Secciones
Servicios
Destacamos
GUILLERMO DE MIGUEL AMIEVA
Domingo, 14 de diciembre 2008, 03:05
Ú LTIMAMENTE ocurre que me atraen las esculturas. Es su estatismo lo que me hace gravitar en torno a ellas. Será porque ando en movimiento cuando me las encuentro y ellas se antojan los contrarios que me definen. Sin embargo, ¡cuánto no habrá andado Don Jerónimo por esta capital antes de merecer esta quietud que reconoce su mérito! Mas ahora está quieto en la Bocaplaza, tomando notas en un cuaderno, esclavizado a una sola hoja que nunca pasa, tomando esas notas que nadie puede leer porque el escultor ha congelado el movimiento de la mano justo antes de que Don Jerónimo, -¡qué alta estampa!-, pudiera escribir nada. Esta escultura es una loa a la detención del tiempo. Nada más escueto ni preciso que dejarnos con un sabor de boca para que nuestra detención se produzca. Entonces, el peatón en que nos hemos convertido también se para, se detiene porque quiere comprender lo que hubiera pasado, no lo que pasa.
Y lo que estáticamente sucede es la impronta de un señor arquitecto revestido con su ropaje de prohombre de la ciudad. Se le ve elegante, engastado en su traje delicado, que sería de delicada tela y que, ahora, ofrece la huella de un material más sólido capaz de resistir los embates del clima frío del invierno. Ahí está, expuesto, ocupando un espacio abierto de la calle, sacado del contexto, del hogar que otrora ocupara, esa intimidad que, sin embargo, ya no le contiene. Don Jerónimo se ha decidido que sea nuestro, se le ha arrebatado a la vida anterior que antes tuviera y deviene, como sus construcciones, una fachada humana sin dinamismo. Mas no digo fachada en su sentido peyorativo, sino en el de mostrarle ejemplo de lo que un palentino puede llegar a ser cuando se da de sí, cuando, dándose, alcanza en tal grado su contribución a la historia nuestra que los ciudadanos deciden arrancarle del pasado para recuperarlo. Esta escultura tiene parte de viaje en el tiempo, de regreso y de recuperación extraordinaria, quizás por ello me gusta tanto.
La postura del arquitecto se antoja preciosa. Un pie delante, a pesar de la quietud, deja entrever la elegancia. Se conoce que Don Jerónimo no se desocupa de la forma cuando su intelecto escudriña el fondo de las cosas. Antes al contrario, como si supiera que lo ordinario le espera de regreso, y que después de tomar las notas habrá de retornar al paseo callejero (es lo que debemos imaginar), deja ese bello gesto del pie como un indicio de que, cuando acabe, retomará las maneras correctas del buen paseante, que lo hará con donaire. Y es que, en ese tiempo, -que no es nuestro pero que fue suyo-, determinados seres como Don Jerónimo, concernidos por la buena educación, no descuidaban la buena compostura. Nada fácil, por cierto, cuidar la manera en que nos desenvolvemos por el mundo. Antes al contrario ello exige una rigurosa disciplina, un obligar el espíritu a hacer lo que no quiere, lo que le cuesta. En su tiempo, -Don Jerónimo no era hombre de andar por la calle en chándal-, estas cosas tenían importancia, hoy no. La escultura deviene anacrónica, pasada de moda, un ejemplo, no obstante, del buen comportamiento y un recordatorio (aviso a navegantes) de que la sociedad moderna le ha ahorrado al hombre muchos sacrificios en mérito de la aclamada comodidad.
Pero vayamos a lo nuestro, que no es otra cosa que la contemplación detenida de la escultura. Mientras la mano izquierda acoge el cuaderno, dispuesta a modo de bandeja, la derecha se apoya sobre el papel, hiende la pluma, desarrolla el apunte al tiempo que la cabeza, erguida, serena, sin bajar la cerviz, manteniendo alta esa frente ancha y juiciosa, observa un punto que coincide curiosamente con uno de sus hermosos edificios (¿qué hubiera sido de nuestras calles sin él, sin Don Jerónimo?). La postura del señero arquitecto no aprecia ningún resquicio descompuesto, todo su cuerpo parece permanecer alerta, se produce un asombroso ensamblaje de mente y cuerpo, unidos ambos en la delicada labor del estudio arquitectónico. Y todo ello transcurre al pie de la calle, en medio del mundo, junto a ese quiosco al que da la espalda. Ni siquiera un caballero como él puede, a pesar de quererlo, atender todo.
Arrugas el rostro
Aunque hay que acercarse para ello, también pueden observarse las arrugas que recorren su rostro y las que deja el movimiento plisado del traje. Ser de otro tiempo, reverdecido por la huella que deja el paso de las horas, tal era y así se muestra el arquitecto egregio. Entonces aún había una cultura que respetaba al hombre senecto, no habíamos entrado en este tiempo que sólo vanagloria la robusta arquitectura del cuerpo joven. El hombre mayor encontraba audiencia cuando dejaba caer sus prudentes palabras. No estaba condenado, como hoy, al ostracismo, y Don Jerónimo era uno de esos hombres que, además, gozaba del legítimo predicamento que alcanzan los prudentes de una ciudad concreta. Fue un liberal en vida, abierto al mundo, pero mantenido en lo que consideraba que cabía preservar. Viajó por ahí y de ahí trajo alguna influencia. Pocas ciudades cuentan con la presencia de un arquitecto de tanta coherencia y de tan acertado tino a la hora de construir. Quizás todo parta de que tampoco -como hemos visto- descuidaba nunca el ademán elegante, la manera expresa de ofrecerse al mundo, a nosotros, sus conciudadanos.
Muchos días me lo encuentro. Parece absurdo considerar que te encuentras con una escultura como si tal cosa pareciera inesperada. Sin embargo, sin perjuicio de esa presencia que se sabe de antemano, ocurre que mi encuentro con Don Jerónimo no lo es con el esculpido, sino con el vivo, con su memoria. La obra simplemente es una puerta que me abre el paso hacia el tiempo pretérito, y, entonces, cuando ahí llego, el encuentro se hace cercano y el personaje cobra vivacidad en mi mente. Renace, habita en mí, con todo su marchamo de gran caballero.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.