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OPINIÓN

Ecos segovianos

MIGUEL JAIME Y EUGENIA LÓPEZ REUS

Martes, 8 de julio 2008, 04:05

C ONSIDERAR como modernos edificios que son en realidad románticos es algo muy común. Entre otras cosas porque la definición de arquitectura moderna no está del todo clara, ni siquiera para los expertos. En general se suele llamar moderno a todo lo que demuestre un uso privilegiado de la razón, sin embargo, si queremos seguir llamando arquitectura al arte de construir, hay que tomar en cuenta que la creatividad y la racionalidad tienen lazos propios y particulares.

Son muchos los edificios concebidos y realizados durante el siglo XX que han sido descritos como racionalistas -y por lo tanto modernos- cuando realmente pertenecen al ideario creativo del eclecticismo decimonónico. El eclecticismo romántico es, precisamente, lo que la arquitectura moderna se jactaba de haber superado a principios de siglo pasado. Esta imprecisión sobre lo moderno en arquitectura tiene consecuencias importantes desde el punto de vista cultural: por ejemplo, ha impedido que se valoren en su justa medida algunos edificios del siglo XX en Segovia que, reconsiderados bajo una nueva perspectiva, adquieren una significación relevante.

La arquitectura moderna llegó a Segovia con cuarenta años de retraso, ya que el romanticismo se prolongó en ella hasta los años 1960. La arquitectura segoviana de la primera mitad del siglo XX se caracteriza fundamentalmente por la elección y/o reinterpretación de estilos consensuados que varían entre el mudéjar, el barroco, el plateresco o la arquitectura montañesa y el Art Nouveau. Esta disponibilidad estilística no es nada moderna arquitectónicamente hablando. Independientemente de su calidad y valor artístico, las obras realizadas entre los años 1920 y 1950 de los arquitectos Silvestre Manuel Pagola Bireben, Jesús Carrasco Muñoz, Casto Fernández-Shaw o Francisco Javier Cabello Dodero deben ser consideradas parte del eclecticismo romántico tardío, ya que interpretan el racionalismo arquitectónico como un estilo más y no como una nueva concepción del espacio que cambió la arquitectura radicalmente.

La hegemonía de la arquitectura moderna ortodoxa, la de los maestros racionalistas como Le Corbusier, Mies van der Rohe, Walter Gropius y Adolf Loos, comienza a resquebrajarse en los años 1950. Después de la Segunda Guerra Mundial en Europa se cuestiona la abstracción y la falta de comunicabilidad de los fríos espacios modernos. La renuncia a los estilos históricos y a las convenciones iconográficas al uso hacía que los edificios racionalistas resultaran áridos para el gran público.

Por ese entonces aparecen en Europa dos posturas distintas que plantean una arquitectura más simbólica y más amable con la cultura y la sociedad de su tiempo: se trata del Brutalismo inglés y la arquitectura continuista italiana. Estas propuestas han tenido una influencia innegable en la arquitectura española y en la de Segovia en particular. Lo comunitario del Brutalismo y las referencias históricas locales del contextualismo italiano lo que hace sobre todo es matizar la radicalidad formal del racionalismo arquitectónico ejemplar. Es en esta sensibilidad que recorre la Europa de posguerra en la que hay que inscribir dos edificios segovianos que merecen ahora ser reconsiderados: la Cooperativa Pío XII (1962-66) de Aracil, Miquel y Viloria García y la Fábrica de Chorizos (1963-66) de Francisco de Inza y Heliodoro Dols.

El parecido de la fábrica de embutidos de Segovia con la Torre Velasca (1958) en Milán de BBPR no puede ser considerada una simple casualidad. Ambos edificios comparten una misma postura frente a lo que los italianos llamaban los «ambientes culturales». El complejo industrial segoviano desarrolla la casi totalidad de sus 16.000 m2 en planta baja ofreciendo un contexto a 'la torre' (donde se encuentran los secaderos) que así no irrumpe aislada en la llanura castellana. La reinterpretación de la torre tradicional y su contexto (una especie de pintoresco poblado que alberga las oficinas) dota de identidad arquitectónica a esta edificación industrial que en realidad está aislada del núcleo urbano, justo en la entrada de Segovia.

En Milán, por su parte, Ernesto Rogers y sus socios de BBPR tratan de «asumir culturalmente la atmósfera de Milán» dándole la apariencia de torre medieval a su descontextualizado rascacielos. Existen testimonios de las preocupaciones de Curro Inza acerca del diálogo entre su fábrica y el skyline de la ciudad monumental, y es con este propósito que Inza recurrió a la imagen de la torre medieval: tanto la Velasca como la fábrica de chorizos se sirven de iconografías formales ajenas a sus tiempos y espacios inmediatos para vincularse con caracteres arquitectónicos, históricos y «ambientales» de la región en la que se emplazan.

En el caso de la Cooperativa Pío XII los ecos hay que buscarlos en el edificio-ciudad Robin Hood Gardens que los arquitectos ingleses Alison y Peter Smithson habían construido en Londres entre 1962 y 1972. Si bien en la obra de los ingleses la calle elevada y el edificio-ciudad no aportaba nada nuevo a lo ya propuesto por Le Corbusier en sus unidades de habitación, en las viviendas para la Cooperativa estos aspectos se matizan de una manera novedosa, ya que incorporan referencias a la tradición constructiva local en sus formas y acabados.

Son pocos los arquitectos españoles que han reconocido públicamente la influencia de la arquitectura continuista italiana y del brutalismo inglés en su producción. Desde la revista Casabella, la teoría y las obras contextualistas tuvieron una difusión tremenda en aquellos años y son muchos los arquitectos españoles que recibían aire fresco desde Italia en medio del sofoco cultural de la dictadura. En España, Sainz de Oinza, Rafael Moneo, Antonio Fernández Alba, Correa-Milá, Oriol Bohigas, Lluis Cantallops y muchos otros, y en Segovia concretamente Joaquín Roldán, Alberto García Gil, Leopoldo Moreno, Fernando Higueras, Joaquín Aracil y sobre todo el destacado Francisco Inza Campos han producido una alternativa local al racionalismo arquitectónico que se aproxima a lo que algunos autores anglosajones han llamado 'regionalismo crítico'.

El hecho de que esta arquitectura revisionista de la modernidad se haya integrado discretamente en las ciudades le ha condenado a ser poco valorada por unos medios de comunicación cada vez más proclives al espectáculo. Si bien las relaciones entre las propuestas italianas, inglesas y españolas no se han estudiado con la atención que merecen, las evidencias de sus influencias mutuas se aprecian en edificios locales de calidad contrastable que merecen ser reconsiderados en sus respectivos contextos arquitectónicos.

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