Borrar
Monika Piszczelok.
El reto de probarse en otras salsas
LOS MÚSICOS DE LA OSCYL EN EL CAMERINO

El reto de probarse en otras salsas

Monika Piszczelok. Violines primeros

Victoria M. Niño

Lunes, 9 de marzo 2015, 18:12

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Su padre aún llora cuando ella se despide en la casa familiar de Katowice. Lleva veinte años fuera, pero no ha cuajado otra costumbre. Nacida en una familia de músicos, progenitor oboísta, madre flautista y hermana pianista, a Monika le pusieron un violín en las manos a los siete años y sigue con él tres décadas después. En 2005 trabajaba como concertino en la Orquesta Metropolitana de Lisboa. Una pareja de músicos le invitó a venir a Valladolid a una audición. «No sabía ni donde estaba, pero a veces hay que dejarse llevar». La única elegida fue ella. Desde entonces esta polaca ha pulido un excelente castellano, se ha integrado en el mecano orquestal de la Sinfónica de Castilla y León y ya sabe lo que es limpiar cristales.

«Me dieron una beca para estudiar en Estados Unidos a los 19 años y mis padres me querían tanto que me dejaron marchar. Sabían que era una buena oportunidad. Cambié muchas veces de piso y mi madre me decía que así nunca tendrás tiempo de limpiar los cristales».

Su primera decepción fue al comienzo de su andadura musical cuando esperando un piano, como su hermana, recibió un violín. «Ahora no lo cambiaría por nada». Se dice impaciente y ha sido la naturaleza de su instrumento, la necesidad de buscar el sonido en vez de la inmediatez de las teclas, la que le atemperó el ánimo. «El violín me ayudó a desarrollar la paciencia».

Polonia miraba a Occidente tras la caída del comunismo cuando Monika emprende viaje a América. «Yo que nunca había visto un ordenador personal, que en mi país tan solo estaban en oficinas y organismos oficiales, de repente tenía que hacer mis trabajos en uno». Estuvo en Houston tres años.«Fue un cambio tremendo. Pero una experiencia de aprendizaje de vida y de música que no cambiaría por nada. En la Universidad estudiábamos de todo. Me gustó ese sistema, te abre la mente desde la ciencia, la lengua, las humanidades...».

De Houston, a Yale. «En Estados Unidos aprendí a abrirme.Allí todo es fresco, nuevo, espontáneo, no tienen equipaje de pasado, viven para y por el presente mirando al futuro. Eso hace que todo esté muy vivo. En cambio en Europa, tenemos una cultura, unos valores, que yo reconozco e identifico con mi educación, pero a veces los europeos analizamos demasiado, nos condiciona mucho el pasado. He aprendido a adaptarme a lo nuevo, a vivir el momento y avanzar sin remordimientos. En definitiva a ser más optimista». Trabajó en la New Haven Symphony Orchestra y una plaza en Lisboa la acercó a Europa. «No siento que las orquestas estén ligadas a su lugar. Están formadas por músicos que tenemos ciertas características globales, por encima de culturas e idiomas. Sus diferencias están relacionadas con la humanidad. Tu condición de persona se manifiesta en tu manera de tocar».

Un mecano orgánico

Con el tiempo ha ido encontrándose en la silla sinfónica. «Toqué música de cámara, hubo oportunidades como solista, pero cada vez estoy más convencida de que el desafío más grande es ser músico de orquesta. Es la labor que se parece al saber estar, ser una persona de calidades que se da cuenta en qué momento callar, en cuál adquirir cierto protagonismo, cuándo ceder y cuándo ajustar. Son muchos matices que si los tienen los 80 miembros de una orquesta se logra una armonía increíble. Participar de eso es la gran satisfacción de este trabajo».

La Monika disciplinada del atril orquestal se torna teatral en proyectos como aquel Diverjazz. «Si no fuera música, me gusta la filología y el teatro. De pequeña jugaba a representar obras con mi hermana, siempre me gustó tener un mundo imaginario paralelo. Me seduce ese mundo, es divertido interpretar a otra persona, necesitas ponerte sus zapatos. En ese sentido es un poco como el músico, una personalidad esquizofrénica: debes ser sensible y a la vez tener piel de elefante porque tu trabajo requiere resistencia física, concentración mental para tocar aunque haya algún momento en que no te apetece nada, en que te duele todo». Y a pesar de la cita obligada como profesional, aunque haya divergencias anímicas un día con la alegría mozartiana u otro con la explosión de Shostakovich «es fascinante la experiencia de la orquesta. Es un organismo de personas en el que uno no funciona sin el otro y viceversa. El solo hecho de que falte tu compañero de atril es una faena. Por otra parte permite la mezcla, sentir de la misma manera algo a un nivel profundo. Mi marido, que no es músico, me lo pregunta a veces con envidia. Es fascinante trabajar en algo que mueve componentes tan íntimos».

Ha buscado esa sensación también con músicos de la ciudad fuera de la OSCyL. Una constante de Monika es su empeño en «estar siempre preparada siempre para el movimiento. Mi lección de vida es que lo que disfrutas hoy no tiene por qué ser igual mañana. Hay que abrirse más allá del trabajo, de la familia, a más gente y más situaciones porque quizá sea lo que te toque vivir mañana. He intentado no acomodarme, ni en mi comunidad polaca, ni en la orquesta, ni en los amigos. Quiero tener un poco de todo, no estar siempre en mi salsa. El desafío es esa búsqueda».

Las mudanzas se ralentizaron cuando llegó a Valladolid. «Quería estar un rato largo en el mismo sitio y llevo diez años». Convencida de que «si te quieres integrar lo primero que hay que conocer bien es el idioma», se tomó muy en serio las clases, tan indispensables para hacerse entender en la frutería de Simancas. «De España me encantó la tranquilidad y la intensa vida social». Aunque luego pidió descanso, «no tengo capacidad para hablar tanto con tanta gente. Necesito estar sola de vez en cuando». No tiene televisión porque prefiere leer la ficción policiaca. «Estoy enganchada a Louise Penny, a John Grisham, Nicholas Evans, nada de literatura profunda, pero es lo que me relaja».

Encuentra cierto paralelismo entre la perseverancia que requiere la música, el deporte y los idiomas. «Son disciplinas que necesitan la práctica, ahí es cuando están vivas». Aunque la gusta patinar, esquiar y escalar, «me echa para atrás las posibles lesiones en las manos». Así que prefiere correr y probarse en el gimnasio. «Creo que es cierto lo de la mens sana in corpore sano».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios