para apagar un incendio, si hay que encomendarse a Roberto Brasero o resignarse a que las llamas quemen lo que se les ponga por delante hasta que el destino o Dios las sofoquen, ¿para qué sirven la gestión y los gestores?
Si los incendios son cada vez más explosivos, habrá que repensar el operativo de extinción. Hace unos meses, un coche ardiendo en una cuneta de una carretera por una avería sembró de brasas 22.037 hectáreas de la serranía abulense, en una provincia en la que la Diputación no había considerado prioritario construir parques de bomberos comarcales. Solo la de Valladolid dispone de una red operativa de parques profesionales. El incendio de Navalacruz movió a la reflexión. Hizo que por fin la Junta impulsase un plan (con fondos europeos) para, a través de las diputaciones, dar cierta homogeneidad a los servicios de rescate de accidentes de tráfico y extinción de incendios urbanos en la comunidad. Hay zonas en las que los bomberos deben desplazarse desde la capital o desde otras provincias y eso implica más de una hora de trayecto a un fuego o a una colisión de vehículos con gente atrapada.
El incendio de Navalacruz fue en 2021 una tragedia que ya ha superado, sin estrenar el verano, el de la Sierra de la Culebra. Zamora ardió en una semana de ola de calor excepcional, catalogada como de riesgo medio por la Junta y sin el operativo de extinción activado al completo. En una comunidad que presume, porque puede, de pinares, robledales, hayedos... De naturaleza. A Felipa, que con 84 años llora la perdida de los castaños que plantaron sus abuelos en Ferreras de Arriba, no le sirve la justificación de que con más medios se hubieran quemado igual. «Cuando quisieron darse cuenta, el fuego era el amo... ¿Y ahora qué?» Es la reflexión sincera de la octogenaria sobre los medios de extinción.
Días antes, el consejero Juan Carlos Suárez-Quiñones había presentado un operativo en el que conviven medios de la Junta, del Estado y contratas privadas. 4.540 personas cuando esté al completo. Reconoció entonces que es una prioridad dar estabilidad laboral. Hay profesionales con contratos de tres meses que se echan al monte en verano, a 38 grados, motosierra en mano, a hacer labores de desbroce y pueden empalmar esa tarea con la extinción de un incendio, al que no llegan precisamente descansados, exponiéndose al fuego por nóminas de unos mil euros. O menos. Un trabajo duro, precario, temporal... Con mucha rotación de personas y que llega a poner en el monte cuadrillas con trabajadores inmigrantes que no se manejan en español y con dificultad para entender las indicaciones frente a las llamas.
El cambio climático provoca incendios virulentísimos que exigen rapidez, profesionalidad y mayor presencia en el monte todo el año. Eso implica dinero. Ayuda poco que la financiación autonómica que aprobó Zapatero, pasó de reformar Rajoy y mira de reojo Sánchez reparta la mayor parte de los fondos para el cuidado forestal por habitante en vez de por hectárea, que sería lo lógico. Eso supone que, tras recibir el dinero estatal, un castellano y leonés aporta 30,7 euros en fondos regionales para programas forestales y un madrileño 6,3, según datos de la Consejería de Economía y Hacienda. Y ese 'esfuerzo' permite a Isabel Díaz Ayuso dedicar 96,5 euros por hectárea de monte, prorrateo que en Castilla y León se queda en 15,3 euros.
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