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Joaquín Díaz posa tras la entrevista en uno de los muchos y muy especiales rincones de la Casona de Urueña, donde está instalado el Centro Etnográfico que dirige. Alberto Mingueza
«Consulto la enciclopedia porque no todo está en Internet. Ni va a estarlo»

«Consulto la enciclopedia porque no todo está en Internet. Ni va a estarlo»

Joaquín Díaz. Músico, folklorista y etnógrafo ·

«Prefiero terminar mis días estudiando, tratando de comprender las cosas y de explicarlas lo mejor posible a la gente»

J. I. Foces

Valladolid

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Sábado, 22 de diciembre 2018, 13:58

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He aquí a un erudito. He aquí a quien se encarga de cuidar de la memoria de la tradición de Castilla yLeón. Joaquín Díaz (Zamora, 1947). Desde su refugio-fortaleza de la Casona de Urueña, donde lleva décadas estudiando tradiciones y costumbres que han conformado y modelado al ser humano en estas tierras, se abre a la combinación de corrientes que hoy en día permiten equilibrar lo que se ha transmitido de lo autóctono, generación tras generación, con lo que llega de fuera y se introduce por mecanismos tecnológicos hasta hace poco impensables.

–¿La Navidad ya no es lo que era?

–¡Hombre! Es que nada es lo que era. Estamos en un mundo cambiante, un mundo en el que se está alterando todo en el sentido de lo que, por un lado, quiere la sociedad y, por el otro, esas manos o factores que gobiernan el mundo... ¡Y nos va llevando a sitios que ni sospechábamos!

–Lo que uno no sabe es si lo bueno era lo que se vivía y cómo se vivía antes o si lo es lo que está por venir.

–Ya, ya, pero no merece la pena estar recurriendo a la nostalgia y, a la vez, decir eso de que el progreso y el porvenir va a ser lo mejor... Hay que tener siempre un equilibrio y sobre eso basar la vida cotidiana.

–¿Que transformación hemos experimentado en España para haber acabado aceptando a Papá Noel, si tenemos los Reyes Magos; asumir el árbol cuando lo nuestro era los belenes...? Acabamos de salir de la celebración de Halloween cuando resulta que lo autóctono era la fiesta de ánimas.

–Esos son los factores a los que me refería. En el siglo XVIII se impuso la ópera italiana; en el XIX, el romanticismo alemán... Cada época tiene sus condicionantes, que muchas veces son tan fuertes que alteran la propia esencia de un país. Recuerdo haber visto de pequeño muchos libros de cuentos en los cuales te fijabas mucho en las estampas, en los santos que decíamos, y todo eso es lo que ha hecho que variara tanto la mentalidad, que es el conjunto de todas esas cosas que nos conforman como individuos y como colectivo. Y si eso varía, porque hay vectores que lo van llevando a otro terreno o soluciones vitales, cambia el sentido ético de la vida, cambian los valores; hay que aceptarlo. En la medida que podamos, yo creo que hay que tratar de defender lo nuestro. Pero oponerse abiertamente a una cosa que no tiene vuelta de hoja, a veces es un esfuerzo inútil.

–¿Es la globalización la que nos ha traído hasta aquí?

–Sí. La globalización es el resultado de todo eso, de un mundo de influencias que en este momento está controlado por el mundo anglosajón, por EE UU y por sus industrias culturales. ¿Y qué vas a hacer? No hay más remedio que defender lo propio en la medida que sepamos o seamos capaces y lo demás, tratar de evitarlo en la medida de lo posible. Es como lo que sucedió mucho durante muchos años, que había matrimonios que no eran católicos, que se habían desvinculado de la religión de sus mayores y decían que su hijo no iba a hacer la comunión y cuando llegaba el momento, el niño quedaba desplazado porque los demás niños sí la hacían. Hay muchas veces que es contraproducente el oponerse a la realidad.

–Puede serlo, pero existe el peligro de que caigamos en fenómenos aberrantes. ¡Se han inventado las primeras comuniones civiles!

–Pero, ¿por qué? Porque el mundo del estómago y la gastronomía parece que lo controlan hoy todo. Al Centro Etnográfico viene gente a ver qué tenemos y hacemos, pero siempre dicen: 'Ayer hablamos, ¿dónde comemos?' Ese es el primer paso, comer, y si luego vemos que hay no sé qué o no se cuál, se visita.

–¿Quién tiene más culpa de la implatación de costumbres extranjeras, quien invade o quien se deja invadir?

–Teóricamente, el primero y responsable es el que invade; pero, luego, el que se deja invadir y, de forma amistosa o impuesta, controlar su vida tiene parte de culpa. Pero yo las culpas prefiero no echárselas a nadie porque son cosas que pasan.

–Las nuevas tencologías deberían ayudarnos a conservar mejor las tradiciones y, sin embargo, muchas caen en el olvido. ¿Estamos en una contradicción? ¿La internetización de la vida no es capaz de frenar la desmemoria?

–Cada vez me sorprendo más de que encuentro muchos temas que no aparecen en Internet y tengo que recurrir a la Enciclopedia Espasa para informarme.

–¡¿Que hay cosas que no están en Internet?!

–Sí, sí, es así.

–¡Pero si se nos insiste por tierra, mar y aire en que todo está en Internet!

–Pues no, no está y, además, no va a estar. Por ejemplo, en el caso del Espasa, se redacta a finales del XIX y principios del XX y los autores que intervienen en la confección del diccionario son gente que en ese momento son primerísimas espadas: Menéndez Pidal, Ramon y Cajal... Las palabras que les encargan son tan largas que, no sé si es porque no se ha llegado a un acuerdo para su digitalización o porque lo que se busca son respuestas breves, eso no ha pasado a Internet.

–A ver, algo que no esté en la red...

–En Internet no encuentras por qué en tal época, en tal lugar, se confeccionaban casullas trenzadas, por poner un caso. Internet no ha cubierto ese espacio y tienes que ir al Espasa. Es lo que nos está pasando a nosotros con la revista de Folklore, que nació con la vocación de cubrir todos esos aspectos que tenían que ver con la tradición, las costumbres y la etnografía y no los encontrabas en enciclopedias al uso. Nosotros buscábamos a esa persona que había escrito sobre su pueblo y que había escrito muchísimas más cosas que cualquier otro investigador. Eso nos interesaba. Ahora, después de tener casi 20.000 páginas de artículos, te das cuenta de que cuando la gente va a buscar lo raro, tiene que recurrir al señor que había escrito sobre ello y sabe de eso más que nadie.

–En 2011 publicó usted un nuevo trabajo sobre tradiciones de Navidad. ¿Era para evitar que se perdieran?

–No, no era por eso. Mi primer trabajo de Navidad es de 1968. De las épocas del año que marcan a una persona, y que probablemente duran más que los días estrictos que se le atribuyen, es la Navidad. Por muchas razones y circunstancias.

–Desgrane las importantes.

–Hay gente que queda marcada durante toda su vida por lo que ha pasado en su infancia. Una de las cosas que pasaba en la infancia y tenía más fuerza era la de reunirse la familia, cantar los villancicos, poner el Belén, recibir los Reyes... Era una época del año concreta. El belén se ponía a principios de diciembre y en muchos sitios no se quitaba hasta febrero. Todo eso aportaba a la persona un mundo de tradición, basada en este caso en las creencias, y también le aportaba un sentido estético. Recuerdo que el hecho de colocar el nacimiento estaba muy ligado a lo que cada uno veíamos que debía ser el conjunto armónico de figuras. Y todo eso se traducía en que tú estabas trabajando sobre tu propia estética, aunque a veces tus padres te dijeran que no pusieras esto en tal sitio del Belén o en tal otro.

–¿Eso marcaba o formaba ?

–Como muchas cosas en la vida, todo eso contribuía a hacernos como somos, a fomentar ese desarrollo de la personalidad y de la mentalidad que es tan importante.

–No son excluyentes el 'Pastores venid', de la tradición navideña castellana, y el 'Christmas song', de Diana Krall, y, sin embargo, suena mucho más estos días en los grandes almacenes y en las calles esta segunda que el primero.

–Sí, pero volvemos a lo mismo. Mi primer disco de Navidad salió en enero. Con eso lo digo todo. La industria controla. Si en unos grandes almacenes, a quien se encarga de la programación de lo que se oye por los altavoces llega un señor y le regala cinco discos de quien sea, ese señor pone en los almacenes lo que le han enviado. Pero si esa persona tiene criterio y dice 'bueno, voy a meter esto, aunque también voy a poner cosas de por aquí', entonces se produce ese equilibrio que yo siempre trato de defender.

–¿Quién enseñará a los niños los villancicos tradicionales con los tiempos que viven de 'plais', 'smartphones'... 'Las maquinitas', que dicen los mayores.

–No dejo de pensar que siguen teniendo mucha importancia la escuela y la familia. Y dentro de la familia, quien más sabe es el abuelo o la abuela. En este momento, además, todavía hay muchos profesores que saben perfectamente lo que tienen que hacer y dan la oportunidad a muchos alumnos de aprender cosas de la tradición. Por un lado, porque son manifestaciones muy decantadas a través de los años y funcionan muy bien. El profesor sabe que lo que mejor funciona se aprende mejor... Y entonces todo ese proceso mental se traduce en que al profesor le interesa disponer de una serie de elementos que le van a ayudar a controlar la actividad o la actitud de los alumnos y a darles una parte de su propio patrimonio.

–Pastoradas y Autos de Reyes, tan típicos de estas tierras, ¿corren el riesgo de quedar para piezas de museo?

–Hombre, si quedaran en museos, por lo menos quedarían resguardadas. Pero yo creo que, como tantas otras cosas, la naturalidad con la que se transmitía todo antes ha desaparecido. Ahora todo es un poco artificial, hay que reconocerlo y hay que aceptarlo. Y entre las cosas que han pasado a ese terreno de lo artificial están todas las representaciones populares, pero también todas las canciones. Antes la transmisión de los villancicos se hacía en la cocina de casa o se hacía en las iglesias el día 24, cuando iban los pastores. Hoy en día, el que eso se haya convertido en un espectáculo, el que se venda como un espectáculo, pues a lo mejor no es tan malo porque es una manera de conservarlo y mantenerlo. La música clásica también se vende como espectáculo.

–¿Qué quiere decir?

–Hombre, no se reúnen un pianista, dos violines y un violonchelo más que para cuando hay que ensayar y preparar un concierto. Y de la misma manera, lo que antes era muy natural porque los vecinos o los pastores se encargaban de hacerlo según la tradición, ahora es un animador social el que prepara al pueblo, a los chavales... Los tiene que llevar a rastras muchas veces porque es distinto de antes, cuando se hacía porque te salía del alma. Lo había hecho tu abuelo, ¡¿cómo no ibas a hacerlo tu?! El paso de lo natural a lo artificial ha perjudicado en algunos momentos la frescura, esa forma tradicional de transmitirse las cosas, pero, por otro lado, es la única solución que tenemos hoy en día. Todavía hay muchas familias que cantan en Navidad juntas.

–¿Usted cree?

–¡Claro! Y se siguen manteniendo los villancicos así. Había villancicos que se transmitían dentro de la misma familia: del abuelo pasaban al padre, de este a los hijos... Desaparecían de la vida colectiva y se mantenían solo en el seno de esa familia.

–Las tradiciones necesitan de quien las estudie. ¿Pero quién enseña a estudiar las tradiciones?

–Vaya preguntita... En España hay tres o cuatro personas que han influido sobre muchas generaciones. Hay que hablar de Menéndez Pelayo, de Menéndez Pidal o de Julio Caro Baroja. Esto es un mundo en el que prácticamente todo está relacionado. La persona que tiene la llave de esa relación, porque ha estudiado muy bien los siglos pasados, los ha estudiado, los ha comprendido, ha descubierto qué queda de una civilización en la siguiente...; quien ha hecho ese esfuerzo por estudiar al ser humano a través del tiempo y de las circunstancias tiene la llave, lógicamente, de la comprensión de por qué nos pasan las cosas y por qué no. Julio Caro Baroja es ese gran personaje, que nunca será suficientemente reconocido, porque nos dio primero la posibilidad de establecer un criterio propio para ver las cosas y, segundo, a veces nos dio la clave de la solución de ese tema.

–De mayor, ¿qué quiere ser usted?

–Jajaja... ¡Que me quede como estoy! Ya que he trabajado en una cosa y parece que me voy acercando a la comprensión de ese fenómeno que es que el ser humano necesita de un apoyo en el pasado, de un recuerdo, prefiero terminar mis días estudiando, tratando de comprender las cosas y de explicarlas lo mejor posible a gente que necesite que le explique algo. Mayor ya soy y ahora lo que quiero es mantenerme en lo posible en la actividad que estoy haciendo, que creo que es positiva porque siempre conviene que alguien esté como pepito grillo ahí recordando las cosas.

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