Jesús Alonso evoca en su pregón literario su «feliz niñez» en Palencia
El abogado y poeta palentino afincado en la Ciudad Condal lamenta la pérdida de la cultura popular castellana
RICARDO S. RICO
Miércoles, 29 de agosto 2012, 10:05
Comenzó su intervención Jesús Alonso Burgos haciendo alusión a la historia de San Antolín, mártir francés cuyos restos trajo el rey godo Wamba para enterrarlos en la cripta, y al pasaje en el que al rey Sancho El Mayor «se le pasmó el brazo» cuando entró a la cueva para matar a un jabalí que perseguía, al tratarse de un lugar santo. Pero el pregonero literario, por indicación de Mireia, su mujer «la historia del santo se la saben de memoria. ¿Por qué no te centras en tu propia vida, en tu infancia y adolescencia palentinas, me dijo», abandonó la peregrina historia y se centró en sus recuerdos de niñez, una niñez «feliz» en Palencia. «No porque las cosas fuesen mejor que ahora, ni tampoco porque naciese y me criase entre algodones o en el seno de una familia adinerada, pues nací y pasé toda mi infancia en la calle Teniente Velasco y mi familia era la típica de ese calle, una familia numerosa, de clase media, funcionarial y en la que los días transcurrían con más agobios que gloria».
¿Por qué entonces? «Porque la gente que me educó, no solo mis padres, también mi tía y mi abuela, mis hermanos, mis vecinos y hasta el tropel de gente que se ganaba la vida en la calle, como el cartero, el lechero o el panadero, pusieron buen cuidado en llevarme siempre de la mano, en no dejarme pasar el umbral del dolor y la tristeza hasta que ellos no hubiesen arreglado convenientemente aquellos paisajes hoscos», apostilló Jesús Alonso, que les agradeció también la enseñanza de la cultura popular castellana, «que lleva camino de malbaratarse no en Sevilla o Barcelona, que allí nunca estuvo muy encarecida, sino también en Palencia, Valladolid o Soria».
«Qué gusto me da cuando regreso a mi país natal y oigo los nombres ya casi olvidados de los aparejos y las artes de los viejos oficios, o los de las diversas especies de aves y plantas del páramo castellano, o los leísmos y localismos con los que la gente sazona su conversación», continuó Jesús Alonso, que incidió en cómo «por desgracia, esta conversación está hoy entreverada de anglicismos, de neologismos y de onomatopeyas chuscas, cuando no de la neolengua de la televisión, y hasta de los lugares comunes y de los chascarrillos de algunas tertulias».
El pregonero habló de esa «lengua del vivir cotidiano» como «una de las mejores lecciones que recibí en mi vida», antes de referirse a otros maestros en el colegio La Salle, «no los frailes sino mis compañeros y amigos de infancia y adolescencia, algunos de los cuales fueron ya para siempre». Alonso Burgos explicó cómo «con ellos me adentré en los vericuetos de lo desconocido y lo prohibido» y cómo aprendió «la certidumbre de la camaradería y la lealtad», sabiendo que «los únicos malos de verdad eran los malsines y los chivatos, los sumisos y los pelotas con los frailes, con los que mandaban, con el poder». «Fue una lección moral que desde entonces ha sido norma de conducta en mi vida», apostilló Alonso Burgos, que tildó a aquella Palencia de «ciudad levítica», en la que «te topabas con la iglesia en cada esquina, y en la que los curas iban con sotana y los frailes de La Salle con babero, y todo el mundo era católico, quizá porque no tenía otro remedio».
«Tal vez ahora lo siga siendo, no lo sé; pero antes se notaba a simple vista y ahora no», enfatizó Alonso, a quien ese ambiente levítico «me dejó impreso para siempre en el alma tanto un gusto por las formas más sencillas de la religiosidad popular cuanto una permanente interrogación por la realidad histórico-religiosa del hombre».
El pregonero literario abundó en que «alguien, sin duda con la mejor intención, aseó esa imagen dura y tenebrosa para hacer más limpia y más amable» la tierra de Castilla, «donde quiero acabar, en el humus donde se asentaba esa patria espiritual, en los paisajes de mi niñez que también conformaron mi manera de ser y de estar, mi ética y mi estética».
De nuevo se refirió Jesús Alonso en su discurso a su mujer, Mireia. «Llegados a este punto, me dijo que el pregón es un poco sentimental, pero que sí deja claro que Palencia ha cambiado mucho», apostilló el pregonero literario, para quien las viejas ciudades castellanas tienen siempre algo de eterno que las hace reconocibles a primera vista, algo que no debe cambiar para que sigan siendo amables y confiadas.
«Que quienes se congregan en ellas den lo mejor de sí mismos con su estudio, su trabajo, su esfuerzo y su coraje», concluyó el emotivo pregón Jesús Alonso Burgos.