Borrar
NACHO CARRETERO
La niña que cantaba sinfonías

La niña que cantaba sinfonías

Anneleen van der Broeck, segundos violines de la Sinfónica de Castilla y León

Victoria M. Niño

Jueves, 3 de julio 2014, 11:07

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

A veces un edredón es mucho más que una prenda de abrigo. Anneleen cita a Magritte de pasada en su conversación y como su compatriota, al Renault familiar lleno de bártulos domésticos con el que llegó a España en 1995 podría titularlo esto no es un vehículo. Porque la definición deja más significados fuera que los que recoge. Esto es un coche con media vida dentro, el ancla que ha determinado la geografía de su existencia adulta hasta la fecha.

Anneleen viajó de Amberes a Granada tras un curso en Zumaya con un profesor italiano que le puso sobre aviso: necesitaban violines en la Sinfónica de Granada. Allí fue, gustó al titular, Josep Pons entonces, y se quedó medio año. «La primera vez que intenté pedir algo en un bar, estuve horas esperando porque no gritaba. Hasta que me di cuenta», dice la expresiva poliglota. Cuando iba a acabar su contrato escribió a todas las orquestas españolas. «¿Qué iba a hacer con el coche lleno, con el edredón, las cucharas, las tazas...?. Vine a la primera que me contestó. Recibí un fax de madrugada de Carlos Rubio. Me estrené con la Quinta de Mahler, el 15 de abril de 1996, en el Teatro Carrión donde tocábamos como sardinas en lata».

En otra primera vez, el autobús de Madrid a Valladolid, coincidió con otro rubio y su caja de instrumento. «Nos pusimos a hablar en inglés y cuando llegamos me dijo que era holandés. Y yo flamenca, podíamos haber hablado en nuestro lengua materna. Era el novio de Marianne, la arpista, y ella fue la primera persona que conocí en la Orquesta».

Hija de organista, Anneleen estaba predestinada para la música. «Nací un 21 de marzo, el día del cumpleaños de Bach y de Arthur Grimaux, un virtuoso violinista belga». Su nombre se lo debe a la segunda esposa de Bach, Ana Magdalena, elección de su madre como el instrumento. «Amí me gustaba el piano pero mi madre dijo que con los pianistas se pavimentan las calles. Yme dio un violín. Entonces se hacía lo que decían los padres, no como ahora», sonríe esta progenitora de violinista y chelista. «Intento no mirar atrás. Sí recuerdo bien que en casa se escuchaba mucha música y desde pequeña yo cantaba las sinfonías, viajando en el coche, a las visitas. Tenía una gran memoria auditiva, la gente se quedaba muy sorprendida». El bachillerato científico la dejó el hambre por el saber de la vida, del medio ambiente y su interacción con animales y plantas. De aquel interés surge su faceta de curandera, «soy más de hierbas que de farmacia».

Del barroco a la vanguardia

Estudió en su ciudad, Amberes, en Utrecht, en Gante, en Lovaina. «Allí es fácil moverse, hay una gran oferta de trenes». Indagó entre el barroco «hay mucho en Bélgica» y la vanguardia de la mano de Vinko Globokar. «Era profesor de viento metal y en clase de cámara vivía dedicado a promover la música contemporánea». La estudiante que comenzó a hacer bolos entre orquestas flamencas, que trabajaba cien desordenadas horas semanales, encontró su silla en España, un país que no conocía. «Cuando llegué me llevé una gran decepción. Mi idea de España era, perdónenme, playas y gente friéndose al sol. Valladolid fue un choque al principio. Soy flexible como persona, me adapto rápido, pero de repente aquí era difícil hacer amistades. Llegaba a una orquesta sin condiciones laborales claras. Así que hice mi nido en el hogar», cuenta mientras su espléndida sonrisa descansa durante un rato. «Necesito compartir y no encontré el cómo».

Comenzó a organizar conciertos en casa. «Era mi manera de ponerme retos, de aprender cosas nuevas. Cada uno traía algo de comer y así lo hacíamos». Solista entre membrillos y parras y violinista de cámara con la Camerata Europa, una formación de músicos belgas, polacos, británcios y españoles. Precisamente la producción de sus árboles le llevó a plantearse hacerse hueco en alguna red de agricultura ecológica, «pero es mucho papeleo y hasta dentro de dos años no podría poner en circulación los frutos».

Un gusano de libros

El campo español la ha sorprendido por las imperantes leyes no escritas. De su país de residencia le preocupa «la corrupción» y del de origen echa de menos «el olor del mar. En Amberes el río Escalda oscila seis metros en cada cambio de marea y se nota». En cambio «aunque soy belga no me gusta la cerveza». La Anneleen hedonista materializa el placer en un té, un buen libro y chocolate. El segundo producto de Bélgica sí está entre sus preferencias. Esta gusano de libros, «así llamamos allí a los ratones de biblioteca» leyó a Tintín y a Simenon. De los españoles le gusta Pérez-Reverte, «porque poca gente se atreve a pinchar en la verdad, hace falta gente así».

Celebra con sus compañeros de la Sinfónica de Castilla y León el público que tienen. «Creo que ha cambiado. Cuando estábamos en el centro era más social, ahora al Auditorio el público creo que va por la música». En verano, su coche, ya no es aquel Renault, se llena con los violiones y el chelo familiar para viajar al sur de Francia, donde vive la abuela organista. Allí la saga, tres generaciones en el escenario, da conciertos en iglesias, «aunque cada vez será más difícil contar con mis hijas». La creciente independencia de las adolescentes ha devuelto a Anneleen una reserva de tiempo. «Me encantaría ofrecerme como guía turística, practicar mi otra pasión, los idiomas, y conocer gente». De momento, mira la previsión meteorológica, esta flamenca se va a hacer senderismo.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios