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Marius, entre sus dos elementos, el agua y la música.
La avanzadilla de la cuerda española

La avanzadilla de la cuerda española

Màrius Díaz Lleal, chelo solista de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León

Victoria M. Niño

Lunes, 5 de enero 2015, 16:45

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Su nombre aparece en un periódico nacional en 1987. A sus 23 años era uno de los tres españoles que formaba parte de la Joven Orquesta de la Comunidad Europea. Un país tan poco europeísta como el Reino Unido aportaba 40. Màrius Díaz, chelista catalán, junto a dos violinistas, madrileño y tinerfeño, ponían una pica en aquella sinfónica nacida de un tratado económico devenido en político. España jugaba en esa liga desde 1986 y el solista de los chelos de la OSCyL estaba en la avanzadilla de la tropa de cuerda que ha seguido sus pasos.

Cuando los chelos de la Sinfónica de Castilla y León tocaban en el extremo derecho del arco orquestal, allí donde ahora están las violas, era imposible no reparar en Màrius. Desde las primeras filas del teatro se asistía a una lección de respiración expresiva. Cómo llenar los pulmones de un corpulento nadador y cómo expulsar el anhídrido carbónico mientras abraza ese instrumento grande y sensible a cualquier movimiento descontrolado era un espectáculo que ahora se da un par de metros más centrado en al escenario del Delibes. Màrius es solista de la Sinfónica de Castilla y León desde su fundación.

Aunque su abuelo tocó el chelo, la constante familiar es marinera y viajera que, sumada al compromiso social y político de sus progenitores, determinan las coordenadas vitales de aquel niño criado en la playa de Badalona. «Es lo que echo de menos aquí, el mar, aunque me consuelo con el mar de Castilla verde en primavera. Allí tenemos el agua, aquí el cielo», dice quien lo disfruta desde Simancas y Tordesillas.

Comenzó a estudiar en el conservatorio de su ciudad con Francesc Solá, «un buen hombre que se enfadaba cuando tras estar tres horas en casa conmigo descubría que mi madre le había metido 1.000 pesetas en el abrigo y volvía para traerlas». Clases de vida entre el chelo y el moscatel que acabaron con la muerte de Solá. «Casi dejo el chelo, a esa edad es fácil tirar la toalla. Seguí por el tesón de mi madre y porque me enganchó el jazz y el rock. Tocaba con una banda por las salas de toda la zona».

Pasó al conservatorio de Barcelona, donde estudió con Lluis Claret y Radu Adulescu. La disciplina de la clásica le obligó a dejar el jazz como antes había dejado la natación. «Entrenaba cinco y seis horas al día, a los diez años fui campeón de Cataluña de 100 metros crol y mariposa», recuerda quien aun hoy considera el agua su elemento. Celebra aquella práctica temprana que le ha vacunado contra las lesiones de espalda propias de su gremio.

El chelo impuso renuncias pero abrió puertas. «En 1980 me dieron una beca de Juventudes Musicales para ir a Suecia, a un encuentro de la Joven Orquesta en Umea. Entonces era más raro salir fuera. Cambié de tren veinte veces, leí Conversación en la Catedral, de Vargas Llosa, y allí me di cuenta del nivel que había, de que si quería formarme bien debía irme. En 1981 fui a un curso parecido cerca de Amberes, allí fui primer chelo, quizá una temeridad, pero a base de equivocarme aprendí. También fui a Gran Bretaña y allí me informé sobre los planes de estudios».

Teresa Lleal, su madre pedagoga, le obligó a hacer la selectividad y a partir de ahí, como su abuelo, como sus tíos, fue el capitán de su barco, en este caso, de su carrera musical. Estudió en el Trinity College de Londres entre 1982 y 1988, en la Gran Bretaña del punk, de la Thatcher. «Fui a ver un montón de grupos que luego hicieron historia como The Cure, Simple Mind, Simply Red, Clash». Entonces la libra era un gigante que aplastaba a la peseta. «La matrícula era muy cara. Me convertí en un experto en ganar concursos y becas. Me presentaba a todas, hasta llegué a tener una Ian Fleming de investigación». También logró el favor de un mecenas, «un melómano me patrocinó. A cambio daba conciertos en su club, era un masón muy rico que tenía su propio teatro de ópera en casa». Su profesor era William Pleeth, maestro de Jacqueline Du Pre. A la vez que su país ingresaba en la CEE, Díaz Lleal lo hacía en la Joven Orquesta Europea. «Estuve cuatro años, hicimos varias giras y fue importante porque conocí a los mejores músicos jóvenes europeos del momento. Fue un lujo hacer a los 21 años la Novena de Mahler con Claudio Abbado. Luego fundó la Mahler Orchestra para músicos de países que no pertenecían a la UE. Llegamos a jugar un partido de fútbol los de una orquesta contra la otra y ganamos nosotros, teníamos unos fagotistas italianos muy buenos».

De gira por Estados Unidos con aquella orquesta conoció a Bernard Greenhouse, profesor del New England Conservatory de Boston, y le aceptaron para hacer un máster. «De nuevo tenía plaza pero no dinero. Había una beca del Banco de España y la gané, al año siguiente lo hice con una Fullbright, la mejor». Esta última beca obligaba a trabajar dos años en el país de origen y en esta trayectoria anglosajona se cruza Valladolid. «Mi padre me dijo que se estaba creando una orquesta y vine a una audición, no perdía nada. Me salió bien, en las pruebas tienen que confluir todos los astros, de repente los biorritmos son óptimos, todo encaja». Lleva 25 años trabajando con la OSCyL y colaborando con otras orquestas españolas.

Cocinero aficionado

El orgullo con el que enumera a sus profesores se transforma en obligación de transmitir lo aprendido. «En esto no vale un libro de chelo. Se aprende la técnica, la disciplina, pero lo demás depende de que alguien te lo enseñe», dice el también profesor. Alcanzada la maestría en su arte, este cocinero aficionado es alumno de Robin Food y un tranquilo paseante por los campos castellanos. El hijo del primer alcalde de Badalona, también lo fue de un librero. De ahí su condición de buen lector. Siguió a Vargas Llosa «me apasiona literariamente, se mete donde otros no se asoman, pero no entiendo sus manifestaciones políticas», le gustan los anglosajones, Banville, Amis, Roth «qué buena La mancha humana» y sobre todo la novela negra clásica. Sigue nadando y no ha necesitado construirse piscina propia como su admirado Starker, «las hay muy buenas en Valladolid».

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