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Un momento del espectáculo 'Yo, Carmen'

Exaltación de lo femenino

María Pagés estrena en Valladolid el espectáculo de danza y música ‘Yo, Carmen’, con su personal visión e interpretación del mito de Bizet

fernando herrero

Sábado, 4 de octubre 2014, 10:53

Siempre he considerado que la Carmen de Merimée y Bizet era una mujer libre. Perteneciente a una raza marginada, la gitana, y sin los condicionamientos de la sociedad. Acepta el amor, seduce, cambia de pareja y acepta valientemente la muerte. Su personaje ha tentado a multitud de creadores, y tanto en la puesta en escena de la ópera o en la danza y también en la trasformación de la obra de Bizet, magistralmente realizada por Peter Brook, las claves de la gitana han superado la idea rutinaria de antaño. Víctima del maltratador, sucumbe con el grito de una libertad en parte tronchada.

María Pagés nos ofrece su personal interpretación de Carmen, la mujer, y desde su propia feminidad la universaliza y al tiempo la asume desde su arte. Un empeño ambicioso que une música (Bizet, claro, Iradier, Levaniegos, Sergio Menen) y poemas (Zambranos, Yourcernar, Arwood, Yosano, Tsvetayeva) con la danza de María, seis bailarinas y dos bailarines, acompañados de dos cantantes y cinco instrumentistas. Un espectáculo que se estrenó ayer en Valladolid y que luego verá la luz en Singapur, Moscú, Lyon y Tokio. María Pagés asume una gran responsabilidad en este trabajo.

Escenario vacío. Al fondo las siluetas de los músicos. Extraordinaria utilización de la luminotecnia y sus transiciones, aunque el oscuro, el misterio, predomina. Unidad dramatúrgica, con variedad estética. Canto a la mujer auténtica con el personaje de Carmen omnipresente. Se transciende el contexto original y se universaliza el mito a través de una defensa de lo femenino, de su libertad. Dramaturgia coreográfica, término que podía definir el espectáculo.

La interrelación de la música bizetiana con el flamenco es constante. Los temas de la ópera, a partir de la obertura y el tema del destino, grabado, van introduciendo en cada uno de sus nueve cuadros en una fusión que resulta natural y apropiada a la dicotomía esencial que preside la idea coreográfica.

Gravedad general, aunque unos tanguillos la rompan en un momento determinado. En los ochenta minutos de duración, se baila constantemente. Algunos solos de María Pagés, pero casi siempre acompañada por seis estupendas bailarinas. Desde el comienzo con unos abanicos, los signos escénicos se plasman con sutileza: los bastones, los trapos, las escobas, el vestuario que se multiplica. Todo ello crea la atmósfera que se requería. Exaltación de lo femenino, pero sin el menor triunfalismo, como una necesidad que sigue vigente.

La coreografía integra lo contemporáneo con el flamenco. El cimbreo del cuerpo y el juego de brazos con el zapateado. El ritmo cambia en cuestión de segundos y el espacio es utilizado en toda su profundidad. Jóvenes bailarinas con un gran entusiasmo, perfecta disciplina y magníficos técnicos. Correctos los dos bailarines en su breve intervención y muy buenos cantaoras y músicos.

María Pagés presente en todo el desarrollo de la obra es capaz de «troncharse», como decían las famosas de antaño, con el juego de brazos excepcional, taconear sin música o con música, dramatizar o jugar en los tanguillos y siempre con la sensación de una organicidad auténtica. Gran éxito. Una inauguración de la temporada que celebra los 150 años del Teatro Calderón importante por su seriedad y calidad.

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