«Salvamos las chabolas del fuego de milagro»
Los habitantes de Juana Jugan reclaman una fuente para tener agua si se produce otro incendio
J. SANZ
Martes, 28 de julio 2009, 12:21
«Salvamos las chabolas de milagro porque aquí seguimos sin agua y tuvimos que usar los calderos con lo poco que teníamos en las garrafas y hasta palos para evitar que las llamas llegaran hasta aquí», relata Francisco, el hijo mayor de Antonio Barrul Maya, 'el Abuelo', fundador del poblado del camino de Juana Jugan en 1979. La nutrida prole del veterano chabolista les permitió sumar efectivos a los últimos cinco inquilinos y otro de sus vástagos, Raúl, acabó en el Clínico «al saltarle unos plásticos al arder y quedarse sin aire».
El joven sólo tuvo que recibir oxígeno y la tranquilidad volvió a reinar ayer en el maltrecho hogar de los Barrul 24 horas después de que el fuego arrasara seis hectáreas a su alrededor. La maleza que puebla los terrenos del futuro plan parcial La Florida sumada a las basuras acumuladas entre el medio centenar de inquilinos de los tres núcleos chabolistas del entorno sirvieron de acelerante para que el fuego cogiera fuerza y obligara a los Bomberos a emplear cerca de siete horas en sofocarlo.
Los troncos aún humeantes delataban al mediodía de ayer la virulencia del incendio y «lo mal» que lo pasaron sus testigos más directos. Antonio, 'el Abuelo', reclama directamente al alcalde que «salga de su despacho y venga a conocer nuestra realidad». Lo único que le pide «este anciano de 81 años» es que «nos ponga una fuente para tener, al menos, agua si tenemos otro incendio y para poder lavarnos nosotros y mis nietos». Lo tienen complicado después de treinta años reclamando lo mismo.
La falta del vital elemento obliga a la mujer de Antonio, Adoración, en ausencia de sus hijos, a acudir con un improvisado carrito, construido con el chasis de un cochecito de bebé y una cesta de frutas, repleto de garrafas hasta la fuente del parque más cercano de Delicias. Desde allí acarrea a diario los cuarenta kilos de peso de los bidones de vuelta a su casa.
«Ni para los perros»
«Nos conformamos con un grifo porque da vergüenza seguir así después de tantos años y que todos los vecinos nos vean cada día con las garrafas», pide Francisco. El hijo pródigo, afincado en Valencia junto a su mujer y sus hijos desde hace una década, está ahora de vuelta para cuidar a su madre, recién operada «de un ojo».
Su presencia eleva temporalmente a cinco el número de residentes en el poblado, donde viven el matrimonio; otro de sus hijos, que padece una discapacidad, y un nieto de 12 años. Los demás -la pareja tiene doce vástagos, nueve de ellos varones y tres mujeres- se fueron de la ciudad rumbo a Galicia y a la citada Valencia o sobreviven junto a sus proles en casas medio abandonadas en la ciudad.
«Esto no es ni para los perros», reconoce el hijo mayor de Antonio antes de llamar la atención sobre el mal estado de salud de sus octogenarios padres. «Ya no se pueden valer como antes y lo pasan mal si no venimos a echarles una mano», añade. Pero la suerte les sigue siendo esquiva a los Barrul y ninguno puede permitirse disponer de una casa en condiciones para cuidar a los abuelos. «Aquí nos tratan peor que a animales y nunca viene nadie del Ayuntamiento a vernos», corrobora el propio cabeza de familia.
Adoración Romero, su incansable compañera de desdicha, insiste en pedir a las autoridades municipales que «se acuerden de nosotros». Un mero grifo serviría para colmar todas sus expectativas. «El agua nos daría la vida porque ya no estamos para hacer tantos viajes con el carrito», suspira.
Sin visos de realojos
Ni ella ni su marido muestran a estas alturas esperanza alguna de recibir una vivienda social para acabar sus días bajo un techo y huir de la miseria que les acompaña desde que se quedaran fuera del programa de realojo de las graveras de San Isidro -actual Comandancia de la Guardia Civil- a finales de los setenta, primero, y del posterior realojo de los entonces realojados en el desaparecido poblado de La Esperanza. Dos décadas largas de proyectos que pasaron de largo por Juana Jugan.
Sólo algunos hijos de Antonio y Adoración salieron del poblado en la última década para asentarse en casas municipales cedidas temporalmente por un plazo de dos años. Aquellos 24 meses expiraron y la ausencia de otra ayuda posterior llevó a los beneficiarios a la calle. Y de allí a edificios ruinosos debido al compromiso forzoso de no volver a las chabolas.
Los abuelos, entre tanto, allí siguen asentados en el último chamizo amenazado por el incendio del domingo. «Si se quema», confiesan sus 'propietarios', «pues volveremos a levantar otro parecido».