Sobrevolar la añoranza
Pawel Hutnik, violines primeros de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León
Victoria M. Niño
Lunes, 2 de febrero 2015, 09:24
Fue irreverente antes de cumplir la década, cuando casi todo está permitido. El mismo niño que tiraba de su madre urgiendo a llegar a la escuela de música porque «podía quedarse sin sitio», se reía de aquel «tonto que estaba en medio de la orquesta y no tocaba nada, solo movía los brazos». Pawel Hutnik fue parte del 2% de los estudiantes de música que terminaron los estudios superiores en Polonia y no tuvo reparo alguno en ponerse a las órdenes de aquellos tontos. Encontró el sentido al director y plegó su violín a los deseos de su batuta. En ese trabajo sigue, aunque compagina las horas de sinfonismo en la Orquesta de Castilla y León con las que dedica a otras músicas como el klezmer o el tango, sin más dirección que las miradas entre sus colegas de cámara.
Si la obediencia musical fue de fácil digestión, en cambio contrarió a su progenitora en una afición que le acompañó desde la infancia, las maquetas. «Para ella era una pérdida de tiempo, para casi todo el mundo son juguetes, y en realidad, no lo son». Este polaco de Lomza, al nordeste de su país, considera que tanto su hobby como su profesión demandan parecidas aptitudes, «concentración y precisión, ambas son necesarias tanto para buscar el sonido como para montar un avión».
Pawel es el primer músico de su familia. «Unos vecinos pudientes tenían piano, eran niños a los que les obligaban sus padres a tocarlo por distinción social. Yo quería uno, me gustaba sentarme y hacer ruido. Como era demasiado caro, me compraron un violín y me apuntaron a la escuela de música. Normalmente tardaban unos días en decirte si estabas admitido, a mí me lo dijeron en el mismo momento. Para mis padres aquello era una manera de tener alguna actividad, de no estar todo el día jugando al fútbol. Y no me lo tomé en serio hasta los 16 años».
Los demonios polacos
Se imponía la mudanza de ciudad, a un internado de música en Bialistok. «Mi madre me insistía, me pedía que lo pensara bien porque era un trabajo demasiado específico, ¿qué produce un músico?». La respuesta quedó en el aire. Recuerda que le fue bien con un profesor muy exigente con el que conectó y salió adelante. De allí a Varsovia a hacer el grado superior con Krzysztof Jakowicz, el maestro elegido por Pawel. «Trabajé muy duro y de la escuela a la Orquesta de la Ópera de Varsovia. Tocar un Wagner, que son cinco horas, es un buen entrenamiento para un chaval, hay que tener aguante». Carrera rectilínea en una capital famosa por el Concurso Internacional de Piano Chopin, que se celebra cada cinco años desde 1927, pero también por el Concurso Internacional de Violín Henryk Wieniawski, convocado desde 1935.
«Luego me trasladé a la costa donde toqué con la Polska Filarmonia Kameralna, allí conocí a Wioletta (concertino de la OSCyL). Hacíamos muchas giras, estaban muy bien organizadas. Tocamos en las mejores salas de Europa, desde el Musikverain a la sede de la Tonhalle en Zurich, de Hamburgo a Londres. También estuvimos en España, cuando había el boom de orquestas». Vino pero tuvo que ir de nuevo a Polonia por la muerte de su padre.
Cuando quiso retornar a España, el visado de trabajo se convirtió en un imposible. «La embajada española en Varsovia no me lo expedía. No se creían que tuviera trabajo, entonces no había tratado de Schengen y la entrada de trabajadores extranjeros en España estaba muy restringida. Llamaron a la secretaria de la OSCyL, María Jesús, que tuvo que jurar que yo era indispensable aquí», se ríe Pawel a sabiendas del final feliz de la historia. El humor es algo que siente muy cercano entre polacos y españoles. Sale la última comedia francesa taquillera, Dios mío, pero ¿qué te hemos hecho? y no puede parar de reír rememorando las escenas de esta comedia, vacuna contra la xenofobia. También el catolicismo hermana ambos países, aunque Polonia gana por goleada en fervor popular. «El catolicismo está muy arraigado allí. En la memoria de todos se ve a la Iglesia como refugio, como opositora al comunismo. Aquí me llama la atención porque vas a misa y parece que el cura, el actor principal de un espectáculo, no se lo cree. En Polonia en cambio sí, hay mucha gente joven en la Iglesia».
Llegó a la Calle Poesías, donde tuvo su primera casa. Venía para dos o tres años y se quedó, le agarró la vida. «La lengua la aprendí en la calle, en los bares, con la televisión. En este tiempo he visto crecer a la Orquesta, es bonito participar en algo desde su nacimiento y ver el buen resultado hoy. Fuimos huérfanos durante mucho tiempo y ahora tenemos de todo. Todos sabemos apreciar lo que tenemos». Y una vez asentado en la meseta, sin tanto viaje ni gira, retomó sus maquetas y su interés por la historia. «En Polonia siempre se habla hasta la guerra (1939) y después. Fue la más perjudicada por la II Guerra Mundial, después de los judíos. Tenemos unos vecinos cojonudos. Cualquier movimiento de Rusia, el de Ucrania, por ejemplo, despierta los demonios del pasado». Para entenderlos comenzó a leer historia. «Me gusta Norman Davies, un inglés que escribió El juego de Dios: una historia de Polonia que además sabe polaco, algo nada fácil». En una vitrina, lucen sus aviones. Estudiados modelos, hélices y motores de la IIG. M., está comenzando a interesarse por los de la I. G. M. «Hay quien dice que es un arte por la técnica sofisticada que requiere».
Músicas de emigrantes
De no haber sido músico, se imagina en algo relacionado con sus asignaturas favoritas, «matemáticas y física». La añoranza del verde de su país, su ciudad está muy cerca de un parque natural donde los árboles tienen doble tronco y fue la cuna del bisonte europeo, la transforma también en música. Miembro de Concertango, un ensemble dedicado a esa música porteña «que es la tristeza bailada», y de otro entregado a la música klezmer, ambos géneros cantan la melancolía. «Quizá sea mi carácter, por eso me gustan esas músicas. La klezmer es la de los judíos a la que han ido sumando elementos folk de cada país donde se han asentado, por eso hay reminiscencias rusas, serbias, búlgaras, rumanas, macedonias... El tango también es una música de emigrantes, de añoranza de la patria». Además es el concertino de la Orquestas Ibérica de León, organizadora del Festival de Música Española, de la que prefiere a Falla. Y toca a las órdenes de Dorel con los Amigos de la Zarzuela. «Es un género que me recuerda a los tipos de la Varsovia obrera de inicios del XX». A estas alturas, su madre ya se ha hecho una idea de lo que produce un músico.